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CIUDAD DE MÉXICO, 12 de octubre de 2020.- Mario Molina es ya un mexicano universal y un universitario eterno; fruto de una raza y espíritu indomable que superó las dificultades que encontró a su paso, afirmó el rector Enrique Graue Wiechers, al encabezar el homenaje que la Universidad Nacional Autónoma de México hizo en recuerdo del Premio Nobel de Química 1995.
Anunció que esta casa de estudios propondrá al Senado de la República le conceda la máxima presea de la nación: la Medalla Belisario Domínguez, a quien es ejemplo de esfuerzo, dedicación y constancia, del interés y compromiso por la naturaleza y por la humanidad.
“De vivir sin protagonismos, pero con firmeza; de luchar con tesón y perseverancia por metas por más que parecieran ser inalcanzables; y de poseer esa sencillez que solo la dan la sabiduría y la fuerza emocional. Ese es el Mario Molina que se queda para siempre en las páginas de la Universidad Nacional Autónoma de México”, subrayó el rector.
En el homenaje virtual y luego de guardar un minuto de silencio en su memoria, recordó que hoy hace 25 años y un día nos enteramos, con inmensa satisfacción, que un mexicano, un hijo de la UNAM había sido galardonado con el Premio Nobel en Química; el primero en las disciplinas científicas de los tres Nobel con los que cuenta la Universidad y la nación.
“El doctor Mario Molina es un claro ejemplo de la fuerza y vitalidad de la ciencia mexicana y de la capacidad que tiene la Universidad Nacional para formar ciudadanos íntegros y comprometidos con la ciencia y con su impacto en la globalidad”, remarcó Graue.
Asimismo, subrayó que la UNAM fue su origen y destino final; aquí se formó y siempre se ufanó de ello. Sus logros y repercusiones, agregó, nos abrieron los ojos para que como humanidad pusiéramos atención en el daño que le causamos al planeta.
“Sus tesis, y las de sus colegas, abrieron el camino para que podamos contener la tragedia que sería acabar con nuestra biodiversidad y con las formas de convivencia humana. Su legado nos compromete a perseverar en ello”, puntualizó Graue.
México, la Universidad y la ciencia, prosiguió, han perdido a un preclaro pensador y a un científico comprometido. Pero su recuerdo será siempre un paradigma y un permanente para librar adversidades y superar momentos difíciles “porque el impulso del conocimiento y la creatividad son incontenibles y las contrariedades son solo vientos encontrados pasajeros que sabremos sortear, y reajustar timón y corregir rumbos”.
A nombre de la familia del Nobel, Luis Molina, jefe de la Unidad de Electrofisiología Cardiaca de la Facultad de Medicina de la UNAM, agradeció a esta casa de estudios el homenaje a su hermano. Él “nos ha dejado en el pináculo de su vida y su carrera, muy tristes, en la orfandad de su legado, pero muy orgullosos”.
Y rememoró una anécdota durante la entrega del Premio Nobel 1995, en el edificio de la Real Academia de las Ciencias de Suecia en Estocolmo, cuando integrantes de la familia Molina tuvieron la oportunidad de conversar con el presidente de la Fundación que otorga ese reconocimiento y él mismo les expresó que esa distinción es importante gracias a quienes lo reciben, a “gente como Mario”.
El también exrector de la UNAM, José Sarukhán Kermez, refirió que Molina tuvo una cualidad: tratar de inducir que los resultados de su investigación tuvieran un efecto claro y definido para el bienestar social. Esto lo debemos recordar de modo permanente porque, fundamentalmente, la ciencia que se produce en las instituciones y universidades públicas es la que se convierte en un bien social.
El coordinador nacional de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad añadió que el homenajeado fue un científico preocupado por el efecto que decenas de miles de productos químicos tienen sobre el ambiente. La suya no era una batalla fácil de ganar: tuvo que convencer a los sectores público, político, de la industria privada, lo cual resultó en un beneficio para todo el mundo, para el planeta entero.