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Durante una conferencia que ofreció en el Segundo Congreso Nacional de Cambio Climático realizada en la UNAM, Mario Molina consideró que el cambio climático es el problema ambiental más serio que enfrenta la humanidad en toda su historia.
Sin embargo, destacó, es un asunto que tiene solución si se toman decisiones políticas conjuntas para impulsar varias medidas simultáneas, entre ellas, reducir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera.
Poner precio a las emisiones de carbono, impulsar la captura y almacenamiento geológico del dióxido de carbono (CO2), e incrementar la investigación científica en esa área del conocimiento.
Otras medidas para detener ese fenómeno, causado por una intensa actividad humana, incluyen mejorar la eficiencia energética, impulsar la generación de energía con fuentes alternas como la solar, eólica, geotérmica y nuclear (con plantas de nueva generación más seguras).
Además incrementar las edificaciones eficientes y cumplir acuerdos entre varios países para cumplir metas como la de la Conferencia de las Partes 15 (COP 15), celebrada en Copenhague en 2009, donde participaron 130 jefes de estado que se comprometieron a que la temperatura promedio de la superficie de la Tierra no suba más de dos grados Celsius para el año 2050.
“No hemos hecho nada todavía para lograrlo”, alertó Molina, ingeniero químico egresado de la UNAM, con posgrado en la Universidad de Friburgo, Alemania, y doctorado en físicoquímica, en la Universidad de California en Berkeley.
El cumplimiento del Protocolo de Montreal de las Naciones Unidas (negociado en Canadá en 1987 y en vigor desde 1989), resolvió el problema del daño que ciertos gases industriales, los clorofluorocarbonos (CFC’s), provocan a la capa de ozono.
Ese acuerdo prohibió el uso de aerosoles y refrigerantes, cuyos componentes contribuyen al agujero de la capa de ozono.
“Los CFC’s se cambiaron por otros con diferente composición química, y se logró detener el problema”, destacó Molina, cuyos estudios y publicaciones sobre esos gases condujeron al Protocolo de Montreal, el primer tratado internacional que ha enfrentado con efectividad un problema ambiental de escala global y de origen antropogénico.
Es uno de los principales investigadores a nivel mundial de la química atmosférica. En 1974, como investigador del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), fue coautor, junto con Frank Sherwood Rowland (de la Universidad de California en Irvine), del artículo original que predijo el adelgazamiento de la capa de ozono como consecuencia de la emisión a la atmósfera de los CFC’s.
Por esa labor ambos recibieron el Premio Nobel de Química 1995, compartido con Paul Crutzen, del Instituto Max Planck de Química en Maguncia, Alemania.
¿Cómo es posible que los seres humanos afectemos algo tan grande como todo el planeta?, cuestionó el investigador de la Universidad de California en San Diego, ante una imagen del globo terráqueo. La respuesta, añadió, está en la atmósfera, que no se ve (sólo miramos las nubes) y es muy delgada, como la cáscara de una manzana.
Además, es vulnerable y sus efectos son globales. “Los movimientos de la atmósfera son tales que, si emitimos un compuesto en la Ciudad de México y permanece suficiente tiempo, en cuestión de meses se mezcla en todo el hemisferio norte, y entre uno y dos años con el sur”, indicó.
Estudioso de las propiedades químicas de las partículas atmosféricas que afectan la salud pública, la calidad del aire, y que participan en el cambio climático, reveló que la manera en cómo funciona el clima todavía tiene varias incertidumbres, que son aprovechadas por grupos de interés en Europa y Estados Unidos para desprestigiar la ciencia en la materia.
El 97 por ciento de quienes analizan esos temas, creen que el cambio climático se debe a la actividad humana. Hay consenso porque hay evidencias, detalló. Pero un tres por ciento sostiene que no es por esa razón.
“Tenemos que regresar a la era de la racionalidad, sobre todo en Estados Unidos y China, que tienen un gran mercado económico y son los principales responsables de las emisiones”.
Si no se hace nada para reducirlas, el aumento de la temperatura será de cuatro a seis grados Celsius a más largo plazo, lo que causará daños al Ártico y al Amazonas. “Somos siete mil millones de habitantes en el mundo, y menos de una cuarta parte ha causado el problema”, alertó.
En resumen, Molina consideró que “tenemos una responsabilidad ética muy importante, que va a acoplada a una conveniencia económica, porque si no, nos va a salir mucho más caro”.
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