
El legado de Francisco
La democracia mexicana en jaque; la reforma de Morena y el asalto a las instituciones
México al borde del abismo: la advertencia del expresidente Ernesto Zedillo
En un ensayo titulado “México: de la democracia a la tiranía”, publicado este domingo en la revista Letras Libres, y en la entrevista con Nexos que aparecerá completa en su edición de julio, Ernesto Zedillo, presidente de México (1994-2000) y figura clave en la transición democrática, emite una advertencia contundente: la democracia mexicana, que él ayudó a forjar, está al borde del colapso. En su lugar —advierte—, se erige un régimen autoritario que, bajo bandera de la «cuarta transformación», destruye instituciones, militariza la seguridad y manipula elecciones para aferrarse al poder
Alberto Carbot
El exmandatario no es un crítico cualquiera. Como presidente, fue un pilar de la transición democrática de México. En estos textos cuenta cómo, apenas a cinco días de tomar el cargo, impulsó una reforma judicial en 1994, que liberó al Poder Judicial del yugo del Ejecutivo. En la entrevista citada, recuerda la pena que le generaba, como secretario de Programación y Presupuesto de 1988 a 1992, negociar el presupuesto de la Corte, una práctica indigna que, junto con el clientelismo —que en su ensayo en Letras Libres califica como ‘indigno y humillante’—, su reforma de 1994 combatió significativamente.
En 1996, lideró una reforma electoral que convirtió al Instituto Federal Electoral (IFE) en un organismo autónomo y garantizó elecciones transparentes. En el artículo mencionado, explica que no impuso su visión, sino que convocó a todos los partidos para construir un sistema justo. Estas reformas definieron momentos cruciales: en 1997, el PRI perdió la mayoría en el Congreso, y tres años más tarde, en el 2000, un presidente de oposición asumió el poder por primera vez en siete décadas.
Para el expresidente, esos logros eran un punto de partida. Creía que la democracia mexicana maduraría, adaptándose a nuevos retos, pero siempre respetó la división de poderes, el Estado de derecho y las elecciones libres. Hoy, desde su aparente retiro, ve cómo ese sueño se derrumba. Su ensayo en Letras Libres nació al leer noticias sobre la reforma judicial de 2024, que lo convencieron de que México enfrenta un «asalto contra la democracia». La publicación referida, parte de un número dedicado al réquiem por la transición democrática y da un tono más subjetivo a su indignación. El exmandatario no habla por ambición política, sino por la impotencia de ver destruido lo que ayudó a construir.
El corazón de la llamada de alerta del expresidente es la reforma judicial de 2024, aprobada a toda velocidad por un Congreso dominado por Morena, el partido de Andrés Manuel López Obrador (AMLO). En el escrito del expresidente, la llama una «felonía histórica»: todos los jueces, magistrados y ministros federales serán reemplazados por personas elegidas en un supuesto voto popular que él describe como una farsa. Los requisitos para ser candidato son tan laxos, que casi cualquiera califica, y el gobierno controla quién aparece en las boletas.
En la entrevista ya mencionada, el exmandatario añade que esta elección no únicamente coloca al Poder Judicial al servicio del Ejecutivo, sino que es un intento para destruir el sistema electoral, con conteos opacos que sin duda anticipan fraudes. Nuevos órganos, como un Tribunal de Disciplina Judicial, castigarán a cualquier juez que no obedezca al poder.
El expresidente compara esta reforma con la suya de 1994, que dio autonomía y profesionalismo a la Corte. En el texto citado, desmiente a Claudia Sheinbaum, quien afirmó que él «desapareció la Corte». Explica que redujo el número de ministros de 26 a 11, con jubilaciones justas y nombramientos basados en méritos, no en lealtades. La reforma de Morena, en cambio, le quita a la Corte el poder de revisar si las leyes respetan la Constitución. Peor aún, una reforma de «supremacía constitucional» prohíbe a la Corte cuestionar cambios constitucionales, incluso si pisotean derechos fundamentales. En la revista señalada anteriormente, el exmandatario la califica de «grotesca», al despojar a la Corte de su poder para proteger la Constitución, abriendo la puerta a abusos que podrían sepultar los avances democráticos logrados durante su gestión.
