
Estallido en Línea 2 del Metro
El pasado 1° de agosto, los miembros de la Federación Internacional de Universidades Católicas (FIUC) eligieron al sacerdote de Guadalajara y rector de la Universidad del Valle de Atemajac (UNIVA), Francisco Ramírez Yañez, como presidente de dicha organización. La FIUC tiene correspondencia evidente ante la Santa Sede y diversos dicasterios pontificios pero también ante altos organismos internacionales; por ello, que un mexicano presida el organismo obliga a reflexionar el papel de la educación católica en México en el contexto del Pacto Educativo Global que propusiera el papa Francisco en 2019.
En principio, la elección de Ramírez fue no sólo bien recibida por los obispos de México sino hasta elogiada profusamente pues aseguran que el nombramiento refleja “el aprecio y la confianza de la comunidad académica” y animan al religioso a continuar un servicio de “diálogo entre la fe y la ciencia, y en la construcción de una cultura del encuentro desde las aulas universitarias católicas”.
La expectativa de los obispos mexicanos sobre Ramírez Yañez es alta, ya que –entre otros servicios– ha sido titular de la Asociación Mexicana de Instituciones de Educación Superior de Inspiración Cristiana (AMIESIC) desde 2022. Sin embargo, esta asociación ha vivido en los últimos años una época compleja.
En primer lugar por los desafíos inherentes a la pandemia y postpandemia de COVID-19 que han obligado a reestructuraciones profundas de las universidades y centros educativos asociados; pero también por una persistente sangría y separación de algunas universidades católicas respecto a dicho proyecto colectivo. Al momento, por ejemplo, el principal volumen de instituciones universitarias que integran la AMIESIC lo componen los campus Anáhuac de la universidad de los Legionarios de Cristo, la UPAEP, la UDEM, la UVAQ, la UIC de los Misioneros de Guadalupe, la Universidad Pontificia de México (del Episcopado Mexicano) y un puñado más de universidades de diversas congregaciones religiosas.
Sin embargo, ni el vasto Sistema Universitario Jesuita ni el gran volumen del resto de instituciones de educación superior católicas de gran relevancia nacional trabajan en sintonía con la AMIESIC desde hace algunos años debido a diversas discrepancias.
Y es que el ambiente de la universidad católica en México permanece en un debate profundo e histórico entre el elitismo y el gregarismo o el servicio transversal a la sociedad. Sin duda, la historia glorifica el legado educativo de la Iglesia en México pero, a pesar de todo, la interrogante persiste especialmente en los centros educativos de nivel superior sobre si cumplen con su misión de servicio formativo para la transformación de la sociedad o si se han enclaustrado en torres de marfil, en pequeñas comunidades autorreferenciales de condiciones privilegiadas.
En las universidades católicas en México urge un esfuerzo de reconexión social, especialmente con su propósito de servicio, lejos de ambiciones utilitarias y pragmáticas. El papa Francisco hizo ese llamado: “Hay que recobrar la pasión por una educación más abierta e incluyente, capaz de la escucha paciente, del diálogo constructivo y de la mutua comprensión… para formar personas maduras, capaces de superar fragmentaciones y contraposiciones y reconstruir el tejido de las relaciones por una humanidad más fraterna”.
Esto último es sumamente importante porque en muchos espacios hay severas crisis de identidad; desde hace años varios modelos universitarios católicos se han instalado en mecanismos neoliberales eficientes como escuelas de negocios privilegiadas, mientras se abandonan los barrios y a las comunidades rurales. Y, al mismo tiempo, algunos centros y asociaciones educativas católicas en México se han debilitado internamente por tensiones políticas e ideológicas, por la manipulación de teologías, tendencias sociales y heridas históricas en favor de agendas e intereses; debates que, por otro lado, se observan estériles ante las apremiantes necesidades comunitarias.
Fue Juan Pablo II quien advirtió en Ex Corde Ecclesiae que la universidad católica debe ser una "comunidad que dialoga con los gritos del mundo". Ante tales urgencias, la formación y educación católica tiene que orientarse hacia el bien público y a la misión de trascendencia; al final, si las universidades católicas no bajan de sus campus a las banquetas rotas más allá de las esferas de su realidad, su misión se reducirá a una anécdota de alegres aplausos y reconocimientos mutuos; pero la sociedad les retirará la confianza que todavía conservan.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe