Juego de ojos
Dígase lo que se diga, el conflicto con el magisterio se ha convertido en un verdadero dolor de cabeza para el gobierno federal. Y basta con hacer un breve recorrido sobre las posiciones que desde el poder se han registrado, para entender que las cosas están lejos de encontrarse en la ruta de las soluciones definitivas.
Primero, ayer se iniciaron las pláticas entre las partes en pugna. Esto es, entre el gobierno y los representantes de los maestros. Pero ¿qué es lo que negocian?
Si no se tiene la reforma educativa a la vista, la verdadera, no los cambios administrativos ya aprobados, ¿qué es lo que ambas partes buscan?
En mayo, como cada año, se tendrá el reto de las negociaciones contractuales. Y el aumento salarial se convertirá en el eje de las discusiones. Al menos en un momento inicial. Pero ¿la federalización de la educación lleva a cada entidad este reto?
Lo que se tiene entonces en las mesas de diálogo en la Secretaría de Gobernación no es otra cosa que un “round de sombra” que podría ser sólo el preparativo para la verdadera batalla que se librará en cuanto se den a conocer las modificaciones a la ley de educación.
Además, esta mesa de diálogo ¿no resulta contradictoria de los dichos presidenciales y del resto del gobierno en el sentido de que no se aceptarán retrocesos en la reforma educativa? ¿No un diálogo choca con la amenaza de que aquellos mentores que no cumplan con sus clases serán cesados? ¿Si no se aceptan cambios, qué se discute?
Después, aparece el líder de la minoría más grande en el Senado, Emilio Gamboa, quien palabras más, palabras menos, se suma feliz al grupo que pide que se aplique todo el peso del estado a los maestros, en tanto que el líder de los priistas en la Cámara de Diputados habla de institucionalidad, de las discusiones y de la presencia de la Suprema Corte si hay que debatir alguna postura que se considere más allá de la Carta Magna.
Posiciones encontradas de nueva cuenta, que difícilmente podrían considerarse como parte de un mismo proyecto. Apoyo abierto a la fuerza aplicada desde el gobierno de un lado, y del otro, el valor de los acuerdos y el respeto al marco legal, sin que ello signifique el eliminar en automático, las opiniones que no estén en la línea oficial.
Y finalmente, quedarían los gobernadores de Oaxaca y de Guerrero. Gabino Cué, oaxaqueño, se declara en contra de las reformas aprobadas. Y pide que se hagan modificaciones. Se pone si no al frente, si con ellos, de los grupos que no están de acuerdo con lo sucedido. Y se lanza a la lucha política vía la ruta de las leyes y del Congreso.
Se puede o no estar de acuerdo con él. Pero es obvio que con esta actitud ha desactivado mucho de la explosividad del problema en su entidad.
Del otro lado, Ángel Aguirre, se colocó abiertamente del lado del gobierno federal. Y fue inmediatamente rebasado por los maestros. Perdió valor en la interlocución se convirtió en un mandatario débil en todos los campos.
Posiciones que son diametralmente opuestas.
Dualidad en el sector oficial y ausencia de un mensaje claro y definitivo para la sociedad. Y este es el inicio de un problema que puede convertirse en algo bastante serio.
QMX/nda