Un México bajo la sombra policial
El expresidente no se detiene únicamente en los tribunales. En ambos textos, advierte que la militarización de la seguridad es un paso hacia un Estado policial. En el ensayo, critica que la Guardia Nacional, ahora en manos del Ejército, y la eliminación de reglas que limitaban a las Fuerzas Armadas a tareas militares, las convierten en un brazo político del régimen. En la publicación mencionada, lamenta que un Ejército, modelo en América Latina por su lealtad al poder civil, sea ahora cómplice de un gobierno autoritario, protegido por el fuero militar y sin rendir cuentas.
La ampliación de la prisión preventiva oficiosa —que encarcela a alguien únicamente por ser señalado—, y la capacidad de la Guardia Nacional para investigar delitos sin supervisión, pintan un futuro donde la represión será la norma.
La desaparición de organismos autónomos, como los de transparencia o competencia económica, es otro golpe. En el escrito del expresidente, el exmandatario dice que esto fomenta la corrupción y teje redes de lealtad al gobierno. En la entrevista citada, subraya que los mexicanos ya no sabrán qué hacen sus gobernantes. La opacidad crece: Pemex, la CFE y el Ejército están exentos de transparentar contratos, mientras los fondos para la oposición y las elecciones se recortan. El expresidente ve una estrategia para financiar a Morena y asfixiar a sus rivales.
El fin de las elecciones libres
La amenaza final, según el exmandatario, es una contrarreforma electoral que planea desmantelar el INE y los órganos electorales estatales, reemplazándolos por un organismo controlado por el gobierno. Explica que los consejeros serían elegidos en un proceso tan falso como el de los jueces. Reducir el Congreso a 300 diputados y 64 senadores, con un sistema que podría darle a Morena casi todo el poder con únicamente el 54 por ciento de los votos, recuerda al México del PRI autoritario. Las sanciones por trampas electorales serán más débiles, y los partidos opositores tendrán menos dinero En la revista mencionada previamente, el expresidente describe este sistema como una «simulación»: elecciones que parecen reales, pero cuyos resultados están decididos por el clientelismo, el abuso de recursos públicos y un Poder Judicial leal al régimen.
El exmandatario se pregunta cómo una democracia joven se derrumbó tan rápido. Apunta a dos causas: los mexicanos no están educados para valorar la democracia ni entender lo que pierden sin ella, y el populismo de AMLO, que usó promesas vacías, mentiras y ataques a los «culpables de siempre» para llegar al poder. En el ensayo, dice que Morena ve la democracia como un lujo burgués, buscó un control absoluto inspirado en el viejo PRI, no en las reformas democráticas de los 90. El silencio de figuras influyentes —empresarios, líderes sociales—, ha empeorado las cosas. En el texto citado, el expresidente advierte que pagarán caro su pasividad con la pérdida de libertades; en la entrevista ya mencionada, los acusa de creer que un gobierno autoritario les conviene, sin ver que el abuso de poder no respeta aliados.
El exmandatario no tiene un plan detallado para salvar a México o extiende recetas milagrosas, pero su mensaje es claro: hay que dar la batalla y no dejarse apabullar por el actual régimen. En la revista señalada anteriormente, dice que el primer paso es denunciar, hablar, explicar lo que está en juego. Su ensayo, escrito tras leer sobre la reforma judicial y presentado en una conferencia de abogados en 2024, es un ejemplo de esa resistencia.
Al recordar las reformas de 1994 y 1996 —cuyo México dialogó y construyó instituciones fuertes—, el expresidente sugiere que ese espíritu debe renacer. No habla por ambición, sino por la consternación de ver debilitada esta herencia. Sus palabras, publicadas en el ensayo el 27 de abril de 2025 y en la entrevista con Nexos, reflejan la experiencia de quien conoce los costos de la democracia.
Un legado bajo asedio
El grito de alerta del exmandatario nos obliga a mirar el abismo al que nos acercamos. México está en una encrucijada, y lo que está en juego no podría ser más grave: la libertad o la tiranía, el diálogo o el silencio. En este debate, su nombre y su gestión han sido criticados de manera constante. No se le reconoce que las reformas de 1994 y 1996, que dieron autonomía al Instituto Federal Electoral, abrieron la puerta a una nueva era política. Su rechazo a la reforma de Morena, descrita como “grotesca” por limitar el poder de la Corte, refleja la preocupación de quien sabe que las instituciones democráticas, una vez debilitadas, son difíciles de reconstruir.
