Teléfono rojo
El Presidente de la República es un hombre libre.
Que no asume las limitaciones que otros, la costumbre, lo que corresponde a según, quieren imponerle. Su autenticidad está por encima de cualquier cuestionamiento, lo ha estado a través de los años. Es un hombre que hace lo que para él es correcto.
Por lo tanto, como admitió este lunes en la conferencia Mañanera, no hace nunca lo “políticamente correcto”, no es “ortodoxo” y siempre hace, hará, lo que le dicta su conciencia.
Una conciencia que, a estas alturas de la historia, debería ser ampliamente conocida.
López Obrador ha sido siempre un personaje que irrita las “buenas conciencias”, a esos sepulcros blanqueados que tanto lo fustigan y, también, tanto ocultan sus intenciones y sus intereses.
Por este personaje, que es como es, que ha sido como ha sido, votaron 30 millones de mexicanos. Y lo convirtieron en Presidente de los Estados Unidos Mexicanos. Es lo que hay, lo que tenemos. Para muchos el mejor hombre, para otros, pocos, el enemigo perfecto.
López Obrador relató, con lujo de detalles, con su intimidad sobre el micrófono, las razones por las que saludó este domingo a la madre de un narcotraficante. Razones que tienen que ver con humanidad, con ese sentido de lo correcto que dicta sus actos. Y correcto le pareció saludar a una anciana, más de 90 años, que pide por un permiso para ver a su hijo antes de morir.
¿Es correcto? Correctísimo si entendemos a Andrés Manuel López Obrador. Correctísimo y previsible. ¿Es algo que suelen hacer los mandatarios? No. Obviamente no lo hubiesen hecho ninguno de sus antecesores. Pero, ya sabemos, estos no solían mirar a su alrededor ni entendían que la moral no es un árbol que da frutos.
¿Es un pecado? Para un sector de la sociedad, López Obrador ha sido siempre un pecador. Para otros, para aquellos que están ciertos de las bondades de su conducta, es, por el contrario, un redentor. Un hombre que puede saludar a un leproso, a una madre, a un limosnero, a una persona equis… ¿Es mucho? Ha sido mucho desde hace años, mucho que les cuesta trabajo entender.
¿Por qué saludó a la madre del “Chapo” Guzmán? La respuesta es obvia, y así lo repitió ante los periodistas, porque así se lo dictó su conciencia a sabiendas de los efectos mediáticos que iba a tener.
Lo cierto, además de tanto, es que el Presidente está harto de las críticas interesadas. De los escándalos que le inventan a cada rato. De los periodistas que, según sus palabras, lo acompañan buscando “la podrida”. Y, que dentro de esta hartura, no hay espacios para ceder, para cambiar buscando la aprobación de unos pocos.
¿Cuesta entender a un mandatario que sigue sus instintos? Obvio.
Es lo que hay. Es lo que tenemos. Es lo que votamos millones de mexicanos. Es el Presidente Constitucional.
A esto debe agregarse que no se queda callado. Que no va a quedarse callado. Que defiende, explica, puntualiza sus acciones.
¿Preferiríamos a Peña Nieto y sus copetes, sus amantes, sus negocios ilícitos, sus excesos, sus silencios, sus conductas “políticamente correctas”?
Yo no. Muchos mexicanos tampoco.
Preguntémonos si en el fondo de nosotros mismos habita un rebelde liberal o un conservador correcto… de eso trata saludar a una anciana…
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