La nueva naturaleza del episcopado mexicano
El Estilo Personal de Gobernar
Del clásico de Daniel Cosío Villegas transitemos al siglo XXI para explicar a un personaje perturbador, que las buenas conciencias posmodernas califican de autoritario: Andrés Manuel López Obrador.
Comencemos, no por preguntar por el hacer y actuar del personaje como presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, sino por el mundo en que vivimos inmerso en nuevas verdades políticas y jurídicas que se han postulado, no desde la razón sino desde las relaciones de poder. El nuevo sistema político y su consecuente sistema jurídico mexicano es consecuencia de un paradigma dominante que no proviene de un acto revolucionario o popular sino de la idea que de la Democracia tienen las élites hoy en día.
¿Por qué defender y no criticar una Constitución trastocada y leyes e instituciones que provienen de un pueblo sin atributos, de la secreta revolución del neoliberalismo[1]?
México como el resto del mundo, ha pasado desde finales de los años 80 del siglo pasado por un largo proceso mediante el cual, el neoliberalismo ha transformado tanto las bases de la Democracia como la concepción de ciudadanía, una ciudadanía de élites que desprecia a la ciudadanía popular. El neoliberalismo no se limita únicamente a una perspectiva económica, sino que también ha penetrado en los aspectos políticos y sociales de la vida, erosionando la Democracia al transformar la ciudadanía en un mero cálculo económico, reduciendo la participación ciudadana a la lógica del mercado y a la competencia individual.
México es un país en el que se ha derruido la solidaridad social y la esfera pública, al generalizar una forma económica de pensar y actuar, en la que los individuos son concebidos como emprendedores de sí mismos, compitiendo unos con otros en un asfixiante mercado liberalizado. La práctica neoliberal ha influido en la subjetividad política, imponiendo sus valores a las instituciones democráticas y en las relaciones entre poder, mercado y ciudadanía. En esa subjetividad que a priori determina que los presidentes fuertes son autoritarios y déspotas, y los tecnócratas a cargo de los organismos constitucionales autónomos libertarios y virtuosos, Andrés Manuel López Obrador irrumpe como presidente maldito[2] al asumirse como actor político en el debate. Se trata de un presidente político, de un actor político que no se deja, que se confronta directamente con sus adversarios sin pelos en la lengua, un polemista que impone la agenda desde sus convicciones personales. En síntesis, es el político clásico que, desde la perspectiva neoliberal de Hayek[3], trastoca los derechos individuales y el marco institucional que apoyan al orden espontaneo del mercado y la toma de decisiones basada en principios técnicos y generales.
AMLO molesta y se le juzga autoritario porque no comparte los valores posmodernos de la “Sociedad del Cansancio”[4] en la que se ha impuesto, autoritariamente desde el mercado, el exceso de rendimiento, la positividad y la conexión constante en la vida diaria con reglas de comportamiento neoliberales. AMLO es un premoderno que conjuga los principios sociales de Tolstoi (la justicia social, la no violencia, la lucha contra la opresión y la desigualdad, y la importancia de vivir de forma sencilla y en armonía con la naturaleza) y la práctica política del Príncipe de Maquiavelo.
[1] Wendy Brown, El Pueblo si Atributos
[2] A modo de los poetas malditos
[3]Friedrich Hayek, destacado economista y filósofo liberal, abogó por la limitación del poder político y la importancia de la competencia y la libertad económica en su obra «Camino de servidumbre» (1944).
[4] Byung-Chul, filósofo y ensayista surcoreano conocido por sus análisis sobre la sociedad contemporánea, la tecnología, la cultura y la psicología. Han es profesor de Filosofía y Estudios Culturales en la Universidad de las Artes de Berlín y ha escrito numerosos libros que han tenido un impacto significativo en el discurso filosófico actual.