Abanico
¿Qué nos lleva a los casinos? ¿De dónde proviene el impulso por el juego? ¿Hasta cuándo y cuánto se necesita la adrenalina? ¿Es de verdad una fuga? ¿Se le puede considerar distractor? ¿Relaja? ¿Es una forma de huir de la realidad? Estas preguntas me las he formulado un millón de veces y lo cierto es que encuentro las respuestas que más me convienen, las que de nueva cuenta lo llevan a uno a sentarse frente a una máquina, ya sea de las que se manejan por líneas o de las de bingo. Con toda conciencia he analizado el entorno al momento de entrar y los lugares, por lo menos los que conozco, no pueden llamarse atractivos, ni siquiera tienen buena decoración, los que tienen música en vivo cuentan con sonidos de tan mala calidad que distorsionan las voces y en lugar de apreciar el canto se escuchan verdaderos aullidos.
Mucho se habla del encanto de Las Vegas y habrá quienes lo encuentren, por mi parte y pese a que tengo gusto por el juego no lo veo por ningún lugar y menos aún cuando se solicita un servicio a una mesera y éste tarda horas en llegar, si es que llega, porque en esa Ciudad, en los casinos, si no se tienen por lo menos 10 mil dólares para apostar no eres nadie, lo cual no sucede en México en donde a diferencia de todo ese entorno que se mira, la atención de los meseros y de las encargadas de que las tarjetas o los cupones con los que se juega siempre tengan dinero son de primera. ¿Es pues el sonido de las máquinas un elemento de manipulación? ¿O son atractivas las penumbras?
Sin duda alguna estos sitios son refugio o bien para dejar que el tiempo pase o para olvidar la soledad. Sirven también para que puedan tomarse los tragos sin que se acerquen fulanos o fulanas incómodos. Cuando se va en grupo resulta muy divertido escuchar gritos y carcajadas de quienes atinan a los números o les sale una buena jugada. Visto así hasta se antoja, parecería que se trata de lugares inofensivos a los que acuden quienes tienen sólo ganas de pasarla bien y no padecen si pierden algunos pesos. Solo que la realidad, lo que se oculta en muchos rostros no es eso.
Lo que ha empezado de manera agradable termina por convertirse en pesadilla. A las inclinaciones o a los impulsos que los seres humanos no sabemos o no podemos controlar, de manera más que conveniente los llaman “enfermedades”; así, el que no puede evitar estallidos o cambios bruscos en su estado de ánimo es un enfermo, ya sea que lo clasifiquen como neurótico o bipolar o lo que se ocurra. El no tener freno en el consumo del alcohol dicen que también es enfermedad y la llaman alcoholismo. En el caso del juego se conoce como ludopatía y de ella dieron cuenta este mismo mes en una revista que circula en el Distrito Federal con un análisis que lo lleva a uno a realizar severas reflexiones.
Señalan que la ludopatía es una enfermedad que avanza en silencio y provoca en quien la padece aislamiento, irritabilidad, depresión, sentimiento de culpa, ansiedad, desesperación y progresiva pérdida de la autoestima. Y debe ser que buscaron muy bien todos los síntomas porque en efecto por estar pensando en el juego ya no se visita a los amigos, ya no se acude a las tertulias, se ponen pretexto como la falta de buenas películas para no ir al cine. Cuando se sale de ahí con el bolsillo vacío las muestras de irritación son muy claras en el rostro, en la forma de expresión, es más hasta en la manera de andar que se torna agachada, con la vista en el suelo, encorvada. Obviamente que por todo ello llega la depresión y tal cuando al llegar al hogar falta algo, entonces el sentimiento de culpa por haber perdido un dinero que hacía falta, no se sabe si poca, mucha, si era indispensable o solo se trataba de la adquisición de un capricho, hace su aparición.
Cuando las derrotas se suman llega la ansiedad que se convierte en poco tiempo en desesperación y vemos como los jugadores realizan hasta movimientos extraños, hablan solos, lanzan insultos. El no poder controlar esos impulsos lleva, por fuerza, a una pérdida de la autoestima, el sentirse impedido de pensar y desear estar jugando lleva a que se efectúen autocríticas severas. Pero no todo termina ahí, estos irrefrenables deseos de jugar, de apostar, conducen a la inestabilidad, porque de día se piensa de una manera, de noche y frente a las máquinas o a las mesas de juego, ya son otras las reflexiones. De ahí que pueda explicarse el porque hombres y mujeres llegan al punto de arriesgar sus patrimonios, de alejarse totalmente de la familia e incluso de suicidarse.
Un amigo me comentaba: en los casinos solo hay dos tipos de ganadores: el dueño y el mentiroso. Pero el hecho de que se conozca o se hubiese estado cerca de un afortunado hace que se siembren esperanzas y lo que comienza en verdad como un juego, como una distracción se convierta en una auténtica pesadilla. Dicen que los más propensos a la ludopatía son los narcisistas, los egoístas y los ególatras, o sea que además de todo ello padecen esta enfermedad. Según los estudios que han hecho resulta que entre los 25 y 35 años es cuando se da una mayor afición al juego y normalmente es entre quienes tienen empleos que les permiten la obtención de ingresos como para perder al mes entre 6 y 30 mil pesos.
En el caso de las mujeres este “padecimiento” se recrudece entre las que tienen más de 50 años. Pero debo decir, por lo que he observado, que no todos los que juegan, ni siquiera ese porcentaje de mayoría, está compuesto por quienes pueden perder tanto dinero, porque resulta que en esos lugares la comida es muy barata y hacen promociones que permiten que apuesten 100 pesos y les regalan dos veces más y eso, a mi juicio, es lo más preocupante porque asisten señoras que tampoco han llegado a los 50 años y que dejan ver que sus apuestas son extracciones hechas al gasto familiar, al que cubre la comida, el pago de la luz, la renta. Es entonces cuando uno se percata que esto del juego, no es un juego.
¿Quién cura la ludopatía? Existen en Internet varias páginas que anuncian, como es el caso de los neuróticos anónimos, de los comelones compulsivos, etcétera, quienes brindan asesoría, sin embargo como se trata de una enfermedad que dicen es mental y sobre todo de una debilidad que no es fácil de reconocer la mayoría de los jugadores no estamos dispuestos a admitir ser señalados de esa manera y se rehúye cualquier mención al respecto. Como los borrachitos, la respuesta siempre será: lo puedo controlar cuando yo quiera y como si se tratara de una hazaña no asistir en una semana o en un par de ellas es un síntoma de ausencia de ludopatía y con eso, de vuelta al ruedo. En fin, creo que ya encontraré la manera de no ir ¿y usted?