Escenario político
Este 13 de marzo pasado, se han cumplido nueve años desde que el cardenal arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, fue elegido como el primer Papa de origen latinoamericano y el primero proveniente de la Compañía de Jesús. Su elección, como el 266 sucesor de san Pedro, fue una sorpresa para un mundo católico que aún digería el inédito acto de renuncia del papa Benedicto XVI.
De inmediato, el mundo notó que Bergoglio hablaba un lenguaje diferente, lejos del tradicional ‘vaticanés’ que se embrolla en indiferentes diplomacias y eruditas teologías. El lenguaje de Francisco ha consistido en ‘gestos’, en pequeños actos de sencillez y cercanía, en metáforas contemporáneas y en un ejemplo de vida y trabajo a la vista de todos.
Hasta ahora ha firmado tres Encíclicas: ‘Lumen fidei’ del 2013, un breve trabajo a ‘cuatro manos’ con el material adelantado del papa Benedicto XVI como él mismo reconoció pero sensiblemente aderezado con su particular mirada sobre el sufrimiento humano y la primera vez que menciona uno de los pilares de su pensamiento social: el tiempo es superior al espacio. “El espacio cristaliza los procesos; el tiempo, en cambio, proyecta hacia el futuro e impulsa a caminar con esperanza”.
Francisco ha dejado para el magisterio universal otras dos encíclicas: ‘Laudato si’ y ‘Fratelli tutti’. Dos aportaciones largas, densas y proactivas. La primera habla sobre la ‘ecología integral’ donde reflexiona sobre la dimensión económica y antropológica contemporánea; la segunda habla de la ‘fraternidad universal’ en sus dimensiones de caridad, diálogo, educación, política local, internacional y migratoria. En ambas cartas comparte un urgente llamado a ‘apostar por otro estilo de vida’; claramente un llamado desde la espiritualidad cristiana pero con suficiente apertura para abrazar la diversidad y no para constreñir al catolicismo detrás de sus baluartes y seguridades.
Justo esto ha sido lo más trascendental del pontificado de Francisco, la incesante petición de un cambio de actitud por parte de toda la Iglesia católica: Salir de su encierro, abandonar las seguridades acumuladas, despreciar la autosatisfacción y poner todas las riquezas materiales y espirituales al servicio de una humanidad sufriente. Esto lo ha declarado en cada uno de sus viajes apostólicos que ya abarcan todos los continentes, donde se ha encontrado con más de 50 naciones diferentes y con los más diversos fenómenos sociales: pobreza, migración, exclusión, guerras, persecución religiosa, afectaciones medioambientales, abuso, desigualdad y tensiones políticas.
En estos años, si Francisco ha dado algún acicate con cierta dureza ha sido exclusivamente a los miembros de la Iglesia católica: abandonar el clericalismo, predicar con el ejemplo, reconocer los errores, sembrar sin cosechar, pedir perdón y recomponer caminos torcidos.
Estos principios los ha vertido reiteradamente en exhortaciones apostólicas, discursos, homilías, audiencias y meditaciones cotidianas. Ha convocado a la ‘revolución de la ternura’, a la ‘reforma de las actitudes’, a la ‘Iglesia en salida, pobre y para los pobres’, a la ‘Iglesia sinodal’ e incluso a abandonar las ‘facciones’ internas.
Francisco, por ejemplo, ha demostrado que incluso el Catecismo de la Iglesia Católica es susceptible de ser modificado cuando se pone en el centro a la persona y su dignidad. Hasta antes de Bergoglio, por ejemplo, la ‘pena de muerte’ ya era una punición indeseable y desaconsejable por parte de la Iglesia pero no la condenaba del todo: había circunstancias excepcionales donde admitía su aplicación. Hasta antes de esta reforma, se podía ser católico y estar a favor de la pena de muerte; hoy, es un contrasentido y los defensores de esta sanción van contra la enseñanza oficial e institucional de la Iglesia.
Parecen muchas, pero sus reformas estructurales en la Iglesia han tomado rápidamente carta de ciudadanía y fueron generalmente bien recibidas: la reforma judicial del Vaticano, la reforma de asuntos económicos, la orientada a la transparencia en la adjudicación de bienes, sobre los órganos de comunicación, los ajustes en torno a los procesos de nulidad matrimonial, sobre los procesos canónicos contra los abusos sexuales y el encubrimiento, la reforma para la protección de los menores y las personas vulnerables; y, por supuesto, los cambios nominativos, administrativos y operativos en buena parte de los dicasterios romanos. Todo esto sin contar la ejemplar promoción de los liderazgos femeninos dentro de las estructuras de la Iglesia; pues a muchas mujeres les ha ampliado funciones jerárquicas, confiado tareas estratégicas y colocado frente a relevantes organismos curiales.
En fin, ha comenzado el décimo año de un intenso pontificado y, cada vez más, los círculos eclesiásticos intuyen la proximidad de un cónclave, los cardenales voltean a mirarse con interés y no faltan los entusiastas constructores de profecías. Parece, sin embargo, que en Francisco no disminuye el ánimo. Ya ha confirmado otro viaje internacional a África y, en el marco de la guerra en la Europa oriental, no ha dudado de incidir directa y personalmente en favor de la paz. Seguro vendrán nuevos y muy graves desafíos para el pontífice ‘del fin del mundo’ que ya advierte malestares físicos evidentes pero, él mismo ya lo advertía: “El tiempo proyecta hacia el futuro e impulsa a caminar con esperanza”.
Felipe de J. Monroy es Director VCNoticias.com
@monroyfelipe