Desde los púlpitos de la «Cuarta Transformación», los apologistas y funcionarios de Morena —incluida la presidenta Claudia Sheinbaum—, lo han convertido en un blanco recurrente. Se le caricaturiza como un villano, un títere de intereses extranjeros que «vendió» a México. Sheinbaum, quien para fundamentar sus dichos contra el exmandatario frecuentemente cita las memorias de Francisco Labastida Ochoa, ha afirmado que las reformas democráticas del expresidente y el proceso de alternancia, le fueron impuestos por el gobierno de Estados Unidos, y que él, por cobardía, cedió a esas presiones.
Considero que esa narrativa perversa no sólo tergiversa los hechos, sino que es profundamente maniqueísta. Reduce un capítulo complejo de la historia mexicana a un cuento de buenos y malos, y de forma mezquina reduce el impulso del exmandatario a esa misma democracia, que les permitió hacerse del poder, misma que ahora condenan.
La reforma judicial del expresidente en 1994 —lanzada días después de asumir la presidencia—, no fue el acto de un títere, sino de un político moderno, que veía en un Poder Judicial independiente el cimiento de una verdadera democracia. Su reforma electoral de 1996, construida tras negociaciones con todos los partidos, no fue cobardía —como hoy dicen sus detractores y malquerientes—, sino la convicción de que las elecciones justas eran innegociables.
En su ensayo de Letras Libres y en la entrevista con Nexos, el expresidente deja claro que estas decisiones nacieron de su creencia en un México plural, no de presiones extranjeras. Acusarlo de traición, es una maniobra que desvía la atención de un hecho incómodo: la 4T está desmantelando esas mismas instituciones, no por mandato externo —como culpabilizan al exmandatario desde el púlpito de “La Mañanera” y las instancias oficiales y sus jilgueros a sueldo—, sino por una ambición de poder absoluto.
En Letras Libres, el exmandatario asegura de manera directa:
«Siempre me pareció que proclamar como misión de su partido alcanzar la “cuarta transformación” –sugiriendo que la suya completaría las de Independencia, Reforma y Revolución–, era un despropósito mayúsculo de Andrés Manuel López Obrador. Parecía inverosímil que alguien, incluso un demagogo como el fundador de Morena, se atreviera a compararse con los mexicanos excepcionales que habían logrado sentar las bases de nuestra nación. Por absurda que pareciera, su ampulosa proclama se convertía en un acertijo: ¿Cuál era la verdadera naturaleza de la transformación morenista en el poder? En los últimos meses de su gobierno y los primeros de su sucesora, Claudia Sheinbaum, el acertijo quedó diáfanamente resuelto: la transformación prometida era en realidad la de sustituir nuestra joven democracia por una tiranía».
Hoy, Sheinbaum y sus aliados intentan reescribir la historia a su manera, ajustándola inescrupulosamente a sus intereses partidistas y de gobierno; usan también el nombre del expresidente como chivo expiatorio para justificar un retroceso que ellos mismos orquestan. Mientras la presidenta lo acusa de ceder ante Washington, su gobierno aprueba reformas que entregan el Poder Judicial al Ejecutivo, militarizan la seguridad y asfixian las elecciones libres. Es una contradicción que, como ciudadanos pensantes, no podemos ignorar.
Ciertamente el exmandatario no es un santo, y su presidencia tuvo muchos errores —sería una estupidez asegurar lo contrario—, pero su papel como artífice de la transición democrática es incuestionable. Rechazar esto con historias simplistas, es un intento de borrar el espejo que sus palabras nos revelan: una advertencia de lo que México logró y lo que ahora pierde. Su llamado a resistir, goza de mayor legitimidad, por ejemplo, que las acciones y discursos irresponsables de los partidarios del oficialismo.
Por ello hay que asumir cabalmente el peso de este desafío: seguir cuestionando, desenmascarar las grietas de la narrativa oficial y amplificar las voces que el actual gobierno intenta callar.
Si no se reacciona —si no actuamos inteligentemente como sociedad para contener este avasallamiento—, México estará prácticamente condenado al autoritarismo. Su salvación depende de una ciudadanía que despierte, que rechace la propaganda y el miedo, y que recupere el espíritu de diálogo que alguna vez nos dio una democracia en ciernes, joven y vibrante, que está a punto de ser destruida.