Visión Financiera
El gobierno simplemente otorgó por dinero. Una vulgar prostitución del espacio público, a través de una consulta tramposa e incompleta cuya resolución colegiada mostró primero la engañifa crónica de los órganos “ciudadanos” y después la audaz ignorancia de autorizar algo parcialmente conocido.
La pregunta más recurrida en los días recientes tuvo relación con las posibles e indeseadas consecuencias internacionales de quitar una estatua de Azerbaiyán o dejarla en el lugar indebidamente escogido para perpetuar en esta ciudad una fama sin prestigio local ni relieve; un personaje sin arraigo, una figura histórica sin importancia ni significado para los mexicanos.
No incurramos sólo en la facilidad de condenar al personaje (aun cuando no se pueden olvidar esas características) por su tiranía o su maldad. Para expulsarlo del paisaje basta y sobra la forma como el gobierno anterior concedió la colocación del bronce y el mármol en insultante exhibición de un culto a la personalidad, propio del dispendio petrolero de uno de los ex satélites soviéticos. Una mezcla del Bellagio con toques de realismo socialista.
El gobierno simplemente otorgó por dinero. Una vulgar prostitución del espacio público, a través de una consulta tramposa e incompleta cuya resolución colegiada mostró primero la engañifa crónica de los órganos “ciudadanos” y después la audaz ignorancia de autorizar algo parcialmente conocido.
Y luego, para escurrir el bulto, como fue tradición del ex jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard, se nombró otra inútil comisión de “notables” a quienes se les nota, sobre todo, su timidez, lentitud y cautela sin compromiso con la ciudad.
Y en medio de esta discusión tan bizantina como suelen serlo casi todas en cuyo desarrollo nadie quiere exponer un adarme de su prestigio, se escuchó una voz sensata: la de Cuauhtémoc Cárdenas, quien puso en la balanza prestigios y desprestigios; honras y honores, y dijo simple y llanamente, a esta ciudad nada le aporta el monumento a un desconocido y distante dictador. Total, si se retira la sedente causa del descontento y se le da al jardín el nombre del país, la cosa —como ya se ha hecho—, se resuelve sin insultos para el “hermano pueblo” azerí.
Miguel Ángel Mancera, jefe de Gobierno de esta ciudad, cuya legitimidad democrática le da para esta decisión y cien como ella, dirá pronto la última palabra. De los millones de votos logrados para ocupar su cargo, al menos hasta donde se sabe ninguno fue emitido en Bakú.
Pero además de este sainete derivado de la codicia de Marcelo y los legisladores de su partido siempre dispuestos a viajar a donde sea con tal de agotar millas sin aflojar el bolsillo, disfrutar gratis el Mar Caspio, el Egeo o los canales de Xochimilco (si no hay para los venecianos), uno quisiera entender cómo la ciudad de México se ha llenado de adefesios indignos.
De un tiempo a esta parte tenemos y padecemos una sobrepoblación brutal de estatuas, “monumentitos” y pegotes conmemorativos o no; negocios a veces de galeristas metidos a decoradores de camellones o vivales del arte urbano. Tantos como para no saber, ni en el gobierno, cuántos son los engendros colocados ahí nomás a la buena de Dios y gracias a los caprichos de cualquier delegado.
Algunos de ellos tienen una íntima e indecorosa condición de politiquería (¿alguien se acuerda del monumento al niño maromero con máscara de Salinas en Coyoacán?); otros son simplemente horribles, como esa colección de bultos de piedra, concreto o metal con los cuales fue atiborrado el parque Lincoln (antes, Luis G. Urbina) conocido en Polanco por sus espejos de agua.
Es el triunfo de lo “kitsch”, en medio del “pastiche” de una de las zonas más afectadas por el “neorriquismo de la ciudad de México, cuya fugacidad y decadencia se nos alterna con los vaivenes sexenales cuya veleidad troca palacios de cantera en restaurantes de moda efímera, tiendas y “boutiques”, como sucede en la avenida Emilio Castelar.
En fin, diría León García Soler. Puro rastacuerismo.
IFAI
Como era de esperarse la bomba del IFAI ya ha estallado con la presidencia de Gerardo Laveaga, lo cual —como el propio instituto—, quizá no tenga ninguna importancia.
Lo notable aquí es cosa extraña pero tristemente cierta: las instituciones con las cuales la “modernidad democrática” nacional pretende probar su vigencia, se han convertido en escenarios de incontenible ambición de grupos cuya conducta resulta absolutamente impropia de la naturaleza de esos organismos.
Ocurre con la autarquía y esterilidad de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, la partidización del Instituto Federal Electoral, ahíto de chicanas y truculencias y según denuncia ahora Ángel Trinidad Zaldívar en el mismísimo “templo de la claridad” donde las pequeñas mafias ocultan procederes y actitudes.
“…A la colega SAC (Sigrid Arzt Colunga) —ha dicho Ángel en una pública expresión para desenmascarar la maniobra para encaramar a Laveaga— no puedo exigirle nada porque su falta de ética ha quedado comprobada. Todos conocen que presentó solicitudes de información, lo cual no tiene nada de irregular, pero lo que sí es absolutamente inaceptable, reprobable e ilegal, es que la Sra. (sic) presentó recursos de revisión y no se excusó durante la votación de los mismos. Peor aún, tuvo la desfachatez de ser ella misma ponente en algunos de ellos”.
“Eso se llama conflicto de interés y en una institución que funciona como tribunal, eso es una falta grave. No me imagino a ningún juez votando un asunto suyo, de su interés. Por si fuera poco, parte de sus solicitudes y recursos fueron para descargar su ira en contra de sus colegas de la SSP y del CISEN por una cuita familiar…”.
Todo eso lo dijo de frente y dando la cara, el comisionado Ángel Trinidad a quien de seguro le espera una negra noche. No en balde por los pasillos del nuevo edificio del IFAI —la consolidación institucional de estos organismos no se prueba por su trabajo sino por su evolución inmobiliaria— se desliza el ejemplo de Inocencio III, el Papa por cuyo talento político la Santa Madre Iglesia fundó el Santo Oficio. Pronto habrá ahí una Cruzada Albigense. De cillerero a Prior.
CASSEZ, ÁNGELES
Hoy podrá la Suprema Corte de Justicia revertir un viejo dicho. Comentan algunos viejos abogados: cuando la política entra por la puerta, el derecho salta por la ventana. Hoy la Suprema podrá demostrar cómo se daña la salud nacional con los fingimientos de la policía, los montajes —tal fue el caso de los generales del cual hablaremos después— y la propaganda de demagógicas organizaciones ciudadanas en busca de candidaturas a costillas de los derechos de aprehendidos y procesados. Ojalá.
QMX/rc