La nueva naturaleza del episcopado mexicano
Luego del sismo, abandono y reconstrucción viciada.
A unas cuantas horas, días de cumplirse los primeros dos meses de registrarse el sismo que devastó buena parte de la ciudad de México, así como diversos poblados de Morelos, entre ellos Jojutla, la suerte de los damnificados ha pasado a segundo término. La solidaridad y el fervor por buscarles y rescatarlos, en las primeras horas y días, se ha ido diluyendo.
Hoy asoma la indiferencia vecinal, el abandono gubernamental, la rapiña de los malos de siempre, la corrupción y complicidad entre constructoras, inmobiliarias y autoridades delegacionales y capitalinas, que en mucho contribuyeron a que se colapsaran 138 edificios y perdieran la vida 228 personas. Los miles de edificios dañados –cerca de tres mil—no han sido revisados del todo y se mantienen endebles a punto del derrumbe, sus ex habitantes con dificultades recupera sus escasos valores y pertenencias. La llamada reconstrucción en la ciudad capital del país va lenta y desespera a los afectados y vecinos.
Los que no han perdido el tiempo, pues es dinero y especulación del mismo, son los constructores e inmobiliarias. Violentando el uso del suelo y las normas de construcción, con el número de pisos permitidos, siguen su afanosa tarea de edificar en zonas próximas a las siniestradas y donde científicos expertos en geociencias han señalado hay fallas, que harán de esas construcciones próximas trampas de muerte para sus habitantes. Su voracidad no tiene límite como tampoco la tiene la complicidad de las autoridades locales. Asoma la corrupción desde ahora.
A la vez, la energía de los miles jóvenes millennias que tomaron las calles para ir a la búsqueda y rescate de los suyos se ha transformado en indiferencia y cada quien vuelve a sus tareas cotidianas de sobrevivencia. Las notas sobre el acontecer político, que no de la angustia social, vuelven a ocupar los primeros planos de los medios, así como los sesudos análisis de comentaristas y opinólogos de los medios convencionales.
La cifra millonaria, de 48 mil millones de pesos, para reconstruir Oaxaca, Chiapas, Puebla, Morelos y la ciudad de México parece inalcanzable pese a las donaciones de fuera y de dentro. Las zonas cero permanecen ahí como cicatrices de la gran tragedia, al igual que cientos de edificios seriamente dañados que no han podido ser demolidos. Lo más patético y doloroso también se manifiesta en las calles. Damnificados y vecinos cerrando, bloqueando arterias en demanda de atención de las autoridades locales y federales. Atención que, a su vez prometen las autoridades en el discurso de la plaza pública, pero que no llega a las comunidades, delegaciones o colonias. Todo luce anegado, bajo los escombros, sin que se perciban soluciones reales, expeditas y viables.
A la par se irritan los ánimos por la diferencia de intereses. A golpes, empujones y cachetadas se enfrentan vecinos, unos en demanda de la demolición de los edificios, otros por la exigencia de que se realicen los dictámenes correspondientes o bien por recuperar sus escasas pertenencias aún entre las ruinas. Se niegan a abandonar las cercanías, pues permanecen, ahí, sus muebles, sus valores, sus recuerdos. Los miles de damnificados siguen finalmente en la calle, a la intemperie y a la espera de la ayuda. El multifamiliar de Tlalpan podría ser el mejor ejemplo, pero hay más, decenas, centenas, miles de casos más.
A nivel gubernamental observamos el enfrentamiento entre autoridades locales y federales. Uno que pide más y más recursos y no le dan, y ahora se asombra, se pregunta y se contesta “será porque es año electoral, no sé pero no nos dan…” Argumenta entonces que castigan a la capital. Los otros regatean hasta las mismas donaciones provenientes del extranjero. La poca ayuda que fluye es de la misma sociedad civil con acopios para Juchitán, en la reconstrucción de Xochimilco y Tláhuac. Mientras, por el norte de la ciudad, vecinos de Tlatelolco, dos veces víctimas de sismos devastadores, claman por atención y ayuda oficial.
En el centro, desesperados comerciantes de la llamada zona Rosa piden la ayuda local para la demolición de un edificio sumamente dañado en la calle de Génova. Aseguran que hay pérdidas millonarias por la presencia de un inmueble con señales de pronto colapso y que aleja a la gente. Advierten que el lugar es como una zona fantasmal, pues ya nadie se acerca por miedo a que se venga al piso. La sensación de inseguridad por los inmuebles dañados persiste entre los capitalinos, como aumenta la irritabilidad y desesperación de los damnificados por la lenta y, en muchas ocasiones, nula ayuda oficial.
Que poco nos duró la solidaridad, menos aún la de los políticos que ofrecieron donaciones económicas de sus partidos. Se montaron un ratito en los escombros para hacerse ver, pero hasta ahí. Hoy están más ocupados en sus candidaturas y en los recursos que obtendrán por las mismas. Los damnificados no son una buena clientela política, ya no se les puede sacar mayor raja.
El colegio Enrique Rébsamen, de la delegación Tlalpan, donde fallecieran 19 pequeños y siete adultos, dejó de ser nota, salvo para pegarle, y duro, a la delegada de dicha demarcación, Claudia Sheibaum, que según las encuestas de algunos diarios no afines a los morenos, la señalan como desaprobada y con un sensible declive en las tendencias de voto. Mientras que el indeciso Ricardo Monreal, jefe delegacional de la Cuauhtémoc dice que esperará hasta el último para definirse. Vende caro su amor el aún militante de Morena y se mantiene agazapado.
Pero amén de dicha situación, lo que más enerva son los actos de corrupción en torno a los edificios colapsados y severamente dañados en el pasado sismo, y que causaran tantas muertes donde no tenía que ocurrir. Inmuebles construidos violentando toda norma de construcción y con materiales de mala calidad. Ambición y corrupción que afloró en la mayoría de las construcciones venidas a pique en las delegaciones Benito Juárez y Cuauhtémoc y donde están inmiscuidos funcionarios capitalinos y delegacionales, así como decenas de constructoras que serán beneficiadas con la reconstrucción. Vaya cinismo.
Habría que recordarles, entre muchas cosas, que el edificio de Zapata, en la delegación Benito Juárez, que a unos meses de ser entregado y habitado se colapsó, por ésta monstruosa colusión. O bien que anteriores delegados, en la Benito Juárez, como Jorge Romero, tenían conocimiento de que había cuando menos 209 construcciones ‘empadronadas’ en un listado inicial, que violaban el uso de suelo al exceder el número de pisos permitidos, como fue el caso de Escocia y Edimburgo –en la colonia Del Valle—y donde fallecieran decenas de personas, entre ellas Martín y Florencia. O que sólo 3 de los 130 edificios derrumbados tenían su historial completo.
Vaya cinismo.