
Teléfono rojo
He sufrido las irreparable partida de uno de mis mejores amigos, de Ricardo García Villalobos, un hombre íntegro, un funcionario ejemplar, honesto, inteligente, sabio, un verdadero amigo de sus amigos, romántico, creyente del amor, del respeto, un buen padre. Ser magistrado del Tribunal Superior Agrario le permitió la aplicación de la Ley sobre grupos de los que en muchas ocasiones habló para hacer patente la desgracia del campo, el abandono del que era objeto, para enfatizar en la necesidad de convertirnos en autosuficientes en alimentos. Fiel a sus convicciones, fue asesor y amigo de quienes, consideraba, le hacían un bien al país y no a sus intereses y con ello encontró el respeto de unos y otros. Su desempeño en el servicio público dio cuenta de lo anterior.
Conocí a Ricardo hace ya muchos ayeres, tantos que no recuerdo con gran exactitud su rostro cuando no había llegado a esa edad en la que dicen la vida comienza: los cuarenta años. Ocupaba su oficina la parte superior de un edificio que se conocía como “la administración” de una populosa zona habitacional conocida como “Vicente Guerrero”, ahí mostró su rostro humano al satisfacer las necesidades que tenían los habitantes quienes habían sido trasladados, algunos, por desalojo de las viviendas que ocupaban a la orilla de las vías de ferrocarril. Era tanta su necesidad económica que, cuando les otorgaron esas viviendas que liquidarían con pagos muy, pero muy chiquitos, desmontaron los sanitarios, vendieron las puertas y ventanas, pusieron a remate las llaves de agua de la tarja de la cocina.
Estos hechos no recibieron una crítica de García Villalobos sino un torrente de comprensión. A base de gestión logró que se reinstalaran casi todos los servicios que habían sido rematados y lo mismo estaba al pendiente de lo que acontecía con los pequeños comerciantes que se habían instalado en locales en zonas específicas de cada una de las 7 supermanzanas que comprendían esa unidad. Hubo un cambio radical en su actividad cuando lo nombraron asesor general de la Compañía Operadora de Teatros en donde también hizo las sugerencias necesarias para el cambio de horarios de quienes laboraban en las dulcerías, de quienes hacían las supervisiones y de las taquillas. El motivo de tanto cambio: beneficiar a las mujeres quienes en mayoría casi absoluta ocupaban esos empleos.
No ha resultado fácil, a través del tiempo, encontrar que todo un licenciado en derecho por la UNAM, con posgrado en la Universidad de Lovaina, Bélgica, portador del doctorado Honoris Causa de la Universidad de Puebla, a quien recibiera mención honorífica y premio Gabino Barreda por contar con el mejor promedio de su generación, reuniera además un sentido social y sobre el servicio público sobresaliente en su tiempo y en el presente, porque Ricardo ha sido un hombre de todos los tiempos. En una etapa importantísima de desarrollo del Distrito Federal, mi amigo fue pieza clave. Como delegado en Iztapalapa tuvo la visión sobre la creación y construcción de la gran central de abastos que durante décadas ha servicio a los capitalinos.
Su trayectoria, sus pasos por el servicio público, lo mismo revelan estar al frente de la dirección general de amparo en la PGR, que la dirección de Servicios Migratorios de Gobernación o la subsecretaría de esa misma dependencia en tiempo de Patrocinio González Blanco a quien le dispensó amistad y ésta le fue demostrada al chiapaneco en múltiples ocasiones. La subprocuraduría general de Justicia del Distrito Federal lo unió a José Antonio González Fernández con una relación indestructible al paso del tiempo y de los propios cargos públicos.
Antes de llegar a la posición desde la cual se despidió, tuvo experiencias que lo marcaron, que le hicieron ver con gran crudeza el daño que en ocasiones ocasionan los fenómenos naturales, los azotes de la madre naturaleza desde la subsecretaria de protección Civil. El huracán “Paulina”, su devastación, lo puso a prueba en la función pública pero le permitió reafirmar ese sentimiento de solidad y de apoyo que de siempre le acompañaba. Ya en el Tribunal Superior Agrario se mantuvo siempre a la cabeza y desde su llegada como magistrado numerario, lo cual lo llevo a la presidencia y a la reelección en la misma, no sin antes ganar en dos ocasiones demandas interpuestas y solicitudes originadas desde la propia presidencia de la República. Y es que como abogado García Villalobos también resultó excepcional.
El pasado martes le rindieron un homenaje en el edificio de ese Tribunal en el que se desempeñó más de una década. Uno muy merecido y al que asistieron un gran número de gente que durante años le manifestó un gran respeto y reconocimiento. Hay quienes hablarán de los personajes que asistieron, yo solo quiero referirme a la naturaleza humana que, tan dada a la crítica y a la traición, se vio ahí reunida reconociendo la valía de un gran hombre. Solo me consuela en esta pérdida el haber sido testigo del gran amor que le profesaron de siempre sus hijos y que se hizo patente en el último año. De esa gran ternura de Jorge Ricardo, de su patente amistad con el padre, porque aparejado con la experiencia dolorosa de ver deteriorarse la salud de mi amigo, ví, fui testigo, del inmenso amor que sembró en su familia. Los hombres como él nunca se van y no lo hacen porque permanecen en nuestra memoria hasta el día en el que, también de manera inexorable, habremos de volver a encontrarnos.
Mientras tanto y seguramente que en la reunión que el propicio se realizara año con año para festejar el “Día del Abogado”, las copas se levantarán y brindaremos en su nombre. Estoy segura de que ahí estará. Nunca, nunca, abandonó por ningún motivo a sus amigos. (liliaarellano.com; [email protected])
QMex/la