Visión financiera/Georgina Howard
Cuando los perros se amarraban con longaniza…
Cuando era niño, por aquellos años en los que los perros se amarraban con longaniza y no se la comían, en la escuela pública-primaria aquella, inolvidable, a la que fui, cada lunes temprano había una ceremonia de “honores a la bandera”.
Durante esta ceremonia se hacían representaciones en la que diferentes grupos y distintos maestros nos hacían actuar y recuperar la memoria de hechos gloriosos de nuestra patria y la valerosidad e inteligencia de los hombres y mujeres que construyeron a la nación mexicana.
Al inicio se cantaba el himno nacional y todos firmes y con la mano en el corazón lo escuchábamos y cantábamos con todo respeto. Ser miembro de la escolta que habría de conducir a la bandera era un honor porque eran los alumnos de “diez”, y nos esforzábamos por serlo.
Don Luis González, nuestro gran historiador diría años después que aquello era una forma de construir la historia de bronce, aquella que nutre el amor patrio, el honor a nuestras insignias nacionales y la pasión por lo nuestro y nosotros mismos, orgullosamente mexicanos; la misma que nutre de prohombres sin mácula y que pueblan con sus estatuas nuestros paseos y jardines.
Don Luis decía, luego, que esto hacía que se pierda la perspectiva del hecho histórico crítico que hace que veamos a los mismos héroes como humanos, con cornamenta y cola, con cualidades y sin defectos, almas purísimas con pecado concebidas.
Pero también reconocía que esta actitud nacionalista nos daba cohesión social, identidad, amor patrio y respeto por nuestro país y nuestra historia… y todo eso que hizo que nuestra generación se pusiera de pie al sólo impulso de nuestro Himno Nacional o el ondear de nuestra bandera.
Pero más que eso: a fines de los cincuenta y principios de los sesenta había un sentido de la educación en el que las formas y el contenido eran importantes: formar niños y niñas para el futuro; para su futuro; para construirse como humanos, como niños bien dotados en la educación y prospectos para convivir en armonía y siempre dispuestos a respetar y defender a nuestro país y su gente: Era aquella “clase” de historia y civismo en la que las maestras y maestros se esmeraban.
Las niñas y los niños convivíamos mucho. Era una especie de comunidad en la que todos participábamos y jugábamos. Nos emocionaba hasta las cachas cuando nuestros maestros nos decían que para tal o cual fecha habría una excursión, casi siempre al campo (aunque muchos de nosotros éramos formalmente campesinos) y nos preparábamos alegres para la gran aventura. Todo esto viene al caso porque el país que nuestros queridos maestros de primaria y secundaria nos prometieron no se cumplió.
Nos dijeron que con mucho estudio, que con mucha disciplina y amor por el saber y por construir, nuestro país sería ese ‘cuerno de la abundancia’ que parece ser desde lejos. Nos dijeron que con nuestro esfuerzo y trabajo firme y decidido las cosas que veíamos por entonces, que eran pobreza y ausencia de brillo y espuma, se transformarían para el bien de todos.
Pero no: aquel país que nuestros más queridos maestros no tenían, lo imaginaban y, por lo mismo, ponían sus sueños en nuestras manos.
Ya se confirma: después de tantos años, ese país de justicia y de igualdad y de amor patrio que nos inculcaron no se construyó.
¿Fuimos nosotros los que traicionamos aquella ilusión? ¿Quién se robó esa posibilidad de transformación? ¿En qué momento se perdió el camino y tropezamos con la realidad de lo que somos y lo que dejamos de ser? ¿Deveras somos culpables nosotros?…
Sí, porque permitimos que otros decidieran el camino; porque adormilados y sin ilusiones renovadas dejamos que hombres y mujeres del poder y la gloria pagados con altísimos intereses dibujaran su propio México. Y los dejamos. Somos parte del engaño por el que los partidos políticos que no lo son se adueñaron de nuestras decisiones democráticas.
Y permitimos que en esa angustia progresiva hacia la pobreza y sin forma de defensa muchos decidieran rebelarse mediante negocios y violencia criminal: mal, muy mal. Pero eso también es resultado de malos gobiernos, de corrupción, de engaño y saqueo.
El hastío, el enojo y la indignación pueden conducir a la desesperación. ¿Quién hace algo para detener esa descomposición que no es general pero que ya impregna gran parte del país?
Aún estamos en grado de recuperar el tiempo perdido. La sociedad mexicana tiene que despertar y exigir en democracia; retomar el camino y volver la vista a lo que queríamos ser, para serlo. Tenemos los mayores-en mayoría, una ilusión: los jóvenes de hoy tienen la nueva fortaleza y el impulso que les da su ímpetu inteligente y respondón.
Ellos son en las ciudades, en el campo, en los ríos, en los desiertos y en los mares mexicanos los que habrán de recuperar al país… ¿será? ¿Les hemos dado los elementos para ello? ¿Aman a su país y a su trascendencia como mexicanos en México?… Sí.
Y entonces, cuando esto sea, platicarán a los otros jóvenes, sus jóvenes, que cuando los perros se amarraban con longaniza, y no se la comían, ellos transformaron a un país que estuvo en crisis por culpa de quienes antes no aprendieron o traicionaron la lección del amor por este país: el único que tenemos.