Corrupción: un país de cínicos
Cada año desde hace cuarenta, publico la misma columna. Sólo actualizo el tiempo transcurrido. Es la machacona esperanza de que algún día sabremos la verdad: quién tomó la decisión, quién organizó el operativo, quiénes consiguieron el arma, planearon la emboscada y jalaron el gatillo; quiénes protegieron –o eliminaron- a los asesinos.
El 30 de mayo de 1984, poco después de las seis de la tarde, Manuel Buendía fue asesinado sobre la avenida más transitada de la Ciudad de México, a la luz del día, a la vista de todos. Una intimidación a un gremio y una advertencia a la nación.
¿Los que purgaron condenas por el homicidio fueron realmente los responsables? Un juez así lo consideró y al parecer habría otros motivos para mandarlos a prisión. El autor material indiciado negó su participación y el sentido común dice que el o los autores intelectuales escaparon a la justicia y que la muerte del periodista fue parte de una conspiración que por supuesto nadie está en condiciones de probar.
Si no ley, una constante de la historia es que los asesinatos políticos nunca se esclarecen del todo. Y los de los periodistas, jamás.
Es asombrosa la estupidez de quienes creen que mediante la eliminación de periodistas pueden protegerse a sí mismos o poner remedio al enojo, al desasosiego o a la inquietud social. Una y otra vez el resultado es, para ellos, contraproducente. Porque la memoria y la palabra, no pueden ser asesinadas. Manuel Buendía se transformó en un símbolo cuando aún no exhalaba el último aliento.
Hay hombres que forjan su propia leyenda. En el periodismo de vez en cuando surgen figuras que rompen el molde, no como un reto, sino porque ello es parte misma de su naturaleza. Manuel Buendía fue uno de ellos. Un primus inter pares en una pléyade de periodistas que dieron lustre a la profesión y fueron reconocidos en el mundo de habla hispana.
Pero entre ellos fue Buendía el elegido por un poder magnicida como ejemplo de lo que espera a quienes desafían a las potestades de la antidemocracia. Desde entonces y hasta el día de hoy, son muchos los periodistas que han sido víctimas de esas mismas fuerzas que lejos de ser aplacadas por las fuerzas de la democracia, no han perdido enjundia. México es hoy el país más peligroso del mundo para ejercer el periodismo.
Lo dijo un poeta, José Emilio Pacheco: “Las balas que asesinaron por la espalda al gran periodista mexicano también hicieron más vital, más valiente, más necesaria cada página suya. Su muerte es la prueba trágica e irrefutable del poder de las palabras”.
La tentación del juego intelectual -y emocional- de imaginar quién sería hoy el autor de “Red Privada” y quiénes sus lectores, asalta fácilmente. ¿Habría sido tolerado en los sexenios siguientes –puesto que el sexenio sigue siendo la medida inevitable de nuestra vida pública-? No hablo sólo del poder: ¿tendría alguien como él un espacio en nuestros actuales medios?
La idea de un Buendía investigando asesinatos de periodistas, desviaciones, engaños y abusos del poder político, pormenores de los negocios de parientes incómodos, la violencia que nos ahoga o las nuevas complejidades en la relación con Estados Unidos, es un anhelo que se torna doloroso al ver que el vacío de “Red Privada” sigue ahí, enorme, apenas eventualmente tocado por los columnistas contemporáneos.
Pues con las excepciones que todos conocemos, resulta inevitable preguntarse -por lo menos me resulta inevitable a mí-: ¿por qué la generación de Buendía, de Martínez de la Vega, de Gómez Arias, dejó tan escasa descendencia profesional?
En el momento de su muerte -escribió Héctor Aguilar Camín-, Manuel Buendía era el periodista más leído e influyente de México. Salvo por censura del editor, su columna “Red Privada” aparecía sin falta de lunes a viernes en el diario capitalino Excelsior y en decenas de la provincia que la adquirían a través de la Agencia Mexicana de Información. Los mismos lectores ávidos habían agotado en unas semanas los primeros diez mil ejemplares del libro de Buendía La CIA en México, y convertido al autor en obligado tema cotidiano de la vida pública: “¿Ya leíste hoy a Buendía?”
