Abanico
De muchas maneras, pero siempre con un estilo callado y serio, el gobierno federal ha sido obligado a repensar mucho de su estrategia política en lo que se refiere a sus relaciones con los partidos de oposición más importantes. Y muy especialmente, a partir de los sucesos del fin de semana pasado.
En el caso del PAN, la forma en que se desarrolló la reunión del Consejo Nacional, con una frustrada revisión de documentos básicos y con la entrega a las “bases” del poder para elegir dirigencia, lo que saltó a la vista fue la creciente debilidad de Gustavo Madero.
Y ello, lejos de significar motivos de alegría para el gobierno federal, mostró a las claras que la batalla interna entre los panistas podría terminar con un grupo al frente del PAN que podría no estar tan de acuerdo con la forma en que en el partido se han manejado las cosas. Esto es, que podría cuestionar de mil maneras, la intensa cercanía del panismo con el priismo en el gobierno.
Para buena parte de los encargados de la dirección política en el gobierno, Gustavo Madero más que un aliado ha pasado a convertirse en un lastre. Si en algún momento alguien pensó que las elecciones en Baja California podrían ser una bocanada de aire para el actual líder de Acción Nacional, hoy nadie piensa que una victoria en aquella entidad podría significar un cambio real en la debilidad del señor Madero.
Así, en el gobierno federal se piensa que sería mucho más efectivo intentar un reagrupamiento de la estrategia. Y de plano, buscar nuevos interlocutores antes de que las cosas sean algo difícil de conducir. El PAN es un aliado necesario. Pero Madero podría no ser ya, salvo un cambio inesperado, el eslabón adecuado para esa relación.
Y es fácil entender que, bajo ninguna circunstancia, el gobierno puede sentarse a esperar que la batalla interna arroja a un vencedor, para entonces iniciar las negociaciones.
Para el gobierno, el problema es serio. La batalla en el seno del PAN se traduce en presiones y chantajes sobre el Pacto por México. Y no se puede, ni se debe, aceptar esa situación. Especialmente si no se tiene la seguridad de que el interlocutor del momento, será el triunfador definitivo a final de año.
Por el lado del PRD, el aniversario de la expropiación petrolera mostró que los “chuchos” están lejos, muy lejos, de tener un verdadero control de su partido. Tienen y ello es incuestionable, la posición del mando. Y por lo tanto, son los que controlan la “firma”, lo que les convierte en aliados del gobierno.
Pero los insultos a Jesús Zambrano y la presión ejercida por quienes no comulgan con su accionar, muestra a las claras, que en el PRD hay quien firma, pero no quien controle. Y ello, al paso del tiempo, será un inconveniente complejo y de alto riesgo para el gobierno.
A partir del fin de semana, el PRD ha dejado ver su necesidad de “cuestionar” con cierta dureza, las acciones y decisiones del gobierno. Se ha visto obligado a “mostrar firmeza” en el tema del petróleo y a reivindicar posiciones que supuestamente, ya no existían en este grupo.
Y ello, se acepte o no, está lejos de ser del agrado del gobierno. Después de todo, se trabajó con el Pacto para “demostrar” que había unanimidad en torno a las grandes reformas. Y el PRD ahora, muestra que hay algo de unidad, pero que en cualquier momento, puede abandonar el barco, aún cuando sea solo en apariencia, para poder mantener a su grupo actual en control del partido.
En otras palabras, los perredistas quieren tener los beneficios, pero no los costos del Pacto. Y al gobierno eso podría no serle totalmente satisfactorio.
Y como en el caso del PAN, hay quienes piensan que así las cosas, podría resultar mucho más manejable, dejar pasar muchas cosas y después, con las posiciones debilitadas, asegurar el respaldo absoluto y la repartición de costos.
El fin de semana pasado, mostró que los aliados del gobierno se encuentran en una espiral de debilitamiento acelerado. Y hay quienes piensan que este el momento adecuado para deshacerse del lastre.
QMX/nda