México se la juega en 2025
Calderón le habría dicho a Arroyo: no me importaría quedarme sin pensión. Puedo trabajar y no lo necesito; pero la seguridad mía y de mi familia, eso sí te pido que no lo toquen. Eso sí me va a hacer falta.
Hace días nada se sabe de él. Su nombre parecería haber sido pasto del olvido. No ha sido sólo el ocaso de su presidencia ni el sol poniente de su paso sexenal por los ojos entrecerrados de una historia cuya severidad no se hará esperar. Ha sido un franco acto de evaporación.
La figura del ex presidente Felipe Calderón no ha generado análisis exhaustivos, ni mucho menos interpretaciones en un sentido o en otro. No se habla de él para bien (sería arduo) ni para mal, como si su último viaje en la descendente tirolesa lo hubiera enviado a un pozo, como aquel en el cual se iba hundiendo ante los ojos de un mercader de imágenes turísticas.
Pero hace unos días dos noticias me llevaron pensar en ese hombre cuyo camino por la historia no fue una marcha triunfal, sino una caminata por los pedregales, atacado por sus propias zancadillas.
La primera, la toma de protesta de Francisco Arroyo como presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de los Diputados en sustitución de Jesús Murillo Karam, procurador general de la República y una historia de cuando era senador.
Sucedió en aquellos días durante una de las muchas, recurrentes e intrascendentes ocasiones cuando se analizan leyes y reglamentos para garantizar la seguridad y el confort vitalicio de los ex presidentes.
Calderón le habría dicho a Arroyo: no me importaría quedarme sin pensión. Puedo trabajar y no lo necesito; pero la seguridad mía y de mi familia, eso sí te pido que no lo toquen. Eso sí me va a hacer falta.
La otra nota en cuestión fue el comentario de Ernesto Villanueva en Proceso, según el cual, gracias a una larga serie de malabarismos legales o legaloides, como se quiera ver, el ex presidente habría logrado tener a su servicio 425 elementos militares y navales, además de una cómoda circunstancia de atención médica. Esto último parece mucho más lógico. Lo primero resulta una atrocidad y una desmesura.
He conocido a casi todos los ex presidentes de México. No vi 400 ayudantes en la señorial casa de Emilio Portes Gil en Polanco, por ejemplo, ni tampoco en Fundición donde Miguel Alemán. Ruiz Cortines se paseaba sólo por San José Insurgentes y si acaso lo seguía discreto un ayudante de apellido —creo— Benítez.
Hace algunos años estuve con Carlos Salinas en Dublín. Sólo estaban una secretaria con la cual trabajaba en sus libros sobre la modernidad y sus arduos pasos, y un ayudante militar. NO vi a nadie más.
Gustavo Díaz Ordaz, me consta, pues debí auxiliarlo con una pesada valija, estaba con su hija, su yerno y un capitán en el aeropuerto de Nueva York peleando a brazo partido en la banda de los equipajes. Iba a Boston a la Serie Mundial de Beisbol.
No fatigaré este relato, pero no llevaba séquito mayor el general Cárdenas ni tampoco viven en Magnolia 300 militares en casa de Luis Echeverría. Zedillo viaja al Bronx en el Metro; Miguel de la Madrid contaba con tres ayudantes de modo permanente, y de Vicente Fox poco puedo decir, pues me queda lejos su refugio abajeño.
En cuanto a los servicios médicos, parece haber congruencia. No se puede ofrecer menos a quien ha sido comandante supremo de las fuerzas armadas. ¿Pero lo otro?
PERDÓN
Uno de los peores momentos en el jaloneo senatorial por los cambios a las leyes de la administración pública fue sin duda el estallido temperamental y majadero de Francisco Domínguez, senador queretano, contra Héctor Lie y los periodistas a quienes acompañaba a trabajar terminada la sesión explosiva de la tarde del 8 de diciembre.
Tan indecorosa fue la conducta del senador como para obligar a su coordinador, Ernesto Cordero, a ofrecerle disculpas al agraviado, quien elegante nada más le dijo: ni usted, senador Cordero, ni la fracción, me han hecho nada, fue una persona y a él le corresponde disculparse.
Finalmente, el rijoso hizo de tripas corazón y fue con Lie para decirle como hubiera cantado Alberto Vázquez: reconozco, señor, que soy culpable.
—Menos mal
CAMACHO
Dado como es a jugar con las palabras, el nuevo presidente del PRI, el doctor César Camacho, ha sintetizado así el futuro del partido: si no cambiamos, nos cambian…
QMX/rc