Con arrojo, y sin considerarse héroe por un instante -dijo por su parte Carlos Monsiváis-, Manuel asumió la responsabilidad de todo un gremio, y eso lo hizo ejemplar e irrepetible. Sus temas, sobre todo a partir de 1980, se fueron unificando. La corrupción gubernamental, sindical y de la iniciativa privada; el manejo del país como cocina de secretos; las intromisiones del imperialismo estadounidense; la irrisión que hace las veces de “discurso del poder”; la construcción criminal de un Estado alternativo a nombre de Dios, las tradiciones y la identidad religiosa del mexicano; los atropellos a los derechos civiles; el chauvinismo que se disfraza de “política de seguridad nacional” .
Mi columna de cada año:
“Hace 40 años murió asesinado Manuel Buendía Tellezgirón.
“Aquel 30 de mayo de 1984 fue miércoles. Por la tarde, el autor de “Red Privada” -la columna cuyo nombre se ha hecho sinónimo de lo mejor de nuestro periodismo- abandonó la oficina que rentaba en un viejo edificio de Insurgentes, a la altura de la Zona Rosa en la ciudad de México, y se dirigió al estacionamiento público en donde guardaba su auto. Ahí, en la puerta, fue emboscado. Un sicario lo ultimó de cinco tiros por la espalda.
“El día pardeaba. Vehículos y peatones congestionaban la principal avenida de la capital. El crimen, a propósito frente a testigos, fue en realidad una ejecución, una advertencia. Las fotografías del cadáver de Buendía en una acera le dieron la vuelta al país y al mundo: en aquel México tal era el fin que aguardaba a los practicantes de un periodismo crítico, analítico y, sobre todo, independiente.
“Cuarenta años han transcurrido y mucha agua ha pasado bajo nuestros puentes. Hoy reconfirmamos que la muerte de Buendía fue ejemplar, pero no en el sentido en que quisieron sus asesinos. Un instante después de la primera oleada de dolor y miedo, en el periodismo mexicano se refrendó el compromiso con la libertad.
“Y conforme pasan los años, nuevas generaciones de periodistas encuentran en Manuel Buendía un ejemplo de ética, valentía y rigor profesional y personal. Don Manuel sigue entre nosotros por la sencilla razón de que la esencia del periodismo en el que él creía sigue siendo la misma.
“Recordamos a Buendía de muchas formas. Su cálida amistad y el sentido de humor con que engalanaba su trato. La solidaridad y el culto a la amistad. Su profunda convicción de estar transitando por el mejor de los caminos profesionales. Una vez escribió: ‘Ni siquiera el último día de su vida, un verdadero periodista puede considerar que llegó a la cumbre de la sabiduría y la destreza. Imagino a uno de estos auténticos reporteros en pleno tránsito de esta vida a la otra y lamentándose así para sus adentros: “Hoy he descubierto algo importante, pero… ¡lástima que ya no tenga tiempo para contarlo!’
“Un hombre comprometido y eficaz. Un periodista preocupado por definir el oficio: ‘El periodismo no nos permite vivir de ‘lo que fue’, de ‘lo que el viento se llevó’. Al contrario: nos obliga a vivir para lo que es. Un periodista no puede permitir que sus amigos le organicen, como a un pintor, exposiciones retrospectivas’.
“’Tampoco podemos arrullarnos, como las viejas actrices, en la nostalgia del álbum fotográfico o en el recuerdo de aquellas marquesinas que bordaban nuestro nombre con foquitos de colores. Ni andamos por ahí como los veteranos de una guerra ya olvidada, luciendo antiguas condecoraciones y un atuendo pasado de moda’.
“’Los periodistas, como el combatiente sin relevo, vivimos y morimos con el uniforme de campaña puesto y el fusil humeante entre las manos’.
“’Dicho de otro modo menos melodramático: los militantes del periodismo -por vocación y por destino- tenemos que ser, aquí y ahora, y para nosotros ser significa publicar, hacernos oír, ya sea desde una gran cadena de periódicos, o en una modestísima revista provinciana y hasta en una simple hoja volandera’.
“’Mi homenaje, pues, a tantos colegas que no alcanzan fama ni honores, pero que jamás han desertado del deber profesional un solo día’.
“Hay hombres que forjan sus propias leyendas. En el periodismo de vez en cuando surgen figuras que rompen los moldes no como un reto, sino porque ello es parte misma de su naturaleza. Manuel Buendía fue de esa estirpe.
“Lo recordamos siempre.”