Alfa omega/Jorge Herrera Valenzuela
Lejos de los reflectores, pero siempre presente a lo largo de grandes transformaciones de la cultura y sociedad mexicanas de las últimas cuatro décadas, el histórico pastor de la Arquidiócesis de Xalapa, cardenal Sergio Obeso Rivera, falleció la noche del 11 de agosto a los 86 años.
Obeso Rivera es considerado uno de los principales liderazgos del episcopado mexicano durante las últimas décadas del siglo XX y el cambio de milenio. El juicio no es ligero: por el lado político, se le reconoce su actitud dialogante con los gobiernos para lograr remontar la situación anómala en que se encontraba la Iglesia católica (y todos los demás credos y religiones) tras los efectos de la Guerra Cristera y los acuerdos de pacificación. En el aspecto social, es indispensable su lectura sobre la participación de la identidad cristiana “audaz y humilde” en las transformaciones sociales y los desafíos de la nación mexicana. Finalmente, en el ámbito religioso y pastoral, un incansable promotor de la fe, obra y figura de su antecesor, Rafael Guízar y Valencia, primer obispo mexicano canonizado.
Sergio Obeso Rivera fue nombrado obispo por el papa Paulo VI en 1971; primero para Papantla y luego como coadjutor para el arzobispo de Xalapa en 1974. Asumió con plena potestad el gobierno de la iglesia veracruzana en 1979 apenas unos meses más tarde de la histórica visita del papa Juan Pablo II a México. A partir de este acontecimiento, Obeso Rivera comenzaría a actualizar en la Iglesia mexicana la visión sobre una moderna libertad religiosa y la llamada nueva evangelización.
En noviembre de 1982, Obeso Rivera fue electo presidente del colegio de los obispos católicos de México y, desde aquel entonces, la prensa lo identificó como “un obispo de corriente pluralista, innovador e intelectualmente abierto”. No tardaría en demostrar estas cualidades principalmente con los diálogos con el presidente Miguel de la Madrid y posteriormente con Carlos Salinas de Gortari para actualizar el estatus legal de las asociaciones religiosas en el país; pero también ante las crisis sociales producidas por los fraudes electorales y los abusos autoritarios; los movimientos de indignación política y social a los que se sumaban diócesis y órdenes religiosas enteras; la promoción de espacios de diálogo y cultura (como en la reapertura de la Universidad Pontificia de México); y la inteligente diplomacia ante las presiones del nuncio Girolamo Prigione para utilizar el órgano episcopal como un ejecutor de oscuras voluntades.
Sergio Obeso Rivera favoreció el equilibrio en los discursos y el sagaz avance institucional para atender las complejidades que trajeron los últimos regímenes priistas previos a la alternancia del 2000. El arzobispo fue parte de una generación de líderes católicos que debieron atender las tensiones por la lucha democrática ante los regímenes autoritarios y el papel de las asociaciones religiosas en la construcción de sociedades modernas, plurales, laicas y con plenitud reconocimiento de las libertades religiosas. Para el arzobispo, la búsqueda de la democracia siempre exigió instituciones independientes y una madurez de la sociedad civil que difícilmente se alcanzaría con identidades disociadas entre la responsabilidad ciudadana sus valores trascendentales o religiosos.
Su opción al interior del episcopado fue fortalecer la colegialidad, escuchar a los obispos y comunidades religiosas periféricos, respaldarlos incluso a pesar de las presiones de la élite política. Su búsqueda ‘democratizadora’ de la nación mexicana también alcanzó los veneros de la propia Conferencia del Episcopado Mexicano no sin polémicas ni incomprensiones de sus propios hermanos obispos.
Todo esto, mientras en las bases de la iglesia católica se vivía la actualización del nuevo Código de Derecho Canónico y la construcción de uno de los pontificados más largos e influyentes de la historia con la deslumbrante personalidad de Juan Pablo II.
Quizá una de sus principales colaboraciones para la comprensión de la actualización de la Iglesia católica y sus fieles ante los desafíos de la nación mexicana está reflejada en el documento “Del encuentro con Jesucristo a la solidaridad con todos” del año 2000. En esta extensa carta pastoral, la Iglesia católica reconoce un largo y doloroso proceso de emancipación política que, al tiempo de dar fisonomía a un Estado laico, soberano e independiente, propicia una más audaz, libre y partícipe función de la identidad religiosa en las batallas por la libertad, la justicia social y la democracia.
A sus 85 años, el arzobispo Sergio Obeso recibió el reconocimiento pontificio por su influencia, trayectoria y servicio a la Iglesia católica universal mediante el birrete cardenalicio que le impuso el papa Francisco. Su convicción de un arraigo histórico y cultural entre la identidad religiosa mexicana y la construcción de una nación moderna y solidaria la sostendría en todo momento.
Para el cardenal, la ruta institucional siempre estuvo ligada a la audacia que da la auténtica identidad. Incluso esta idea se refleja en una anécdota: Cierta vez se le solicitó su dirección personal y el arzobispo recitó las placas de su coche; según él, las autoridades habrían podido encontrarlo siempre a ras de carretera, visitando las parroquias del estado, porque su identidad como obispo le obligaba a confirmar en la fe allí donde se encontrara su rebaño.
En estos años he recuperado una serie de anécdotas e historias que pueden dar idea del tamaño de personaje que fue Sergio Obeso Rivera para el país; pero, al permanecer siempre lejos de los reflectores, muchas de ellas son inverificables. Quizá sea lo mejor, porque más que hagiográficas, cada anécdota es inspiradora del poder colectivo, de la necesidad por la pluralidad, la participación y la decisiva ecuanimidad.
Descanse en paz.
@monroyfelipe