
Simulacros de realidad en tiempos de la IA
Por estos días estamos de plácemes en Oaxaca, capital. Y cómo no. Si se cumplen ni más ni menos que 481 años de haberse firmado su acta de nacimiento en Medina del Campo, España, para nombrarla Antequera, según cédula real y, por tanto “muy noble y leal”.
La historia viene de más atrás, cuando los primeros pobladores de este lugarcito le llamaron Huaxyacac y la fundaron en 1486 y aquí se levantaron por entonces viviendas, huertos y se encontró casa, comida y sustento para quienes decidieron hacerla un lugar de estar. Se llama Oaxaca, porque, según los libros, es una palabra derivada del náhuatl Huaxyacac que quiere decir “En la nariz de los huajes”…
En diciembre de 1521 llegó aquí Francisco de Orozco enviado por Hernán Cortés para buscar el oro de estas tierras y con la instrucción de llamarla Segura de la Frontera; en 1526 recibe autorización para ser Villa y fue nombrada de la Nueva Antequera y confirmada así para 1528 porque el Oidor Real, Nuño de Guzmán, era de Antequera, en España… Y ya se sabe que en eso de los nombres, los españoles se sirvieron con la cuchara grande.
Con todo eso, el 25 de abril de 1532 –hace 481 años- recibió el título de “muy noble y leal ciudad de Antequera” Firmó la cédula real el rey Carlos V de España y de ahí en adelante retoma su nombre original, como Oaxaca en 1821 y en 1872 se le agrega el apellido Juárez porque había muerto don Benito, el héroe epónimo de nuestra tierra, aunque tenemos más de quienes presumir, como los hermanos Flores Magón, Matías Romero, el coronel que sí tenía quien le escribiera, Porfirio Díaz, José Vasconcelos y más que le dan brillo y lustre a nuestro linaje…
Pero más allá de las gloriosidades históricas, es nuestro presente el que nos obliga. Una ciudad de 86.98 kilómetros cuadrados que es Patrimonio de la Humanidad desde 1987, según la UNESCO y por lo mismo, es de todo el mundo por su belleza, por su grandeza monumental, por su arquitectura, por su luz, por sus colores, por sus cielos que son del color de las turquesas, por su gente y por lo que somos, hemos sido y seremos, incluido por nuestro orgullo de ser oaxaqueños…
… Pero también es de nosotros y nada más que de nosotros los oaxaqueños, porque la merecemos y porque la queremos, a pesar de los pesares, a pesar de dimes y diretes, a pesar de agravios y a pesar de que aquí se asientan los poderes y la falta de poderes…
Oaxaca, nuestra ciudad, es nuestra porque en ella está el recuerdo de lo que fueron nuestros padres y los padres de ellos; porque está aquí el aire y el aroma de lo que vivimos y lo que aspiramos y lo que soñamos…
Y eso de los sueños se nos da bien: ahí están los alebrijes maravillosos y los sueños puestos en telas y en barro y en cada uno de los bocados que nos llevamos a la boca para saciar nuestra inmensa necesidad de llenarnos de Oaxaca.
Oaxaca es nuestra porque sólo a nosotros nos hablan sus muros de cantera verde esmeralda y porque esos muros nos recuerdan lo mucho que hicieron quienes estuvieron aquí antes y más antes y hasta el infinito piedra a piedra: porque levantar una ciudad tan hecha y tan bien hecha como es la ciudad de Oaxaca requirió el sudor, la sangre, el esfuerzo, el trabajo interminable y esforzado de miles de oaxaqueños que la pulieron y con el vaho de su aliento le dieron vida.
Hay pobreza aquí: si; hay quebranto aquí: si; hay falta de mucho y sobra de poco: si. Pero también hay las ganas de que un día nuestras calles vuelvan a ser todos los días del año nuestras; para recorrerlas con libertad y para llevar por ahí o por allá el recuerdo de aquella mano que nos conducía cuando niños y la mano que hoy llevamos para conducir. Por ahí, bajo alguno de nuestros laureles, está el laurel de nuestro primer secreto…
Y vamos paso a paso, por Santo Domingo; por Carmen el alto, por Sangre de Cristo, por San Juan de Dios, por la Soledad, por la Catedral, por los portales en donde está gente amiga tomando aquel mezcalito que pone los cachetes rojos…
Todo eso está ahí. Y también está la gran responsabilidad de todos los que la queremos; para preservarla, para hacerla respetar, para exigir respeto y para obligar a quien gobierna a que sea gobierno y nos la mantenga en las mismas condiciones en las que la queremos porque es para quienes nos sigan y para los niegos de quienes nos sigan, hasta el fin del tiempo.
Lo dijo el fraile Francisco de Navarrete: “Hay ahí una luz resplandeciente que hace brillar la cara de los cielos”. Si. No queda nada más que decir: todo ahí está cifrado… Acaso si, falta el sonido de las marimbas; falta el inmenso canto de las chirimías; faltan los pregones de vendedoras y vendedores; falta la sonrisa del niño aquel y falta no olvidar que aquí quedó escriturado que “Dios nunca muere”. [email protected] Twitter: @joelhsantiago
QMX/jhs