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Una de las acepciones que la palabra “engaño” tiene en el Diccionario de la Real Academia Española, dice que es un “acto ilícito que se cubre con apariencia de legalidad”. A vistas de lo que este escribidor presenció la tarde de ayer, de cielo límpido en el valle de México, con la lidia a Chatote (486 kilogramos), podría decirse también que José Antonio Morante Camacho, Morante de la Puebla para sus amigos, ha recurrido también, con la anuencia cómplice del juez de plaza, a la artimaña, la engañifa y la añagaza para alzarse con el par de apéndices. Joer!
La engañifa de este sevillano de 34 años deviene al momento que, durante la lidia de su segundo, de regular embiste pero de notoria bravura, se ve incapaz de seguirle engarzando una bien templada tanda de derechazos por lo que recurre al auxiliar para picar, pinchar, lastimar, el lomo del burel y forzar así el arranque del ahogado astado. Joer!
La autoridad de la plaza de toros México se hace de la vista gorda e incapaz de amonestar el exceso de este lidiador que recurre al juego sucio, opta por premiarlo, una vez que ha sido despachado con una certera a tres cuartos, al otorgarle las dos orejas. La decisión divide opiniones, pero a la postre prevalecen los aplausos de quienes ni siquiera se percataron de la falta cometida por el lidiador. Joer!
Morante y los engaños de la muleta, todo ello durante la quinta corrida del serial mayor, donde se lidiaron tres bureles regularmente presentados pero sin emoción de la ganadería de Jorge María, que dicho así no dice nada, salvo si se añade que los propietarios llevan los apellidos de Alemán Magnani y Herrerías. Y otros tres, de la dehesa de San Isidro, al que perteneció este de nombre Chatote. Para acabar con lo hecho por este sevillano, que luce grandes patillas que recuerdan a un presidente que prometió defender el peso como un perro, baste decir que con su primero se empeña en una tanda limpia de verónicas casi de óleo. Joer!
La reaparición de Uriel Moreno El Zapata, pone una vez más de manifiesto que en las venas del diestro del Tlaxcala corre sangre de acero. Sobre todo a la hora del abanderrillamiento, ya que con los dos de su lote se empeña gozoso y certero.
Al primero, coloca un doble, con quiebre de por medio, rematado con otro más. A su segundo, al que le corta a la postre una oreja, le coloca un soberbio par monumental. Emociona con el capote, intercalando ambas manos, las tandas de derechazos, bien puestos, las manoletinas templadas. El Zapata está de regreso con una alta dosis de valor y enjundia. Su premiación divide opiniones.
Otro que regresa con empuje es el diestro capitalino José Mauricio. Con su primero se ha empeñado con suaves verónicas, a las que le siguen chicuelinas templadas, rematadas con serpentinas. A su Rojo amanecer, burel de trapío y bravura, que embiste fortísimo en varas, pero que a la hora de la lidia se dobla de remos, lo ha embaucado con el percal en una buena tanda de derechazos. Este joven defeño concluye coronando aplausos.
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