Abanico
El primer grave error fue haber permitido el montaje. Y si no fue así, no haberlo castigado a pesar de saberse la faramalla desde el principio. Todo mundo se hizo pendejo.
Uno quisiera siempre darle la razón a su país.
Especialmente frente a Francia y sus arrogantes políticos, sus frecuentes desplantes intelectuales y su crónica pedantería cultural, pero en casos como el reciente, con todo y los excesos de convertir allá a una señora culpable, al menos, de complicidad en secuestros aleves y horribles, en una celebridad ante quien hasta el Arco del Triunfo se agacha, uno debe revisar las causas de tan insólita consagración de quien en verdad poco merece.
Pero ni modo, —como decía Agustín Barrios Gómez— “Afriquita” se lo ha ganado a pulso.
Con un poco de calma y a la luz de los hechos, cualquiera puede reconstruir la lista (así sea parcial) de las equivocaciones nacionales. Nótese cómo.
Primero, la omisión ante los requisitos de información consular. El desamparo diplomático le otorgó recursos defensivos suficientes para insistir e insistir hasta la saciedad y con ello demostrar las omisiones iniciales u originarias de un proceso a su vez viciado por inducción y exhibicionismo.
El primer grave error fue haber permitido el montaje. Y si no fue así, no haberlo castigado a pesar de saberse la faramalla desde el principio. Todo mundo se hizo pendejo.
El segundo, pasando por alto el montaje, fue la lentitud para atender a los diplomáticos franceses quienes se enfrentaron contra el opaco laberinto de la burocracia mexicana. Desde abajo hasta mero arriba.
—¿No me hace favor de venir mañana?
Después fue la negativa montonera de reconocer la validez del Tratado (Convenio) de Estrasburgo en la cual tuvo un notable papel el bloqueo dispuesto por la secretaria de Relaciones Exteriores, Patricia Espinosa, para satisfacer el capricho de su jefe quien a su vez trabajaba desde Los Pinos en busca del respaldo de los defensores civiles de Derechos Humanos y de quienes ya hemos comentado su interés secundario.
De esta manera remoloneaba la cancillería (febrero del 2011):
“La Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) confirma que la nacional francesa Florence Cassez no puede ser objeto de traslado para cumplir su sentencia en Francia al amparo de la Convención de Estrasburgo.??
“El vocero del Gobierno de la República Francesa, François Baroin, solicitó ayer a México “respetar los convenios internacionales que había firmado, en particular, el que concierne el traslado a su país de origen de personas condenadas definitivamente en el extranjero”.??
“La Cancillería subraya que el Convenio de Estrasburgo sobre Traslado de Personas Condenadas establece clara e inequívocamente que se requiere el consentimiento del Estado de sentencia y del Estado de ejecución para que se apliquen sus disposiciones. Esto es, el traslado es potestativo para el Estado requerido??
“Con relación al caso de Florence Cassez y en respuesta a una carta del presidente Nicolas Sarkozy, el presidente Felipe Calderón le comunicó el 6 de febrero de 2009, que hasta que quedase firme una sentencia condenatoria, “se podrá explorar la aplicabilidad del Convenio sobre Traslado de Personas Condenadas adoptado en Estrasburgo, Francia, el 21 de marzo de 1983”.??
“Al contrario de lo que han afirmado fuentes anónimas, el Jefe de Estado mexicano en ningún momento se comprometió a la realización del traslado solicitado. Como se puede constatar en el texto de la carta, el compromiso se limitó a “explorar la aplicabilidad” del Convenio de Estrasburgo” (pues entonces debió prometer la inaplicabilidad).
Así, con el uso escurridizo del elusivo lenguaje diplomático, Calderón buscaba la forma de complacer adentro sin quedar mal afuera. En vez de insinuar la aplicabilidad, pudo haber expresado una abierta negativa. A la larga quedó mal adentro e hizo el ridículo afuera. Cosa para extrañarse poco, Calderón siempre tuvo una incurable vocación para el ridículo.
Pero indudablemente lo peor de todo, el momento más grotesco y por el cual la vanidad herida del señor Nicolas Sarkozy se hinchó hasta límites de furia, fue cuando el Senado de la República (no importa quien haya sido el mensajero) intentó censurarlo para frenar así la defensa de una ciudadana francesa.
Después la siembra de un rumor del cual México se convirtió en cómplice: si se la llevan la van a liberar. Esa especie fue convertida en un punto de acuerdo en la Cámara Alta gracias al tesón de un senador, obviamente, panista: el ex gobernador de Aguascalientes, Felipe Pistolas González, secundado con inexplicable candor por la ex canciller, Rosario Green.
Así pues resulta explicable el aprovechamiento político: Francia fue (de acuerdo con su sensibilidad) humillada por los mexicanos. Incumplieron un tratado, faltaron al Derecho y luego irrespetaron al presidente francés con un grosero intento de censura.
¿No tienen entonces suficientes razones para sentirse reivindicados y felices?
Quizá no sean suficientes razones, pero son suficientes motivos.
ESCUELA
En la ciudad de México ocurren cosas raras, extravagantes, inexplicables, como por ejemplo los nombres de las calles. No lo voy a fatigar con la historia sabida del origen de un lago existente sólo en las placas de las esquinas, el Lago “Gascasónica”. Es historia conocida.
Pero en esta ciudad se le rinde memoria epónima hasta a los enemigos declarados de México. Por ejemplo a los nazis a quienes Manuel Ávila Camacho les declaró las hostilidades en la Segunda Guerra Mundial.
Aquí hay una calle llamada Mariscal Rommel en cuya esquina con Cinco de Mayo (¡órale!) hay una escuela elemental llamada, Doctor Jaime Torres Bodet. Vaya mescolanza.
Y nos espantamos por Aliyev.
GRAMÁTICA
Le llaman “Escudo centro”. Bien podría llamarse “Escudo central”. Un poco de sintaxis no le hace mal a nadie.