Eliminar autónomos, un autoengaño/Bryan LeBarón
Lejos de que las fiestas decembrinas de paz y amistad nos embarguen parece que la violencia es la que se enseñorea. A las macabras cifras de la guerra contra el narcotráfico, una guerra que se pierde y reclama nuevas y mejores estrategias, se suman las de la delincuencia común, las vendettas personales y el inexplicable incremento de agresiones contra las mujeres mismas que van desde golpizas hasta asesinatos.
La golpiza de la que fue objeto nuestra campeona olímpica Ana Guevara, ahora senadora por el Partido del Trabajo, es totalmente reprobable, injustificable y condenable. Guevara, atleta femenina incomparable en el país, regresaba de descansar en algún lugar cercano de Valle de Bravo, estado de México, cuando fue alcanzada por una camioneta que la golpeó en la motocicleta que ella misma conducía. De inmediato bajaron cuatro sujetos y la sometieron con brutales golpes, de tal tamaño que la provocaron fracturas en el rosto que debieron ser atendidas en un hospital.
Un día después en conferencia de prensa desde el Senado de la República, donde sus pares legisladores le ofrecieron todo el apoyo, no pudo terminar su relato pues los sollozos y lágrimas la ahogaron en impotencia. Alcanzo a pedir un ¡basta ya contra la violencia! y más contra las mujeres.
En lo particular no creo, y eso es una mera suposición, que haya sido un ataque de género o machista, si no de que iban por ella a darle una lección o bien enviar un mensaje. No dudo que en breve se detendrá a los perpetradores, cobardes a sueldo que se prestaron al vil ataque contra una mujer indefensa. Con su detención sabremos los motivos del mismo.
El mismo día en que fuera agredida Guevara, a quien siempre recordaré como una mujer impresionante dominando los 400 metros planos, fueron ejecutadas cuatro mujeres en el mismo vecino estado de México, que gobierna el priísta Eruviel Dávila, y a quien en infinidad de ocasiones las voces femeninas de aquella entidad le han exigido frene los femenicidios.
En tanto, el Secretario de Gobierno mexiquense, José Manzur, informó que ya tienen identificada a la propietaria de la camioneta, donde viajaban los agresores, se trata –dijo– de una mujer de Coacalco, sólo que hasta el momento, jueves 15 de diciembre 8 am –no se tiene a ningún detenido.
Guevara con el rostro visiblemente lastimado por la triple fractura expresó con voz indignada y violentada: “esta marca que me han dejado en mi cara, estos clavos que voy a portar por el resto de mi vida y estas placas van a ser el recuerdo constante de que haré lo que esté en mis manos siempre por defender la no violencia contra las mujeres”.
“Voy a subir una foto diaria de este golpe en nombre de esas mujeres y de un ya basta a esta violencia porque no es justo. No es justo que siga habiendo tanta injusticia, que se siga dando de manera tan arbitraria y tan cobarde”. Cobarde, artera e impune la violencia contra Ana y cientos de miles de nuestras mujeres, la mayoría víctimas de sus compañeros sentimentales o de neandertales que sienten pueden disponer der sus vidas.
La violencia instalada en nuestra cotidianidad. Dicen los siquiatras que es un problema de salud mental. Pregunto ¿curable?
Diez largos años de angustia, dolor, sangre y muerte han pasado desde que el ex presidente de bandera blanquiazul, Felipe Calderón, le declaró la guerra al narcotráfico y sus principales protagonistas, los capos narcos y sus brazos armados: miles de sicarios reclutados entre la población más joven del país. De entonces a la fecha los muertos se han multiplicado hasta llegar a cifras espeluznantes.
Según me explica mi amigo Juan Pablo Becerra Acosta, especialista en temas de delincuencia organizada y guerra contra los narcodelicuentes, con base en datos del diario Milenio, los enfrentamientos directos entre las Fuerzas Armadas –Marina y Ejercito– han dejado cuatro mil 366 muertes, lo que implica sólo un 4.8 por ciento de las 90 mil 658 fallecidos (contabilizadas por el diario) en ésta larga guerra, que tiene registrados tres mil 954 enfrentamientos.
Y todavía, así, hay quienes sostienen en el gobierno federal que no hay una guerra, aunque del 2006 a la fecha han caído 388 soldados y marinos. El último enfrentamiento se registró la semana pasada en Veracruz donde tropas del Ejército abatieron a 20 malandros armados con rifles de asalto y una metralleta de calibre 50, capaz de perforar vehículos blindados, como ocurrió en la emboscada de Sinaloa, aún sin resolver.
La advertencia del General Salvador Cienfuegos es de preocupar y ponerse urgentemente a trabajar señores y señoras legisladoras, se resume en que o hay un marco legal para que las Fuerzas Armadas puedan combatir a los delincuentes mayores o se regresan a los cuarteles, pues ya están hasta al gorro de hacer tareas propias de las policías federales, estatales y municipales, que en diez años no se han podido depurar, capacitar y preparar para hacer frente al enorme desafío de proteger a la ciudadanía y enfrentar a un enemigo terrible e invisible.
Confío en que atraparan a los agresores de Ana Guevara y serán castigados con el peso de la ley, su cobardía no debe quedar impune. Dudo el regreso pronto de las fuerzas armadas a los cuarteles, creo pasarán otros diez años y seguiremos contando con cuerpos policiacos poco confiables y mal preparados.
Mientras, la violencia seguirá en ascenso y la guerra perdiéndose.