México se la juega en 2025
El gobierno de Enrique Peña Nieto mantiene la velocidad de los eventos, las decisiones y los anuncios. Y con ello, complica la asimilación de los hechos e impide que se tome la debida atención a lo que se realiza desde el poder.
Enumerar todo lo que ha sucedido en la primera parte del actual régimen sería, en el mejor de los casos, una aventura en la que se podría perder uno o varios de los acontecimientos importantes.
Por ello, en esta ocasión tocaremos sólo lo sucedido la semana pasada. En uno de esos muchos eventos oficiales en los que se hacen y dicen cosas que se pierden en el mar de información, se destacó que en el país, a lo largo del 2011 perdieron la vida unos once mil mexicanos, víctimas de la desnutrición. Esto es, perdieron la vida a causa del hambre.
De ahí se pasó a la presentación de cifras que resultan verdaderamente aterradoras. De acuerdo a ellas, en México algo más de 7 millones de personas enfrentan pobreza extrema y carencias alimentarias. Una forma muy elegante para señalar que millones de compatriotas se encuentran al borde del colapso total, ya que no tienen la menor oportunidad para salir adelante. Vamos, no tienen ni siquiera asegurada la comida.
Por supuesto, ante un panorama de este tipo, los discursos marcaron que para el actual gobierno, la prioridad será enfrentar este crudo problema. Aplausos y promesas como resultado, y un instante más tarde un nuevo acto, un nuevo discurso y un nuevo compromiso.
Pero en el punto de análisis del asunto de la pobreza y la crisis alimentaria la pregunta obligada es el “cómo” se quiere resolver el problema.
Y ello debido a que en todos los campos es válido, pero en este lo es más: ¿se puede trabajar para resolver la pobreza y el hambre sin modificar un ápice el programa económicos que se ápice en el país?.
Dicho de otra manera, ¿cómo se puede combatir la pobreza, si el proyecto económico es considerado por los expertos como la verdadera fábrica de pobreza y crisis alimentaria de muchos mexicanos?
Uno de los grandes temas que se tocaron al momento en que los partidos políticos se preparaban para la lucha electoral, fue el económico. Y se escenificó, no con toda la fuerza del caso, pero sí como para llamar la atención, un debate en el seno del PRI en el que, palabras más, palabras menos, se presentó el asunto del trabajo y el salario.
Y el debate no avanzó, pero quedó en el aire la pregunta ¿el salario y el trabajo pueden mantenerse como insumos del proyecto económico, o debe modificarse ese proyecto, para que pasen a convertirse en factores del mismo?
Por supuesto, la pregunta quedó en el aire. Pero ante el panorama presentado por el gobierno actual en el renglón del hambre y la miseria, la pregunta obligada es ¿en verdad puede lograrse algo sin modificar el plan económico?
Los discursos pueden decir todo lo que se quiera. Pero la verdad es que en tanto el proyecto económico no brinde mejores condiciones, la situación no habrá de mejorar en el fondo.
Se pueden lograr programas asistenciales y se puede lograr algo de imagen, pero soluciones de fondo no.
A final de cuentas, para todo mundo queda claro que la mejor política para enfrentar los problemas sociales, es la aplicación de un programa económico efectivo para todos, y no sólo para unos cuantos.
Y ese es el punto que la velocidad con la que se mueve el gobierno impide que se discuta. Y ello sucede en todos los campos.
QMX/nda