Lilia E. Cárdenas Treviño, líder social y promotora cultural
CIUDAD DE MÉXICO, 3 de noviembre de 2016.- El priísmo no está sólo en las filas del Partido Revolucionario Institucional (PRI). También está en la oposición, en partidos como Acción Nacional (PAN), el de la Revolución Democrática (PRD) y el Verde Ecologista de México (PVEM).
Así lo afirma el periodista Nacho Lozano, coautor, junto con María Scherer Ibarra, del libro El priísta que todos llevamos dentro, editado por Grijalbo.
“El PAN, el PRD y el PVEM y los demás han visto en las prácticas del PRI muy cuestionadas en los medios de comunicación, por la opinión pública y a nivel internacional un gran negocio y lo han replicado. Quien diga que el panismo en Sonora no adoptó los usos y costumbres priístas, está en un error. Guillermo Padrés [el ex gobernador de la entidad, emanado del PAN] está ahorita prófugo. Que los perredistas repliquen las prácticas del PRI, que quieren estar cerca del poder y que les toque una parte del pastel”, dice en entrevista con Quadratín México.
Lozano comparte que para la obra –ilustrada en su portada con un dinosaurio rojo, en una de cuyas garras sostiene una matraca– retomaron una frase del ideólogo del PAN, Carlos Castillo Peraza (QEPD), quien le dijo a los panistas que todos llevaban un priísta adentro.
Tanto Scherer Ibarra como Lozano hablaron con políticos de distintos partidos, como la ex Primera dama, Margarita Zavala, y el senador, Roberto Gil, ambos del PAN; con el Profe René Bejarano, del PRD y quien fue videograbado mientras recibía dinero del empresario Carlos Ahumada.
También conversaron con el escritor Juan Villoro, con el poeta Javier Sicilia y la académica Soledad Loaeza, entre otros, quienes les dieron su visión de lo que significa llevar a un priísta dentro, sin necesariamente estar afiliados a la máquina tricolor, como se le decía antaño.
“Margarita Zavala y otros más dicen eso: oye, todo mundo quiere ser como el PRI. Es un trastorno de la personalidad, dice Roberto Gil, todo mundo lo niega, yo no soy priísta y no quiero al PRI y todo el tiempo están cerca, reptando cerca del PRI, esperando que les caiga algo de las sobras del partido”, añade.
Remarca que no todos los mexicanos son del PRI, pero en su mayoría llevan a un priísta dentro. Algunos lo reconocen, otros lo ocultan, pero el priísta ahí está.
“Es una metáfora el priísta que todos llevamos dentro, no todos lo somos, muchos millones no están afiliados al PRI, no estamos diciendo que somos priístas ni estamos haciendo campaña de afiliación estilo Sergio Andrade. Se trata de una metáfora que revela mucho de la cultura mexicana, de la conducta, de los vicios, de los abusos, de los errores, del ingenio de los mexicanos y que el PRI se apropió de ellos y todo eso lo sistematizó en un partido y luego en un sistema de gobierno”, explica.
“El PRI habla nuestro lenguaje, se apropió de una cultura que dice Agustín Basave [ex priísta y ex dirigente nacional del PRD] a lo mejor viene de siglos atrás. Juan Villoro dice que esta manera de ser del PRI no la inventó el partido, se apropió de la forma de ser de los mexicanos. ¿Tú crees que inventó las mordidas? No, cuando llegó el PRI ya estaban las mordidas, se dio cuenta que es un gran business y dijo ‘vamos a institucionalizarlas, vamos a institucionalizar el chapulineo, los huesos, el [reparto del] pastel’ todas estas prácticas que lo han hecho un partido en el gobierno durante más de 70 años”, añade, puntilloso.
Aclara: para él no todos los priístas son corruptos. Sobre qué significa ser priísta, eso es una pregunta pendiente para los priístas, algo que no contestaron los que fueron consultados.
“Con los priístas no se pudo, son disciplinados, simulan, el PRI vive con máscaras”, describe.
Dueños del show, esconden el desastre
Pese a ser oposición durante 12 años en el gobierno federal, el dinosaurio seguía ahí, parafrasea Lozano al escritor Augusto Monterroso. El coautor del libro El priísta que todos llevamos dentro considera que en 12 años de panismo en la presidencia, el PRI actúo como gobierno, pese a ser oposición.
“El PRI no abandonó el poder con Felipe Calderón, con la presencia de la maestra Elba Esther Gordillo o con Manlio Fabio Beltrones, que parecía el vicepresidente”, recuerda.
Asimismo, costumbres y frases priístas como “vivir fuera del presupuesto es vivir en el error” y otras aún aplican en el sistema político mexicano, sin importar la alternancia.
“Un político pobre es un pobre político, el que se mueva no sale en la foto, yo no uso chanclas. El priísmo de Emilio Gamboa Pascoe, líder de la CTM que se mandó a hacer una estatua, que en realidad se la regalaron los trabajadores de Chrysler, ese es el priismo que se hace estatuas, que quiere perpetuarse, es el símbolo de cacicazgo, de ‘yo me las puedo’, de ‘nadie me quita’, del ‘soy eterno porque te gusto’”, refiere.
“Hablo como tú, te doy lo que me pidas cuando estoy en campaña, cuando me conviene que votes por mí; estoy contigo cuando me conviene que estés en paz, y cuando me empieces a inquietar criticando la desigualdad, las desapariciones, las injusticias, tranquilo, yo sé cómo calmarte y te mando un Mexicable y todos felices”, desmenuza el método priísta.
“‘Mira el teleférico, ¡qué padre! ¿Y qué hay abajo? Desapariciones, feminicidios, crimen organizado, desigualdad, falta de empleo y educación en los peores niveles, eso es el PRI, es el gran show, una gran carpa que esconde el desastre del país y eso les ha resultado un gran negocio porque cumplen, porque la gente prefiere al ojete que al menso”, ironiza y parafrasea los grafittis que aparecieron en la administración de Vicente Fox, que decían ‘que se vayan los pendejos y regresen los rateros’.
Pero el PRI no sólo está en el sistema político, también está en las casas, con los papás autoritarios, en las organizaciones con sus sistemas piramidales, está en todos lados, considera.
Lozano recuerda que buscó no sólo a priístas, sino también a personajes ex priístas como el dos veces candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador, quien ya no le contestó, pero no descarta que lo haga, como tampoco que haya un segundo volumen de la obra escrita por Scherer Ibarra y él.