
Libros de ayer y hoy
Murales Sin Mantenimiento Ni Protección
Discípulos de Diego Rivera, Son Los Autores
Obra de 2 mexicanos, 1 japonés y 3 yanquis
Conózcalos en el Mercado Abelardo L. Rodríguez
Durante 79 años los murales de techo y paredes del Mercado Abelardo L. Rodríguez, a corta distancia del noreste de Palacio Nacional, no recibieron mantenimiento ni protección.
Las autoridades del Instituto Nacional de Bellas Artes y del gobierno de la Ciudad de México, peloteaban con la responsabilidad. En 2009 se programó proceder a la restauración de 1,450 metros cuadrados de murales pintados en 1934, bajo la dirección y supervisión del gran maestro Diego Rivera.
Es una tristeza aceptar que esa valiosa obra es desconocida nacional e internacionalmente, por falta de difusión y durante mucho tiempo por la falta de vigilancia policíaca en la zona, así como la dificultad en el tránsito de vehículos y peatonal. La apertura ruta del Metrobus, sobre la calle República de Venezuela, sirvió para agilizar el tráfico vehicular.
Esa área comercial se encuentra localizada en el Centro Histórico de la Ciudad de México y corresponde, al Comisionado como Autoridad, ejecutar programas culturales que incluya la visita a los murales del gigantesco mercado, único en su género.
Los comerciantes establecidos, desde el pasado siglo, se convirtieron en promotores del cuidado de los murales e inclusive están organizados para colaborar con las autoridades y dar mantenimiento a esa joya del muralismo mexicano, porque ellos no cuentan con los recursos necesarios.
Valdría la pena que conozcan el caso la Secretarias de Cultura de la Ciudad de México y la Federal, el Instituto Nacional de Antropología e Historia.
Supe que en 2009 hubo intención de la autoridad capitalina para atender el grito de alarma de los comerciantes y se elaboró un programa, presupuestándose más de dos millones de pesos para la restauración y trabajarían durante dos años. Poco, pero se avanzó.
Los seis muralistas y dos más
Concluida la construcción del mercado, el maestro Diego Rivera fue invitado para realizar los murales y el guanajuatense aceptó supervisar lo que harían sus alumnos, quienes recibirían honorarios por cerca de doscientos mil pesos.
Se programaron para trabajar en sus proyectos. Cada uno tituló su obra, por ejemplo, Ángel Bracho, pintó “Los Mercados” y el singular título “Influencias de las Vitaminas”, fue el trabajo de Antonio Pujol.
Pedro Rendón, considerado, en esos años, sucesor del maestro, llamó sus murales “Los Alimentos” y “Los Problemas de los Obreros”, en tanto que Ramón Alva Guadarrama plasmó con sus pinceles “Escenas Populares”.
En los murales restaurados pueden admirarse las obras de las hermanas Grace y Marion Greenwood Ames, “Las Labores del Campo” y “La Minería”, respectivamente. Marion fue el contacto con el muralista que las invitó a participar.
El japonés Isami Naguchi en el mural “Historia de México” plasmó su punto de vista en ocho diferentes cuadros, combinando la pintura con la escultura, en ésta utilizó cobre y fierro plateado. Curiosamente en la biografía no figura su estancia en México, ni su cercanía con Diego Rivera.
En los espacios, paredes y techos del mercado, hay una obra del artista Miguel Tzah Trejo, “El Árbol de la Vida”. Amigo de Diego, pero desconocido en la historia de la plástica yucateca.
También hay trabajo realizado por Roberto Mondragón González, quien estaba hospedado con su hijo Sergio, en el Hotel Regis, en el DF., muriendo ambos el 19 de septiembre de 1985.
Breve curso del muralismo
El tema de este comentario surgió hace unos días, en una clase donde se habla de la historia del muralismo mexicano y de sus autores, además del trío de prestigio internacional, Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco.
En el curso participan mujeres y hombres, de la Tercera Edad, de amplia preparación cultural, coordinados por el maestro e historiador Oscar González Azuela. Es por vía zoom, los martes de las 10:30 a las 12:00 horas.
Datos del convento jesuita
Abelardo L. Rodríguez, último presidente interino, en el Siglo XX, decidió que en los 12 mil 450 metros cuadrados, donde se construyeron las instalaciones para el Colegio Seminario de Indios de San Gregorio, fuese edificado un amplio mercado para la Ciudad de México. Entre 1586 y los finales de la Nueva España, estuvieron ahí los jesuitas.
Cambió de nombre al ser conocido como Convento de San Gregorio, ubicado a muy corta distancia, al noreste, del Palacio donde despachó Moctezuma Xocoyotzin, virreyes, el austríaco Maximiliano y, posteriormente, el legendario Palacio Nacional, convertido desde 2018 en residencia presidencial, con limitaciones para visitantes nacionales y extranjeros.
A la salida, por expulsión, de los jesuitas, el Convento albergó a varias escuelas nacionales: de Agricultura y Veterinaria; para ciegos y sordos; y la de Artes y Oficios.
En el Convento existían instalaciones de herrería y fundición. Ahí fue donde el escultor Manuel Tolsa fundió, en bronce, una de sus obras más relevante, no la única, para la Ciudad de México, la estatua ecuestre del rey español Carlos IV. En 1803, fue colocada en la Plaza Mayor, de la Nueva España; 12 años después, es conocida como Plaza de la Constitución.
Al abogado y maestro Juan de Dios Rodríguez Puebla, llamado Benemérito de la Instrucción Pública, se debe la modernización de las actividades relacionadas con la impartición de conocimientos, a los indios que eran recibidos y accedían a prepararse. Corría el primer medio siglo en 1600 y los alumnos eran hijos de los caciques.
Como ya está comentado, se ordenó derrumbar lo que fue el Convento de San Gregorio y se levantó un moderno mercado que tiene escuela para niños, estancia o guardería y un auditorio-museo denominado Teatro del Pueblo, donde se presentan obras teatrales y conciertos musicales.