Contexto
Audacia, asertividad y unidad; los retos para el episcopado mexicano
En noviembre próximo, la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) celebrará su 106 asamblea plenaria; como cada semestre, es un momento de arduos acuerdos, trabajos, consultas y notificaciones que configuran el andar y el perfil de los líderes de la iglesia católica en el país. Pero esta edición está aderezada por las votaciones que se realizarán al interior del organismo para nombrar al nuevo presidente del colegiado tras el sexenio del cardenal arzobispo de Guadalajara, Francisco Robles Ortega.
Aunque los pastores espirituales de la grey católica insisten en que los tiempos de la Iglesia no son los del poder temporal, no hay manera de comprender que los cambios en la Mesa del Consejo de Presidencia de la CEM no contemplen las singularidades nacidas tras la elección de Andrés Manuel López Obrador como presidente de México. En principio, el proyecto de nación promovido por el político mantiene coincidencias éticas y morales irreprochables para los obispos mexicanos: “Recuperar la autoridad moral, asumir la honestidad en la vida privada como en la pública como tabla de salvación, desterrar la corrupción, actuar con austeridad, no mentir, no robar, no traicionar y, finalmente, buscar el bienestar material y el bienestar del alma para la felicidad de todos”.
Pero para algunos obispos mexicanos, no es momento de dormitar sobre las ruedas. Arzobispos como Rogelio Cabrera López y Carlos Garfias Merlos, de Morelia y Monterrey respectivamente, proponen lecturas y acciones más asertivas del papel de la Iglesia mexicana en el contexto contemporáneo. El planteamiento no es menor, la Iglesia en México se debate entre la pasividad de los liderazgos institucionales y la radicalizada agresividad que ciertos grupos religiosos proponen como remedio a los males del país.
En el último par de trienios, la presidencia del cardenal Robles se enfocó en dar cuerpo a un ambicioso plan global a largo plazo para la Iglesia mexicana, abandonó varios espacios sociales de diálogo cultural y mediático para reagruparse en un modelo de trabajo verdaderamente colegial que lograra “la unidad” que tanto les encomendó el papa Francisco. Para no pocos analistas, la agenda de autoridad moral que llevó al candidato López Obrador a la presidencia de la República fue la materia que llenó vacío que los obispos mexicanos dejaron voluntariamente para afanar con la mirada en el 2031 y 2033.
El camino emprendido para lograr el Plan Global de Pastoral podría entonces compararse con un resorte comprimido, aparentemente inerte y reducido, pero con la energía potencial para lograr que la Iglesia católica en México dé el gran salto que requiere para entrar de lleno en el siglo 21. Dice el proverbio sirio que: si molesta el viento que trae las ventanas abiertas, hay que cerrarlas y reposar. Sin embargo, fuera de la serenidad de la Conferencia, varios ventarrones sacudieron a la grey, la opinión pública y al propio pontífice romano. La violencia indómita en México que arrastra a ministros católicos y feligreses por igual; la polarización moralizante entre lecturas de políticas públicas; los nuevos escándalos de abuso sexual y la descarada ofensiva contra la autoridad y credibilidad del papa Francisco por parte de grupos conservadores, víctimas de clericalismos decimonónicos.
La política de la presidencia saliente de la CEM ha privilegiado una cautela excesiva ante la realidad, una hiperreflexión que podría parecer extremo cálculo ante las muchas incertidumbres del país, de la cultura de cambios y de la propia Iglesia católica universal. Como ejemplo, tras la reunión sostenida con el presidente electo el pasado 4 de septiembre en Monterrey, las autoridades episcopales ‘liberaron’ con casi 20 horas de retraso un escueto comunicado y cuatro indiferentes fotografías de un encuentro en el que tuvieron oportunidad de plantear la agenda que los pastores del México aún católico desean promover y en la que quieren participar.
Lo mismo ha sucedido con el posicionamiento ante los foros de paz organizados por el equipo de López Obrador y en los que se les solicitó una presencia activa en consideración con la experiencia que la Iglesia mexicana tiene en proyectos de paz como el de la campaña “Que en Cristo Nuestra Paz México tenga vida digna”. Y, sin duda, también dejaron pasar la oportunidad de manifestar sólidamente su apoyo al papa Francisco en medio de la crisis de autoridad y credibilidad más difícil que ha vivido en el trono pontificio el argentino.
Hay que golpear el metal mientras está caliente. No hay otra forma de forjarlo. De lo contrario, los vacíos se llenarán y los líderes de esa aún masiva y tradicional catolicidad mexicana no hallarán quien haga eco de su voz.
@monroyfelipe