
Muchos pantalones ante las desapariciones
Manuel Buendía fue mi mejor profesor. Del grupo de cinco estudiantes de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales admitidos en sus clases en la calle Nápoles y después en su despacho de Insurgentes en la colonia Juárez, me sentía el más aventajado. Lo era en impertinencia, rebeldía e imprudencia.
Siempre puntual, desafiante, útil, generoso, protector de aquellos jóvenes de entre 20 y 22 años, así era Buendía.
Con el encargado del taller de Prácticas Periodísticas no podían competir sino las clases de Miguel Ángel Granados Chapa o de Fernando Benítez. Ante una ausencia suya arruiné un puente. Faltó por haber sido invitado a una gira y Buendía dejó una grabación en casete con las instrucciones de la clase.
Sobre la misma plataforma predigital de aquellos años 80 dejé burlonamente el mensaje con la sugerencia de completar, en próxima ocasión, con una foto su presencia vicaria.
Me expulsó justificadamente junto a dos de mis compañeros. Notificado y conmocionado tanto como conmovido por mi propia tontería escribí una carta —se usaba— de agradecimiento y admiración para envolver mi arrepentimiento.
Los términos de la misiva modificaron su reacción inicial, se movió providencialmente algo paternal y flexible en beneficio de nuestra estancia en la clase extramuros y de la probabilidad de aprender sobre la propia impertinencia.
A las 08:00 del día siguiente, Luis Soto llamó a mi casa y nos informó del perdón del maestro, expresado en una invitación a cenar. Fuimos Carlos Fuentes López, Juan Bautista Aguilar y Ángel Martínez hasta donde alcanza mi memoria. Estaba también Virgilio Caballero, muy apreciado por Buendía.
El día del asesinato, 30 de mayo y mi cumpleaños, por cierto, nos enteramos mientras yo asesoraba a Fátima Ibarrola en la entrega de un premio de periodismo para profesionales de Guerrero: “acaban de balacear a Manuel Buendía”. Conmoción y reguero de pólvora noticiosa en radio y televisión. Cuando llegamos habían levantado el cadáver afuera del estacionamiento donde esperaba su Mustang gris perla. Había sangre en el piso. Mítines, marcha, manifestaciones.
Fue el primer crimen político cercano impactando nuestras vidas. Hace 40 años.
En 1984, el entonces Distrito Federal estaba bajo el control directo del gobierno federal, en un sistema centralizado reflejo de la política del PRI dominante desde 1929. La posibilidad de alternancia era prácticamente nula y el PAN era el adversario por antonomasia del priismo; una alianza entre ambos, ni en una pesadilla.
Buendía era el principal columnista del país. El crimen ocurrió durante la regencia en el DF de Ramón Aguirre Velázquez y la presidencia de Miguel de la Madrid. El partido dominante fue sacudido como todo el país un año después por el sismo de 8.1 grados del cual emergió la ciudadanía como ocupante del espacio abandonado por las instituciones y especialmente por el PRI que ahí vio derrumbarse su control territorial.
Cuarenta años después, la Ciudad de México y el país verán a Claudia Sheinbaum Pardo, como la primera Presidenta.
A la memoria y admiración por Buendía agrego aquí esta nota. Qué tesoro. Qué fortuna.