Poder y dinero/Víctor Sánchez Baños
Estuvo casi seis meses prófugo. Mientras en México se hacían cábalas entre que ‘el gobierno ya sabe dónde está pero lo está resguardando’ o ‘se les escapó en la nariz, a propósito’ y hasta que ‘lo están protegiendo porque sabe mucho’. Todo eso y más hasta este Sábado de Gloria cuando detuvieron en Guatemala a Javier Duarte de Ochoa, ex gobernador de Veracruz…
Enseguida la opinión social se desgranó: ‘Fue detenido porque el PRI necesita justificar su lucha anti-corrupción, para ganar el Estado de México’ o ‘Lo detuvieron, pero lo van a proteger, por eso no detuvieron a su esposa…’ ‘Al rato lo dejan salir…’
Luego el mismo presidente Enrique Peña Nieto abonó a ese sospechosismo mexicano: “No hay chile que les embone” dijo enojado el pasado lunes en Los Pinos a los reporteros de la fuente, al referirse, por supuesto, a la detención de Javier Duarte de Ochoa.
Pocas veces un político generó tanto rencor como Duarte. Acaso a los otros mal vistos o mal averiguados la gente los ve con desprecio, con indignación… Pero con quien gobernó Veracruz hasta el año pasado hay coraje-rencor; hay el sentido de que ahí se rebasaron, incluso, los excesos y que su gobierno fue un atentado no sólo a su entidad sino a todo el país.
Durante su gestión creció ahí la violencia y muchos periodistas fueron muertos sin que nadie hiciera nada por parar esa masacre. ¿Hubo saqueo? Parece que sí. ¿Hubo atentados a los derechos humanos? Parece que sí. Mucho ocurrió en Veracruz durante seis años, hasta 2016.
Y para incrementar esa imagen trágica y demencial, contribuyó el actual gobernador, Miguel Ángel Yunes Linares, quien hizo como suya la causa de perseguir al ex gobernador, acusando, subrayando fechorías, abusos, indignidades… todo eso que se dice del enemigo caído…
Y en imagen, como cuando mostró la casa aquella en la que se supone que irían a descansar Duarte y su familia cuando concluyera su gobierno. Todo eso aumentaba la indignación de todos. Así que la percepción de millones fue implacable.
Es política. Y se sabe. Así que ahí estaba. Detenido en el hotel Riviera de Atitlán del municipio de Panajachel, Guatemala. De cómo ocurrió la investigación y cómo lo detuvieron ya se han dado detalles, aunque muy variados porque ni la autoridad guatemalteca ni la mexicana precisan datos y sí muchas contradicciones.
En todo caso el ahora ex priísta y detenido mexicano en Guatemala no opuso resistencia. Salió de su habitación, habló algunas palabras con quienes lo estaban esperando, hizo alguna pregunta… y caminó rumbo al futuro que ahora le espera por todas esas cargas que se le atribuyen y de las que deberá responder ante la ley.
Importa que, si como se dice, se llevó mucho dinero, que lo devuelva y se someta al juicio no sólo del estado de Derecho, como también al de sus paisanos y de todos en México.
Pero una cosa llamó la atención en ese momento crucial. La sonrisa de Duarte. Salió de su habitación apenas con ropa ligera: Pantalón obscuro, una camisa azul-gris de mangas largas arremangadas y un chaleco negro. La camisa salía bajo del chaleco y evidentemente no hubo tiempo para que la acomodara dentro del pantalón… Pero caminaba firme y serio… Luego sonrió… y mantuvo la sonrisa… Era esa sonrisa extraña y extraordinaria en un rostro con ojos saltones que buscaban algo… ¿Qué buscaban?
¿Era una sonrisa burlona? ¿Sardónica? ¿Malévola?… No. Acaso sí una mueca que quería disfrazarse en el rostro de un hombre que está más sólo que nunca jamás y que no quería perder la compostura y la dignidad de lo que fue cuando tuvo el poder político. Era una sonrisa que delataba esa intensidad humana del fracaso terrible.
En esa mirada y en esa sonrisa se resume la tragedia de un hombre que tiene que probarse ante la ley, pero también se resume lo que ha sido este país en su política y en la traición de los políticos. Es la sonrisa de quienes llegan al poder por el poder mismo y de quienes pierden el sentido de la responsabilidad, de la ética y de la honorabilidad, puestas a disposición de todos.
En esa mirada y en esa sonrisa estaba puesta la historia moderna de este país en donde se supone la impunidad, la traición, el engaño, la corrupción, el desasosiego, la violencia criminal, las complicidades y el dejar hacer-dejar pasar, porque es parte del juego que todos jugamos, que dijera Jodorowsky.
Y ahí en esa mirada y en esa sonrisa está nuestro castigo porque todo lo hemos permitido, porque como sociedad los hemos dejado hacer y deshacer y porque una sociedad en democracia tiene responsabilidades que van más allá del día electoral y en las urnas. Es la mirada y es la mueca de nuestro propio fracaso…