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CIUDAD DE MÉXICO, 20 de septiembre de 2017.- Magali Luna perdió el 19 de septiembre el departamento en que vivía, a causa del terremoto de 7.1 grados de magnitud que sacudió a la Ciudad de México.
Pero la estudiante de la Escuela Superior de Música conservó su violín, que providencialmente ese martes trágico se llevó a la escuela.
«Qué bueno que traje mi violín, si no lo hubiera rescatado estaría más desesperada», dice a Quadratín la joven de 18 años.
Luna es una de las damnificadas del derrumbe ocurrido en el conjunto de torres de la calle de Tokio 517, entre Emperadores y Presidentes, en la colonia Portales y donde la remoción de escombros continúa.
El edificio donde ella vivía no colapsó, como sí ocurrió con otras dos torres. Pero quedó tan inclinado que se volvió peligroso e inhabitable, afirma.
«Me sentí asustada al pensar que había gente atrapada. Sentí como nostalgia por mi casa. Lo importante es que estamos bien, pero no tenemos donde quedarnos, es desesperante».
Eso obligó a su familia, compuesta por sus papás, su hermana y su abuela a acudir al albergue del gimnasio de la Benito Juárez.
Como otros damnificados, ella tampoco pudo dormir durante la noche. Pero para tranquilizarse tocó en distintas ocasiones su violín -al que llama ‘su mano derecha’- pese a la preocupación por la incertidumbre sobre dónde va a vivir.
«Siento que me hace sentir [tocar el violín] en un hogar y siento más tranquilidad, mientras los demás hacen sus cosas normales».
La violinista comparte que su papá arriesgó la vida, subió al departamento y recuperó las escrituras.
«Sin eso hubiera sentido más riesgo legal», dice aliviada.
Después toca su violín, interpreta Canon en Re mayor, de Pachelbell, que suena suave y triste, y entonces alguien del equipo de logística del refugio la descubre, la invita a tocar, interpreta Bésame mucho de Consuelito Velázquez y Luna es recompensada con aplausos en el albergue que se inunda de buen ánimo.