PALABRA DE ANTÍGONA: La Democracia, un pálido deseo

03 de septiembre de 2012
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10:26
Sara Lovera

México sumiso y diligente. México con sus riquezas milenarias, asumiendo el despojo de sus caudales del campo, de su industria minimizada y esa inmensa capacidad de trabajo de millones de mexicanos robados de sus afanes para los tiempos por venir.

No una pelea de sombra entre dos personalidades, como se vende la historia. Esta no es una lucha por el poder entre dos humanos: Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador sino la verdadera disputa por la nación que describieron muy bien, en otro tiempo, Carlos Tello y Rolando Cordera.

De esta nación que ha llegado a la ignominia que significa la infamia de 90 mil muertos; miles y miles de vidas cegadas de mujeres como reguero de despojos por todo el país; de niñas y niños traficados y enviados a diversas y variadas esclavitudes; de 52 millones de mexicanas y mexicanos en la pobreza simbólica y material; una nación donde se yergue la impunidad; la nación de violencia que genera huérfanos y viudas, donde es la fuerza militar y policiaca la que se campea riéndose de dios y de la historia.

¿Por qué? Porque lo único real y lacerante es que como en la época de los aztecas, en la conquista, en las asonadas sistemáticas del siglo XIX, únicamente se trata de la ganancia para los grandes capitales, domésticos y  mundiales. La vieja y molesta realidad: la acumulación.

¿Qué está detrás? Un inmenso yacimiento de petróleo en las aguas profundas del Golfo de México; de la confiscada y sustancial riqueza minera, del ancho mar y sus posibilidades, de los bosques, de las plantas medicinales, del gas, del oro, de los ríos, su flora y su fauna, de la cal y el acero, de sus áreas silvestres, de su riqueza cultural, de sus jóvenes y la experiencia de sus viejos, de la Sierra Madre Oriental y de la Sierra Madre Occidental, de sus campos de caña, de sus desiertos, de los yacimientos de oro, de plata, de carbón , de sus universidades, del agua y los yacimientos radioactivos. Además de millones de brazos explotados en todas las franjas del trabajo asalariado, no asalariado, sujeto a la única y urgente necesidad de sobrevivencia.

El fallo del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) más que un dictamen de legalidad, como se le describe, es el último hecho de una cadena perfectamente construida para mantener intactos los intereses de grupos, personas, compañías nacionales y extranjeras, de quienes no miran nada más que su entorno, del lóbulo derecho y del lóbulo izquierdo de la cara con la distancia de la nariz.

Nadie ve, nadie oye, nadie se inmuta: todos duermen a pierna suelta, sin más deseo que el suyo propio, una diputación, una comisión, una presidencia municipal, un gobierno, un negocio para ampliar una carretera, una colocación laboral, una representación sindical, una prebenda, una dádiva, un pequeño negocio, un lugar donde estar, donde transcurrir, sin ética y sin remordimiento.

Más allá de una quebrantada solicitud de nulidad de las elecciones presidenciales del 1 de julio, el tribunal actuó sin entrar al fondo del asunto e hizo legal a la compra y coacción del voto. Es más grande la estulticia que el sistema enmarañado y profundo de la conducta corrompida de todos los días.

A nadie importa el o la prójima. Los sirvientes más visibles en estos tiempos, son los opinadores de la radio y la televisión. Los que repiten sistemáticamente que quienes votaron (15 millones al menos) por la propuesta del Movimiento Progresista están colocados en la necedad, los de siempre, los opositores, a quienes nada les parece. Se burlan.

La democracia, en femenino, se ha convertido en una hueca frase sin sentido. De lo que se trata es de cómo llegamos a hacer ley ese antiguo y consustancial sistema que a todos nos hace copartícipes: el clientelismo y la manipulación de esa necesidad ancestral, la de los pobres, siempre despojados por los que se levantan sobre ellos; la de los “mesiánicos”, a veces religiosos que creen en la justicia; la de todos los que cruzan una y otra vez los pantanos del sistema judicial que niega la criminalidad de los de “arriba”. Es como constatar que nuestra existencia depende de aquéllos que tienen lo que se necesita para mandar.

A veces pienso que la nación, es como una mujer que no ha conseguido darse cuenta que tiene el derecho a vivir y ser feliz; a veces pienso que se ve a la nación como un botín que hay que obtener para montarse en ella y expoliarla, quitándole lo que le pertenece en forma violenta e injusta, sin que nadie se de cuenta.

La historia de México ha estado plagada de un contrasentido fundamental: llamar al sistema en el que vivimos como un sistema democrático. Así el pueblo no ha conseguido jamás ni justicia ni reparto equitativo de sus bienes simbólicos y materiales.

De acuerdo con Amnistía Internacional vivimos la peor de las desigualdades económicas, con 52 millones de pobres. Yo agrego que además existe la desigualdad ciudadana, la desigualdad profunda entre hombres y mujeres, la desigual manera como se nos hace jugar el juego del sinsentido llamado democracia.

Vamos a escuchar golpes de pecho, resistencia, llamadas a nuevamente volver a reclamar, insistir, hablar, debatir. Eso, cuando lo más preciado de la humanidad se mutila todos los días: la libertad de expresión, el derecho humano a no estar de acuerdo, el derecho a alimentar a su prole, el derecho a tener derechos. Eso es lo que en los próximos tiempos nos espera, se ratifica, se profundiza, se hace legitimidad. Quienes no estemos de acuerdo, simplemente estamos locos o amargos, donde es la necedad la que nos rodea. Hasta nos quitan el derecho a pensar y ni siquiera piensan que podemos reflexionar.

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QMex/sl

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