Escenario político
El caso de Marco Antonio y los extraños eventos.
Desde luego que en el singular asunto del raro extravío del joven estudiante de la preparatoria número 8 (Miguel E. Schulz), Marco Antonio Sánchez Flores no puede ni debe hablarse de desaparición forzada, como lo ha venido insistiendo Miguel Ángel Mancera, jefe de gobierno de la ciudad de México. Tiene razón el jefe de gobierno capitalino. No hay desaparición forzada, pero si una cadena de anomalías y yerros por parte de la policía a su mando.
La actuación de los policías al mando de su subalterno, Hiram Almeida, secretario de seguridad pública de lo que fuera el distrito federal, es muy cuestionable. No sólo violentaron los protocolos existentes, sino que dejaron en evidencia una serie de irregularidades en su accionar, que urgen aclarar. La investigación que promete debe ser transparente y a fondo.
La aparición de Marco Antonio –joven de buenas calificaciones, deportista y bien visto por la comunidad preparatoriana de Lomas de Plateros—cinco días después de que salió sano y salvo de su casa, en condiciones sumamente lamentables tanto físicas como mentales, indican que algo grave le aconteció en su peregrinar extraviado de Azcapotzalco al municipio de Melchor Ocampo, en el estado de México, distante a 40 kilómetros.
Resulta difícil dudar de las palabras de los padres, quienes lo vieron partir por la mañana sano y dispuesto a realizar sus deberes escolares, y que cinco días después de aparecer no pueda reconocerlos, ni reconocerse asimismo, ni saber por dónde deambuló, ni cómo sobrevivió.
Sus compañeros, quienes lo acompañaron a tomar fotografías de murales grafiteados, indican que antes de subirlo a la patrulla estaba bien, en buenas condiciones de salud. Los policías que lo sometieron indican que procedieron por una acusación de un supuesto robo de un celular. Lo extraño empieza aquí, pues no hay ni demandante, ni celular. Lo extraño también es que hay testimonios de que ya en el suelo recibió golpes con un casco y un tolete y ninguno de los policías que lo sometieron se percataron –¿O sí?– de que lo conmocionaron.
Dos de los cuatro policías que lo sometieron ya comparecieron y dieron su versión de los hechos, aseguran haber cumplido con su deber y haberse ajustado a los protocolos existentes, que sólo lo detuvieron cinco minutos en la patrulla y al no existir denuncia lo dejaron ir. Extraño que no lo llevaran ante el ministerio público, pero más extraño que la patrullara trajera desconectada la cámara y no existan testimonios de esos cinco minutos.
De ahí en adelante todo es confuso y dudoso. ¿Dónde y cómo lo dejaron? ¿Bajó ileso de la patrulla? Y aún más raro y sospechoso, dos de los cuatro policías desparecen: uno se ampara y otro huye a Guerrero. ¿Por qué, si nada hicieron o deben?
Ahí inició el extravío de Marco Antonio. Confundido, extraviado, fuera de sí, deambuló por cinco días en una zona altamente delictiva. Por las notas periodísticas se desprende que es un corredor sumamente peligroso. Por las tomas de las cámaras –que lo lograron captar en su errante andar– se le ve extraviado, confuso y cojeando visiblemente. ¿Qué le pasó? ¿A qué estuvo expuesto? Mínimo al frio, la deshidratación, la inanición y la pérdida de sí mismo. Cinco largos días en los que crecía la angustia de los padres y la indignación de sus compañeros preparatorianos, así como en redes sociales.
Diversas tomas lo ubican en Tlalnepantla y siempre con atuendos distintos. En un juzgado cívico de dicho municipio mexiquense, donde lo ingresan y posteriormente lo dejan ir, tambaleante, incoherente y visiblemente vulnerable, vestido con una playera blanca. Ahí nadie le presto oídos, nadie lo ayudó, lo arrojaron a la calle sin siquiera brindarle una manta. Ni de los policías ahí presentes, ni de las autoridades ministeriales hubo la menor muestra de humanidad, de sensibilidad, pese a saber había un joven desparecido. Fallaron todos aquellos que se dicen están para proteger a la ciudadanía en el estado de México.
Finalmente Marco Antonio apareció vivo, deambulando por rumbos totalmente desconocidos para él. Víctima de mal trato y abuso policial. Y si bien conservó la vida, no así la cordura y el bienestar físico. Fue ingresado a un hospital psiquiátrico para ser evaluado. El diagnóstico revela un delirio mixto, propio de golpes en la cabeza o un trauma extremo.
La sociedad indignada exige una amplia y transparente indagación de todo lo ocurrido, pues no podemos criminalizar a nuestros jóvenes por el hecho de ser jóvenes. Marco Antonio apareció así por actos atroces no porque sea un vago o un drogadicto, como han señalado para tratar de minimizar un hecho aberrante en la procuración de justicia.
Y por cierto, al respecto poco o nada han dicho los candidatos a ocupar la gubernatura de la ciudad de México. Para Alejandra Barrales, candidata del PRD, la policía se apegó a los protocolos existentes; para Claudia Sheinbaum hubo desaparición forzada, y para Mike Arreola el hecho no le merecido la mayor atención, pues anda, con su compadre Meade, descubriendo que en la ciudad de México hay un tráfico insoportable.
El asunto no quedará ahí, pues al igual que el abandono de los damnificados a poco más de cuatro meses del sismo y la extraña desaparición de Marco Antonio y su reaparición visiblemente dañado, están en el ánimo y emociones de los chilangos que pasarán facturas en las próximas elecciones.