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JERUSALÉN, 29 de marzo (Quadratín México).- Miles de cristianos de todo el mundo se dieron cita este viernes en el Vía Crucis de Jerusalén al realizar una procesión tras los pasos de Cristo en el camino hacia la cruz.
En un clima agradable y en medio de la devoción, entre las que se contaban miembros de la pequeña comunidad palestina cristiana y peregrinos llegados de numerosos países católicos, hicieron el recorrido esta mañana, que serpentea por las calles de la ciudad antigua de Jerusalén.
Comienza en el pretorio, un recinto que hoy alberga un colegio cristiano pero que hace dos mil años era la residencia de Poncio Pilatos, el gobernador romano que ordenó matar a Jesús.
Allí, primera estación de las 14 que tiene la Vía Dolorosa, se concentraron los creyentes para acompañar dos grandes cruces de madera de olivo, a la que muchos se acercaban a empujones entre la muchedumbre para tener el privilegio de transportarla a hombros.
A la cabeza de la procesión estaba monseñor Twal, patriarca latino de Jerusalén, quien con su habitual vigorosidad avanzó rápidamente de estación en estación mientras la muchedumbre le seguía los pasos más lentamente, parándose en cada una para contar los hechos y palabra de los Evangelios.
Pasando por delante de la prisión donde pasó la noche desde que fue capturado por los soldados, los creyentes se detuvieron en el lugar donde cayó por primera vez por el peso de la cruz, en el que vio a su madre, donde Verónica le secó el sudor y así sucesivamente.
En algunos tramos, alrededor del mediodía, el recorrido la procesión cristiana se entremezcló con las filas de creyentes musulmanes que se dirigían a la mezquita de Al Aksa para orar la oración del viernes, el día sagrado de esa confesión.
Las oraciones de la procesión, en multitud de idiomas, se entremezclaron también con los llamados del muezzín musulmán por altavoces convocando a los feligreses, en una amalgama de espiritualidad sólo posible en la eterna Jerusalén.
Aunque no comparten recorrido, a unos pocos cientos de metros, por las calles del pequeño mercado árabe que conduce al Muro de los Lamentos, cientos, quizás miles, de judíos ortodoxos caminaban también hacia su lugar sagrado para la bendición sacerdotal de la Pascua, en hebreo conocida por el nombre de Pesaj.
La Semana Santa suele coincidir con esta festividad judía, que no es otra que la que Jesús celebró en la Última Cena.
Ajenos los unos a los otros, como si no hubiera relación entre ambas, los judíos seguían indiferentes su camino hacia el Muro de los Lamentos, mientras los cristianos avanzaban hacia el Santo Sepulcro.
Dentro del recinto de planta basilical se concentran las últimas estaciones de la Vía Dolorosa: el lugar donde le pusieron los clavos, donde se alzó su cruz, donde lo tumbaron en horas de la tarde para uncirlo y amortajarlo según los ritos judíos de la época, y también la cripta donde reposó durante tres días hasta la resurrección.
Hallado en el siglo III por Santa Helena, madre del emperador romano Constantino, se trata del lugar más venerado y sagrado del cristiano, hoy visitado por miles y miles de personas cada una con sus particulares costumbres.
En la Piedra de la Unción, a la entrada de la basílica, las mujeres pasaban sus algodones untados en aceites bendecidos para llevar a sus familiares, en medio de un fuerte olor a cera quemada proveniente del sepulcro en sí y del incienso quemado por los frailes de la iglesia ortodoxa.
Para estos, principales custodios del Santo Sepulcro, la Semana Santa se celebra este año más adelante por la diferencia entre los calendarios juliano y gregoriano.
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