Ráfaga/Jorge Herrera Valenzuela
Uno de los efectos más claros resultado del debate en torno a la reforma laboral ha sido, sin lugar a dudas, el registrado en la lucha interna del PAN por alcanzar el poder del partido en la próxima selección de la dirigencia nacional.
Felipe Calderón se convirtió, de un tiempo a la fecha, en juez y parte en el proceso político interno en su partido. Y si antes de las elecciones federales aparecía como indiscutible jefe de las fuerzas blanquiazules, a pesar de la molestia de muchos, a partir de la estrepitosa caída en las urnas, pasó a ser “uno de los panistas con parte en el juego de la batalla por el control del PAN”.
Calderón intentó, por todos los medios, obligar a su partido a renovar dirigencia siendo él todavía, el hombre del poder en el país. Pero en su calidad de vencido, fue incapaz de enfrentar la dura resistencia de sus rivales, y fue obligado a esperar a que iniciara el nuevo año y dejara Los Pinos, para que Acción Nacional se enfrascara en semejante batalla interna.
De cualquier manera, los bandos en pugna mantuvieron el tono de la lucha. Y el intercambio de golpes no sólo se mantuvo, sino que en algunos momentos se aceleró.
Y esta lucha apareció como uno de los ingredientes en la contienda legislativa por la reforma laboral. Había en el PAN legisladores que deseaban hacer tropezar el proyecto enviado por Felipe Calderón con la idea de que una nueva derrota, ahora en el terreno de las grandes reformas, convertiría al grupo del aún presidente de la República, en una fuerza demasiado débil para poder alcanzar sus objetivos dentro del partido.
Así, en el medio de la dura lucha de intereses que se dieron cita en el debate por la reforma labora, la batalla por el control del PAN se convirtió en un factor más que llevo a los congresistas panistas a posiciones no sólo intransigentes, sino abiertamente descompuestas.
En el momento en el que el PRI entendió lo que sucedía, simplemente endureció las posiciones. Sabía que poco había que hacer ante el grupo de radicales. Pero del mismo modo, sabía que un mensaje político a Los Pinos haría que las cosas cambiaran su rumbo. Los problemas del PAN no tenían por que ser parte de los problemas nacionales.
Así, se habló de detener la reforma laboral hasta que el nuevo gobierno asumiera sus responsabilidades. Y con ello, Felipe Calderón no tendría ninguna gloria en el avance de las reformas. Y el mensaje se entendió con toda claridad.
Los grupos del PAN afines a la casa presidencial, se mostraron más afectos al “diálogo” Y abandonaron a los “duros”.
Pero el mensaje también fue entendido por el PRD y el otro grupo de panistas. Los que no quieren que Calderón cobre fuerza, simplemente mostraron sus armas. Y apareció la amenaza del bloque en contra del nuevo gobierno.
La alianza de las izquierdas, o parte de ellas al menos, capitaneadas por Manuel Camacho, aunque no se quiera reconocer, con parte del PAN, los rivales de Calderón, no es otra cosa que la advertencia, o algo que se quiere dar a entender como tal, al gobierno que está por nacer: no se acepta que Felipe Calderón reciba apoyos externos en lo que será la gran batalla por el control del PAN.
Pero el gobierno que arrancará el próximo 1o de diciembre, sabe ya, sin duda alguna, que es lo que sucederá con el PAN si gana tal o cual grupo. Y se quiera o no, gracias a las muchas equivocaciones del panismo en el debate de la reforma laboral, sabe perfectamente, con quienes se puede negociar y mantener un diálogo político real, y con quienes simplemente no se puede resolver nada.
Y esa información es fundamental para la toma de las decisiones.
QMX/nda