
Poder y dinero
Urge reconstruir en Oaxaca y Chiapas
Más allá de las banderas políticas, las ideologías y las posturas partidarias, la reconstrucción de las zonas devastadas por el reciente sismo de 8.4 es una necesidad imperiosa. A nadie beneficia y si perjudica el que la ayuda solidaria, brindada por todos los mexicanos a sus hermanos en desgracia, lleve etiquetas de partidos y nombres de políticos. Lo que se necesita es mano que se sumen a quitar escombros, a ayudar a los heridos y damnificados e iniciar a la brevedad el levantamiento de los censos respectivos para dimensionar el tamaño del desastre.
La reconstrucción de escuelas, hospitales y carreteras es básica, como fundamental es dotar de un techo seguro a las miles de familias que vieron caer en pedazos su patrimonio familiar edificado durante generaciones. Para nadie es una ciencia que para sobrevivir moderadamente se requiere de un trabajo que de sustento, comida para avanzar y un techo para guarecerse y cobijarse. Hoy esos miles de oaxaqueños y chiapanecos lo han perdido todo, hasta lo más elemental.
La cifra de fallecidos ha llegado a 98, el número de casas dañadas, tan sólo en Chiapas, es de 17 mil. Los daños en diversos municipios de Oaxaca no han podido ser cuantificados en su totalidad por la dificultad de llegar a lugares apartados, donde el acceso por tierra es casi imposible. La dimensión del siniestro en términos económicos es aún incuantificable, pero será de miles de millones de pesos. Los damnificados, que si bien reciben el apoyo y la solidaridad del resto de los mexicanos, no tienen ni la menor idea de cómo volverán a edificar sus modestas viviendas.
Los daños se registran en más de cuatro mil 400 comunidades de las dos entidades más afectadas, en las que habitan cientos de miles de mexicanos. Sabemos hasta hoy que el número de damnificados es de aproximadamente un millón 600 mil personas, que ha sufrido desde pérdidas parciales hasta totales. ¿Cómo y con qué empezar de nuevo? La pregunta de ésta enorme tragedia que a leguas denota rebasa a autoridades municipales, estatales y federales, quienes –efectivamente—hacen sus mejores esfuerzos, pero no alcanzan.
Me parece pertinente que la ayuda llegue a los necesitados a través de instancias oficiales y acreditadas como el Ejército, la Cruz Roja y no de entes políticos y personajes con fines de lucrar o medrar con el dolor humano. Propuestas sobre cómo obtener mayores recursos para la atención de damnificados y la reconstrucción de amplias zonas dañadas van y vienen en las redes. Desde que se les quiten recursos económicos a los partidos y sus campañas, hasta que se les descuenten salarios a integrantes de los poderes legislativos y judiciales que gozan de sueldos y prestaciones millonarias. Pero creo que en estos últimos casos será la conciencia de cada uno la que dicte sus pasos a seguir, sin afanes protagónicos o propagandísticos.
Banqueros y empresarios podrían hacer lo propio, unos con créditos blandos y a muy largos plazos, otros con la donación de recursos económicos y materiales como cementeras y acereras. Podríamos pensar en el concurso de las universidades y colegios de ingenieros y arquitectos para el diseño y edificación de viviendas más viables y duraderas para zonas sísmicas. Hecho que es posible, pues después del terremoto de 1985 las normas y reglas para edificar en la ciudad de México se hicieron más exigentes, a fin de resistir los embates provenientes del suelo y mares profundos.
México ya no se puede permitir la edificación de obra pública o privada sin los mayores estándares de construcción en tierra de sismos. Sabemos que vivimos en un cinturón volcánico, sobre la falla de San Andrés y que los sismos y terremotos se repetirán ¿cuándo y de qué intensidad y magnitud? No lo sabemos, pues estos no son predecibles.
Los expertos, los verdaderos científicos, no los charlatanes de redes sociales lo han dicho en diversas ocasiones, pero no aprendemos. Los temblores no son predecibles de ahí que hay que mantenerse alertas y no hacer caso de mensajes alarmistas en redes sociales que “advierten de un gran movimiento telúrico por venir”. Lo que si señalan con toda certeza es que no debemos olvidar que “vivimos en una zona altamente sísmica”.
Recientemente los científicos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) explicaron que nuestro país se ubica en una región sísmica donde convergen las placas de Cocos y Norteamericana, lo que provoca constantemente dichos fenómenos, que en general son sin consecuencias, pero pueden alcanzar altas intensidades. Tan sólo en 2016 se registraron 15 mil 400 temblores a los cuales estuvieron expuestos 50 millones de personas, pero fueron perceptibles sólo para 30 millones.
Lo que no se vale y ha salido a la luz es la podredumbre humana, entre aquellos que se han robado alarmas sísmicas y los que saquean la ayuda para los damnificados. Lacras humanas también han aparecido en el pillaje de zonas dañadas para robar la ayuda para los que perdieron todo. Entes tan criminales como los pillos que incurrieron en las diversas irregularidades en la construcción del llamado paso Express y costó la vida de dos personas.
Contra la naturaleza nada se puede. Huracanes y temblores han mostrado nuestra enorme vulnerabilidad contra su fuerza. Pero contra los criminales que provocan que estos daños sean mayores si se puede luchar y tratar de erradicar la corrupción cobijada por la impunidad.
Son tiempos de dolor, solidaridad y movilización de la llamada sociedad civil, para exigir sus derechos.
Son tiempos electorales, tiempos de cobrar facturas a los malos gobiernos y políticos corruptos.