La nueva naturaleza del episcopado mexicano
Corrupción en tiempo de cínicos
El prestigio de México está por los suelos, o casi. Esto es, fuera del país la idea que se tiene de México es deplorable por su alto grado de violencia criminal, muerte y narcotráfico; pero también se dice que es un país número uno en corrupción… Que la corrupción se corta en el aire con la mano. Pues sí. Y no. Ya se sabe que en todos lados se cuecen habas… pero…
Por supuesto fuera de las fronteras mexicanas se sigue hablando de la simpatía de los mexicanos, de su buen trato, de su elegancia al hablar y su prestancia para escuchar; de su permanente fiesta y sus lugares “increíbles” para estar o vivir… Su música, sus bailes, su comida, la naturaleza, su folklore y más de todo eso que aparece en las postales y que nos hace ver como un país guapo.
Pero hay ese otro México que causa sopor, que es admiración por desencanto y que nos hace ver como un país de cínicos en donde todos sabemos de corrupción y participamos en ella por acción u omisión. De eso también se habla cuando se refieren a México, fuera de México.
Digamos que el tema de la violencia criminal es un asunto al que el gobierno mexicano –con ayuda del gobierno de Estados Unidos– no le encuentra solución.
Cuando cree que ya tiene todo bajo control aparecen focos renovados de criminalidad y de confrontación entre gobierno y malandrines. Con frecuencia los malandrines se insertan en las instituciones de seguridad del país, o a la inversa, lo que hace complicidades enfermas. Esta es una de las evidencias de que la corrupción en México alcanza dimensiones criminales y causa muertes.
Así que por todos lados, la pus que le ha surgido a nuestro cuerpo social supura por uno u otro lado, y esto a pesar de que el gobierno federal y los estatales o municipales anuncian con bombos y platillos que la transparencia es su regla de ser y que los controles de confianza están al día y que la función pública está con la lupa puesta en el todo… pues nada: que todo sigue igual o peor este sexenio que antes.
Hay leyes e instituciones que se crearon para perseguir la mala función pública así como procurar la transparencia del ejercicio público y los controles anticorrupción que se anuncian un día sí y otro también… Pero nada. Ahí está esa corrupción enfermiza, tan campante y creciente.
Pero como el enfermo que no lo quiere saber y consume lo que le perjudica, así los mexicanos sabemos que la corrupción nos ahoga y nadie hace nada eficiente para controlarla; ésta recorre todas las calles y avenidas de la función pública hasta la pequeña oficina de trámite burocrático, y ni qué decir de los guardianes del orden que están por ahí medrando para extender la mano a cambio del silencio o bien propiciando que se les de la moneda del día.
Hoy se sabe que apenas en unos cuantos días México ha estado en los medios informativos del mundo por diferentes casos de corrupción en los que se ven coludidas grandes empresas internacionales con funcionarios corruptos mexicanos.
Daniela Barragán y Dulce Olvera reportan apenas el 22 de diciembre que “la Secretaría de Comunicaciones y Transportes y empleados del gobierno federal se han visto implicados en cuatro distintos casos de corrupción con empresas extranjeras:
Esto es: “La constructora brasileña y líder en América Latina, Odebrecht; la farmacéutica israelí Teva; el Consorcio Altán –constituido por Morgan Stanley y las mexicanas Axtel y Megacable; y la española Copias Constructora Pirenaic.”
A estas empresas se les señala como que pudieron dar dinero para corromper a funcionarios públicos mexicanos para ganar licitaciones archi-millonarias. El tema es que en todos estos casos se supo de esta práctica entre empresas privadas y la burocracia mexicana porque cada una de ellas ha sido sancionada en sus países de origen y al salir los trapitos al sol, aparece ahí el nombre de México como pila de agua bendita.
Así que el pan suyo de cada día es conseguir contratos mediante licitaciones amañadas con el consiguiente deterioro de la contratación de empresas que pudieran generar empleos sanos y costos menores en beneficio de la población, porque naturalmente el pago de estas enormes cantidades en millones de dólares los cargan al costo de sus productos o servicios.
Por el momento el caso más escandaloso por tan obvio fue el de la empresa de ingeniería Odebrecht, quien de acuerdo con documentos del Departamento de Justicia de los Estados Unidos, pagó 10.5 millones de dólares a autoridades gubernamentales mexicanas para obtener contratos de obra entre 2010 y 2014.
Al momento, el reporte de investigación del Tribunal de Distrito Occidental de Nueva York no revela aun los nombres de los funcionarios o empresas relacionadas con la investigación de Odebrecht en México. Aunque sí señala que el 19 de junio de 2015, Marcelo Odebrecht fue acusado y encarcelado por actos de corrupción que involucran a la petrolera brasileña Petrobras, en una investigación que es conocida como Operación Lava Jato.
Por otra parte se sabe que Pemex le dio dos contratos millonarios a Odebrecht para proyectos como el Complejo Petroquímico Etileno XXI, el más grande de América Latina, y el gasoducto Ramones II Norte, el más importante en México. Hay que investigar ahí.
¿Qué hacer con toda esta desvergüenza que llega al cinismo tanto de empresas privadas internacionales como de funcionarios públicos mexicanos?
Que se investigue puntualmente quienes fueron los beneficiarios de estas sumas millonarias y cuál fue el deterioro del recurso financiero y la alteración de costos; que se aplique la ley con todo rigor, a riesgo de que, de no hacerlo podría acusarse complicidad y supra corrupción nacional e internacional.
Pero… ¿Podemos confiar en las instituciones que habrían de investigar y someter a procedimiento legal a funcionarios coludidos en estas acusaciones?… ¿Sí? ¿No?… Vaya el dilema mexicano.