Descomplicado
México ante las amenazas de transnacionales que comercializan alimentos transgénicos
Distinguida recientemente como “empresa socialmente responsable” en México, la trasnacional Monsanto es repudiada por muchos en México y en el mundo. Si no es así, que entonces lo diga Greenpeace, su rival en cuanto a la siembra, comercialización y consumo de alimentos transgénicos. Ambas tienen a México como arena principal de una lucha que lleva décadas, sin que la primera pueda ser vencida, debido a su creciente ambición e indudable poderío económico.
El más reciente escándalo de Monsanto tiene que ver ahora con una carta firmada por un grupo de 110 ganadores del Premio Nobel en la que opinan que los organismos genéticamente modificados no causan ningún daño, cuando cientos de científicos, el Papa Francisco y millones de productores del campo, entre otros, sostienen lo contrario junto con Greenpeace.
Fundada en St. Lois Missouri, Estados Unidos, en 1901, la poderosa trasnacional empezó con la producción de sacarina para venderla a la Coca Cola. Un cuarto de siglo le bastó para convertirse en multinacional con la compra de acciones de empresas británicas a las que se fueron sumando otras de empresas que tienen que ver con la química, los plásticos, la resina, todo lo que concierne a la agricultura, insecticidas, herbicidas; la biotecnología y hasta la materia prima usada en las bombas de napalm que causaron millones de muertes durante la guerra estadounidense con Vietnam.
Pero lo que ocupa es que desde hace años ha pretendido arruinar a México con la introducción de maíz transgénico para acabar con el grano original que nuestra nación aportó al mundo para la alimentación de gran número de habitantes. El argumento de la trasnacional es que se debe autorizar la siembra de su semilla en tierras mexicanas para que el país logre la autosuficiencia de su comida principal. Hay que destacar que en estas intenciones la compañía gringa ha contado, por lo menos desde los gobiernos panistas, con la complicidad de las autoridades agrícolas que tenemos sin que hasta la fecha haya logrado vencer los amparos en contra que existen en la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Lo que Monsanto, marrullera como es, esconde es que sí quiere acabar con el maíz mexicano, pues hay que recordarle que México es autosuficiente en el grano blanco que es el que comemos los mexicanos y que el déficit se tiene en el maíz amarillo que es el que consumen los animales, faltante que se importa en su mayor parte de los Estados Unidos y es del transgénico producido por Monsanto. Según Robert T. Fraley, directivo de la empresa, con la aplicación de su tecnología, México puede convertirse en 10 años en una potencia internacional maicera, porque con el grano estadounidense se ahorraría hasta el 60 por ciento de agua y se reduciría el uso de pesticidas y fertilizantes que ellos mismos producen.
Greenpeace niega el paraíso prometido a millones de empobrecidos campesinos mexicanos. Dic que en todo el mundo el único beneficiado ha sido Monsanto que controla el 90 por ciento de las semillas transgénicas que ya ha experimentado en el norte del país bajo permiso de la última administración panista, gracias a que –afirma la organización ambientalista más importante del mundo–, a fin de obtener ganancias, Monsanto hace lo que sea: no duda en violar la ley, sobornar funcionarios, afectar la salud o contaminar el ambiente.
De su sucio expediente, Greenpeace relata que Monsanto produjo y comercializó el agente naranja usado en Vietnam y que además desarrolló cáncer en miles de civiles inocentes; fabricó durante años el letal DDT; sobornó a autoridades de Indonesia para meter el algodón transgénico a esa nación; Francia la condenó por publicidad engañosa y, en su propio país, Estados Unidos se le impuso una multa de 2.5 millones de dólares por más de 1,700 violaciones a normas de seguridad. Por si fuera poco, la trasnacional ha demandado a miles de agricultores que han sido contaminados con su semilla, el polen que n o tiene fronteras, y les cobra por su uso. Es por ello que en la Unión Europea tiene prohibida su operación.
A este repudio se agregó el propio Papa Francisco al respaldar, en 2015, que sobre el tema le enviaron científicos y académicos preocupados por los cultivos transgénicos y su impacto sobre las poblaciones rurales y urbanas, la soberanía alimentaria de los pueblos y la naturaleza, la tierra, el agua, las semillas y las economías, principalmente de los países del Sur global.
Dedicados por años a su estudio, los expertos sostienen que el caso de los transgénicos no es solamente un debate científico y técnico, sino que tiene además fuertes ramificaciones económicas y políticas. Sin embargo, muchos científicos que defienden los cultivos transgénicos ocultan la mayoría de sus problemas e incertidumbres científicas, así como el hecho de que con los transgénicos, las grandes corporaciones de agro-negocios avanzan hacia el control absoluto del sistema agroalimentario.
Las estadísticas oficiales de países donde se plantan la mayoría de los cultivos transgénicos, muestran que en promedio estos producen menos por hectárea, usan una cantidad mucho mayor de agroquímicos y han provocado un aumento significativo del desempleo rural y del vaciamiento del campo.
Los cultivos transgénicos son la herramienta fundamental para que la decisión sobre la alimentación de los países la tomen grandes corporaciones transnacionales, cuyo fin expreso es la ganancia, no el interés social, afectando gravemente la soberanía alimentaria e impidiendo el desarrollo de sistemas agrícolas diversos, que favorezcan a la mayoría de las poblaciones, especialmente a los más pobres, así como a la salud pública y al ambiente.
Particularmente grave, por su carácter irreversible y por la complejidad de sus impactos, es la amenaza inminente de liberación comercial de transgénicos en su centro de origen, como el maíz en Mesoamérica y el arroz en Asia; así como la presión para romper en los próximos meses la moratoria que existe en Naciones Unidas contra la tecnología transgénica “Terminator” para hacer semillas suicidas.
Ante este panorama, hay que señalar que en México la trasnacional Monsanto ha contado con aliados de la talla de secretarios de Agricultura, de altos funcionarios de la Presidencia de la República, de centrales campesinas, legisladores y comunicadores bien tratados a cambio dela promoción de los transgénicos a cuyo uso se oponen la mayoría de los productores del país y, actualmente trasciende, indígenas como los mayas del sureste de la República que llevan a cabo una lucha con la trasnacional que quiere imponer en sus tierras la siembra de la soya transgénica