El presupuesto es un laberinto
‘Sepan cuantos…’
José Emilio Pacheco escrituró: “No amo mi patria./Su fulgor abstracto es inasible./Pero (aunque suene mal)/ daría la vida/por diez lugares suyos,/cierta gente,/puertos, bosques de pinos,/fortalezas,/una ciudad deshecha,/gris, monstruosa,/varias figuras de su historia,/ montañas
-y tres o cuatro ríos.”
Por estos días de agobio y amenazas a México de Donald J. Trump, un desquiciado presidente de EUA y que en su demencia podría recorrer nuestras calles y avenidas, nuestras puertas y ventanas, nuestros cerrojos y trancas, nuestra tranquilidad o enojos cotidianos y cubrir de humo nuestros puertos y desiertos; de hollín cada uno de nuestros árboles y nuestras flores, uno comienza a recuperar el espíritu que nos llena de gracia y que nos dice cómo ser y por qué ser mexicanos.
Es, digamos nuestro sentido de la patria –que es padre–, y de la matria, ese lugar pequeño tibio y único como es nuestro refugio íntimo en tiempos de pesares profundos… Todo junto.
Y sí. Y aunque parezca cutre, demodé y sin cepillar para muchos avant-garde que ven en el amor a la patria un dejo de cursilería y abandono fugaz, hecho histórico de lo que fuimos y que ya no somos, según eso, uno sigue acariciándose el alma pensando en nuestra nación tan dejada de la mano de su gobierno y en tan indignante agobio externo.
Y a pesar de que los distantes de hoy dicen que el tiempo ha pasado y la globalización nos hace ser ciudadanos del mundo y el mundo en nuestro entorno es parte de nuestro cotidiano, por estos días, más que mucho antes, ha resurgido ese sentido de pertenencia y de igualdad, de respeto y de dignidad y orgullo… de nacionalismo auténtico y no el del discurso y la verborrea oficial.
Así que, aunque parezca inoportuno lo es: lo soy:
Soy de los que se emocionan hasta las cachas al mirar a los hombres y a las mujeres de mi país trabajar duro para el sustento del día a día, a pesar de todo y en contra de todo; soy de los que respetan sus tiempos y sus formas y los miran con admiración porque cada uno tiene una ley y una historia íntima que los ha construido a uno y a todos con lo que da nuestra tierra mexicana…
Soy de los que tiemblan hasta el íntimo decoro cuando escucho al Himno Nacional mientras ondea mi bandera en lugares sagrados de la patria y no hay más explicación que la excitación que surge desde una parte del corazón mientras pongo la mano en el pecho y murmuro: “Suave Patria: permite que te envuelva/en la más honda música de selva/con que me modelaste por entero/al golpe cadencioso de las hachas,/entre risas y gritos de muchachas/y pájaros de oficio carpintero. “
Soy de los que lloran a todo cuando al estar fuera de mi país y en soledad escucho en las calles o lugares, atisbos de la presencia de México, ya en el arte y, del arte, la música que trasciende muros y fronteras y que me hacen querer gritar a los ocho vientos que soy mexicano y que soy raza única-incomparable-sagrada-inmortal. No soy de los que carga sombreros de petate pare demostrar mi propia vergüenza, pero sí cargo en la mochila mi “Región más transparente” para nunca olvidar que ‘Ahí me tocó –vivir-‘.
Si: Soy de los que al pasar frente a una panadería, aquí o allá, añora el aroma de nuestros panes de la infancia oaxaqueña y la savia de nuestros moles de todos colores que han inyectado mis venas y que han nutrido mi imaginación para mirar a lo lejos. He visto ahí a un hombre envalentándose indignado y repetir improperios que lo definen y también he visto al hombre que sin dejar de serlo se emociona en el alma al tener a sus amores arropados en los brazos.
Soy de los que con respeto se encuentra en las obras de Tamayo, Siqueiros, Diego, Frida, Cabrera y José María Velasco. Y guardo en las alforjas de viaje a esa Grandeza Mexicana que nos heredó Bernardo de Balbuena y el Pueblo en Vilo que nos entregó en las manos Luis González y González…
Y el mismo que ha reído y ha disfrutado a la Familia Burrón, a los Supersabios, a Memín Pinguin y al Charrito de Oro que los leía arrobados mientras me sentía Santo, el enmascarado de Plata… El que toma café en jarrito de barro y de pronto un taco de frijoles recién hechos y un chile verde tronado y agua de chía o también de horchata… Eso es.
Un atardecer en mi tierra oaxaqueña es un regalo único; porque esta es la tierra en la que el sol mira de frente y no de hito en hito, como en otras partes. Y qué tal aquellos cielos turquesa que están hechos para nosotros mientras camino y hablo a solas con las casas solariegas y coloridas que guardan secretos íntimos y que nos dimos para alegrar la vista y los sueños cotidianos…
Soy, si, el que ha trabajado para construir; nunca para derruir; si soy quien ha entregado lo que sabe para conocer y para clamar justicia e igualdad, derechos y trabajo para todos con casa comida y sustento… y un buen árbol sombreado para compartir con los mejores amigos con quienes, juntos, entonamos las rancheras que nos llegan al alma: “Que la chancla que yo tiro…”
Soy de los mexicanos cursis que miran a su nación como a la más hermosa joven, fresca y aromática a rosas de castilla, jazmines, crisantemos y margaritas del “me quiere-no me quiere”. Y soy un feo, un feo que sabe amar…
Pero no soy único. Ni lo parezco. Soy como millones de mexicanos somos. Los que somos así. Los que por nuestras venas corre el mole poblano y la carne asada; el tequila o el mezcal; el día de muertos inigualable y el 15 de septiembre con sus ‘¡vivas!’
Hay mucho ahí en la esencia. Y mucho más está bajo la piel de cada uno de nosotros mexicanos que al grito de guerra habremos de ser dignos y orgullosos de nuestro linaje y nuestro destino… “Suave Patria: te amo no cual mito, /sino por tu verdad de pan bendito; /como a niña que asoma por la reja/con la blusa corrida hasta la oreja/y la falda bajada hasta el huesito.” ‘Sepan cuantos’. Todo aquí está cifrado.