La nueva naturaleza del episcopado mexicano
A un año de los trágicos acontecimientos de Cerocahui, localidad de la Sierra Tarahumara, en los que perdieron la vida cuatro varones (dos religiosos jesuitas) a manos de un iracundo jefe criminal, la Iglesia católica en México convocó a todos los recintos religiosos con campanario que hagan repicar sus bronces en un largo toquido, solemne, lleno de lamentación en la hora nona para recordar a las víctimas mortales de la violencia en el país, para clamar por las decenas de miles de desaparecidos y para elevar una fraterna plegaria de esperanza por la paz.
No es un gesto inaudito, ya ha habido otras convocatorias similares; pero en esta ocasión, el simbolismo del acto cobra un significado más profundo porque el asesinato de los jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora dentro de la parroquia de San Francisco Javier sintetiza, en una cruda estampa, los rasgos de una violencia inculturada en México y el martirio que padecen incontables familias en miles de comunidades.
Se trata de una estampa dolorosamente persistente e inquietantemente repetida en casi todo el país: un capo local archiconocido que despliega en el pueblo sus intereses, su furia y su ambición en completa impunidad; una población cautiva, sometida a tales dinámicas y desamparada de toda institución de seguridad; una autoridad civil que finge estupor ante los cadáveres y promete falseando los alcances de su capacidad; y las incontables víctimas, las que sobreviven agachando la cabeza y dejando pasar, las que gimen en silencio sin esperar nada y las que, a pesar de sus heridas, aún demuestran devoción y compromiso con el prójimo sufriente.
Se eligió, además, que el tañido fuera a las tres de la tarde, la ‘hora nona’ como se solía decir. Esta hora simboliza varias cosas: la primera, la hora en que Jesús muere en la cruz según los relatos evangélicos (“El sol se oscureció y el velo del templo se rasgó por la mitad”); es para los creyentes, por tanto, el momento del día más solemne, el de mayor pesadumbre y sin el cual es incomprensible la fe en la Resurrección.
Pero también habla del místico encuentro entre el apóstol Pedro y el pagano Cornelio en la oración a esa hora; quienes, aún antes de conocerse, convergen en la contemplación y en la convicción de que la antigua división entre ‘puros’ e ‘impuros’ desaparece con el diálogo y con la apertura a la fraternidad y la paz. Es decir, la hora en que el dolor y la esperanza
Para la tradición católica, el repique de las campanas tiene varios significados que van desde lo festivo hasta lo luctuoso. En cualquier caso, el tañido de las campanas es una ruptura de la “penumbra apacible”. Cada golpe de martillo o badajo contra las gruesas paredes de bronce impregna una perturbadora claridad sonora al silencio profundo del alma y al bullicio escéptico de nuestras ciudades.
Este tañido largo y solemne pretende que se fundan alma y corazón en esa vaga languidez de nuestra vida habituada al dolor de las violencias; que se logren entornar los ojos ante la adormecida indiferencia frente a las víctimas; que persuada, con su brisa sonora, la conciencia ante la urgente necesidad de construir paz y solidaridad.
El lenguaje de las campanas, además, alcanza a todos sin distinción y carece de cariz de instrumentalización para facciones políticas. Sin duda, su ejecución tiene una dimensión política pero se aparta de los discursos partidistas o ideológicos. Las exhortaciones sectarias, por el contrario, son campanadas bajo el mar de los egos; pero el tañido abierto de estas esquilas en el claro día de estío –azulísimo el cielo, allí donde el viento en las llanuras ha suspendido su aliento–, es un clamor de indignación y optimismo.
En el brillante y tórrido cielo mexicano, las campanadas parecen tener más corporeidad que el sinfín de radiofrecuencias y microondas que transportan hoy nuestras filias y fobias, nuestras certezas y prejuicios; son una pausa que corta el zarco y yermo firmamento. Son una “inmóvil aria silenciaria” que alza, como diría López Velarde: “la voz a la mitad del foro / a la manera del tenor que imita / la gutural modulación del bajo, / para cortar a la epopeya un gajo”. Esa es una magnífica razón para hacer repicar las campanas.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe