
El recuerdo de un Maestro que vivió sin tregua, entre acordes y sombras
CIUDAD DE MÉXICO, 28 de junio de 2017.- Eran las 09:45 horas de este miércoles, cuando El Caballito volvió a asombrar a los paseantes de Plaza Tolsá, en el Centro Histórico, luego de que a esa hora se le quitó el velo que lo cubrió más de tres años.
La cultura ecuestre, inspirada en el Rey de España Carlos IV, obra de Manuel Tolsá (1757-1816), volvía a cabalgar, dijo metafóricamente la titular de la Secretaría de Cultura del Gobierno Federal, María García Cepeda.
También volvía a sobrevivir, históricamente hablando, como lo hizo en los primeros años del México independientemente, y como ocurrió recientemente, ante las negligencias de algunos burócratas.
Elaborada en 1803, la obra asombró al viajero universal Alexander Von Humboldt, quien al verla en el Zócalo la comparó con la escultura de Marco Aurelio en Roma.
Pero la guerra de Independencia puso bajo la lupa todo lo que pareciera español, y previo al 28 de septiembre de 1822 –fecha que coincidía con el santo de Agustín de Iturbide y día fijado para que este asumiera el trono del Imperio de México– el militar mandó a cubrir el monumento con un globo azul, “para que no presencie la ceremonia”, recordó el gran Carlos Monsiváis en su texto Sobre los monumentos cívicos y sus espectadores, recogido en el libro Monumentos mexicanos, de las estatuas de sal y piedra, coordinado por Helen Escobedo.
El monumento permaneció cubierto hasta 1824, cuando el primer presidente del México naciente, Guadalupe Victoria, consideró afrentosa su cercanía al Palacio Nacional y ordenó fundirlo para hacer barandales, continuó Monsiváis su explicación en su texto.
“Momentos antes de que la estatua se convierta en un barandado, Lucas Alamán salva al insulto broncíneo y, alegando su condición artística, obtiene su traslado al Colegio de Minería, donde permanecerá algún tiempo en virtual prisión”.
193 años después, El Caballito volvió a ser cubierto, no por alguien que buscaba que su presencia fuera afrentosa, sino luego de un fallido trabajo de restauración ordenado por el Fideicomiso del Centro Histórico, dependiente del Gobierno de la Ciudad de México.
Ubicada ahora en Plaza Tolsá, –luego de primero haber estado en el Zócalo, en la antigua universidad y en Reforma– la escultura resultó dañada por los defectuosos trabajos de una empresa que carecía de experiencia para hacerlo.
Como hace 193 años, la escultura no corrió el riesgo de volverse barandal, pero sí una escultura dañada, verdosa, de varios colores, sin brillo, con la pérdida de 45 por ciento de su superficie pictórica original de su pátina, producto de la desafortunada intervención.
Debió intervenir el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) que convirtió “un hecho desafortunado en una oportunidad”.
Además de buscar corregir la rehabilitación, detectó que la escultura tenía una formación heterogénea de productos de corrosión, superficie inestable y susceptible a más corrosión, una capa de polvo y hollín y escurrimientos por lluvia.
El pedestal también tenía daños, como pintas, manchas de fierro y cobre disuelto, pérdida de juntas, manchas por humedad, faltantes, disgregación y desprendimientos.
La oportunidad consistía en que el monumento recuperara sus cualidades y su preservación a largo plazo, bajo la base del respeto a su materia y a sus significados; se optó por ello por la mínima intervención y el respeto a sus materiales constitutivos y que los usados en la intervención puedan ser retirados en el futuro.
La figura ecuestre recuperó su brillo, el respeto de los capitalinos, quienes a su vez recobraron a una de las piezas hípicas más hermosas del mundo.