Corrupción: un país de cínicos
López Obrador, desconcertante
A donde vaya, y aún no sabemos hacia dónde va, la estrategia para pacificar el país que traza en estos días el equipo de Andrés Manuel López Obrador está definida por la confusión y la ambigüedad. Si envuelto en esa ambigüedad el próximo presidente improvisó el viernes una respuesta ante la enérgica exigencia de justicia que le hicieron familiares de las víctimas, lo cierto es que se acaba el tiempo en que podía hacer eso sin consecuencias.
En su campaña, el candidato triunfante ofreció justicia, pero al mismo tiempo hizo suya la idea del perdón como instrumento para la pacificación. Hasta la fecha no se sabe bien a bien qué quiere decir cuando expresa tal idea, pero si significa una inerte resignación ante el agravio, ya quedó claro que la comunidad de víctimas –y la sociedad– no acepta ni perdonar a los victimarios, ni olvidar el agravio.
Como sucedió en el primer foro para la pacificación, realizado el 7 de agosto en Ciudad Juárez, el clamor por justicia se impuso también en el denominado “Segundo Diálogo por la Paz, la Verdad y la Justicia” realizado en la Ciudad de México el viernes y al que el presidente electo acudió como invitado, escenario en el que se manifestó en toda su profundidad el intolerable sufrimiento que padecen las familias de las víctimas.
En Juárez, el discurso de López Obrador se centró en la idea del “olvido no, perdón sí” como eje de lo que pretende convertir en la política de su gobierno ante la violencia y la inseguridad. En la capital utilizó otra vez esa prédica, pero conmovido por los testimonios de los asistentes, también hizo el compromiso de brindar justicia hasta donde le sea “humanamente posible”, e incluso anunció que cuando tome posesión de la Presidencia de la República pedirá perdón a las familias agraviadas.
De ser expresado, ese perdón presidencial caerá en terreno infértil y no tendrá ningún significado ni utilidad si no es acompañado de ese compromiso que hasta ahora no ha sido articulado por el nuevo gobierno. Vista con rigor, esta postura del presidente electo –que insiste en que las víctimas perdonen y ofrece sólo la justicia “humanamente posible”– reproduce nuevamente la ambigüedad y fermenta la incertidumbre.
Para empeorar las cosas, no es el único asunto sobre el cual mantiene López Obrador una actitud desconcertante. Apenas el sábado extendió un certificado de inmunidad a Rosario Robles a propósito del vil desfalco de 708 millones de pesos detectado y documentado por la Auditoría Superior de la Federación en la Sedesol y la Sedatu durante la gestión de la ex perredista. Esto dijo el presidente electo al respecto: “Nosotros no vamos a perseguir a nadie, no vamos a hacer lo que se hacía anteriormente, de que había actos espectaculares, de que se agarraba a uno, dos, tres, cuatro, cinco como chivos expiatorios, y luego le seguían con la misma corrupción”. Así, en una defensa ejecutada sin disimulo, López Obrador consideró a Rosario Robles un “chivo expiatorio” y dijo que “a los de la mafia del poder y algunos medios de información les gusta mucho ofrecer circo a la gente, y nosotros ya no queremos eso”. (Reforma, 16 de septiembre de 2918)
López Obrador ha llevado muy lejos la retórica del perdón y la reconciliación con el pasado, y con ello crea una gran incertidumbre. Como hemos dicho anteriormente, eso desemboca en impunidad. Impunidad para los responsables de la violencia e impunidad para la corrupción gubernamental. ¿Puede eso ser un punto de partida para políticas públicas serias en áreas tan importantes como el combate a la delincuencia organizada y la corrupción? Esta y otras preguntas son consecuencia lógica de la ambigüedad lopezobradorista y crecerán en la misma medida en que el próximo gobierno se tarde en ofrecer la claridad que se le demanda.
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