Abanico
La primera gran batalla política del sexenio ha iniciado. El magisterio no está de acuerdo con la reforma educativa. Y habrá un mano a mano con el gobierno federal para vencer o morir.
Siempre se dijo que la mencionada reforma resultaba todo, menos una iniciativa de cambios educativos.
Tenía de salida, todos los ingredientes necesarios para ser considerada una embestida política contra el poder de los sindicatos y para entregar el control de las decisiones en el magisterio, a las autoridades. Nunca se habló de programas educativos o de ajustes en escuelas y menos aún, de evaluar todo el aparato educativo y no sólo a los maestros.
Ahora, cuando en el Congreso las cosas adquieren una tonalidad seria, el SNTE aparece firme y se lanza contra el proyecto. Pero lo hace de manera gradual. Y con un evidente control de tiempos y daños que deja ver que la estrategia tiene varias etapas y que escalarlas dependerá de la forma en que responda el gobierno.
Por lo pronto, resulta difícil aceptar la idea de una guerra abierta. Hay sí, un intento por medir fuerzas. Y decisiones desde el gobierno que impulsan la idea de la confrontación. Pero hay hechos que muestran que se han abierto puertas para las negociaciones.
Es una batalla política evidente. Pero como tal, hay ideas que no deben perderse de vista.
De inicio, la votación en la Cámara de Diputados muestra una postura del PANAL que no ayuda a cimentar la idea de la guerra. La reforma educativa se aprobó con alrededor de 420 votos a favor. Ninguno de ellos de los diputados de Nueva Alianza. Pero tampoco votaron en contra. Utilizaron el recurso de la abstención. Y con ello mostraron que la idea del choque abierto no está desarrollada.
Después, el SNTE se mostró contrario a la reforma hasta que la votación se conoció y ello pone en evidencia que se quería un cambio de algunos detalles y que se pensó que en el Senado se podrían alcanzar esas metas.
Del otro lado, las felicitaciones a la Cámara de Diputados desde Los Pinos puso en claro que el rechazo del SNTE no molestaba en lo más mínimo. Pero esas felicitaciones no respondieron de manera directa al rechazo. Esto es, todo quedaba implícito, a sabiendas de que con ello se dejan abiertos corredores para los acercamientos.
La batalla política existe. Pero es una lucha de “baja intensidad”. Los puntos de descuerdo podrían no ser tan difíciles de resolver, especialmente si se recuerda que los derechos de los maestros que defiende el SNTE están totalmente a salvo. Hay entonces, un punto de roces que no ha sido debidamente analizado. Pero que lo será en los próximos días.
En realidad, la reforma educativa no es una de las famosas reformas estructurales que tanto se plantearon como necesarias para el país. Es importante por supuesto, pero no quedaba ubicada en la primera línea de los cambios urgentes.
Ahora, con cambios o no, la reforma puede ser puesta en marcha hasta que reciba el apoyo de las legislaturas estatales, ya que se trata de una reforma constitucional. Y ello nos lleva hasta bien entrado el año próximo.
Y con ello, a los acuerdos definitivos con todas las fuerzas políticas en el país. O al menos, con las que se ha decidido trabajar.
QMX/nda