Teléfono rojo
Es una exageración que el presidente López Obrador encare una prensa hostil en extremo, según él, sin precedente desde Francisco I Madero. Más que un exceso es una franca mentira.
La televisión, la radio y los mismos diarios, con singulares excepciones, en sus secciones informativas, encabezados o notas privilegiadas reproducen la postura del presidente en sus prédicas mañaneras. La crítica, que sí existe, es marginal e irrelevante en cuanto a su impacto en la opinión pública.
Es un calculado juego de espejos el inmolarse como una víctima de la prensa corrupta, un ardid para ganar el apoyo del respetable de cara al fracaso en los resultados de su gobierno, cobrar inmunidad por la inevitable crítica y poner a los medios en cuestión.
El presidente dice las cosas con tal convicción que pareciera que las cree. Y si las creyera el caso sería peor para el hombre más poderoso de México desde Porfirio Díaz con un Congreso a modo, con gobiernos locales subordinados y buena parte de los factores de poder sometidos por miedo o por lo que sea.
Lo cierto es que la falta de contención se vuelve contra sí mismo y todavía más contra la sociedad. Son muchos los capítulos del fracaso gubernamental. Incluso, uno de los logros indiscutibles, como la recuperación de los salarios, se ve amenazado por la inflación y por una política económica errática que aumenta las desigualdades regionales y personales, así como un documentado incremento de la pobreza. Los afines encubiertos, elaborados o abiertos de López Obrador recurren a las intenciones para justificar al régimen ante la falta de buenos resultados.
Ojalá y los hubiera y que quienes teníamos reservas del nuevo gobierno nos hubiéramos tenido que comer nuestros propios temores. No es así y que no haya crítica interna -por el talante del mandatario- y tampoco oposición externa -incomprensible debido a la magnitud del fracaso, del perjuicio a ciertos sectores y sus implicaciones para el porvenir del país-, significa que en muchos exista la convicción de que las cosas están razonablemente bien. Una sociedad indefensa ante la magnitud del adverso resultado.
Es suficiente revisar los capítulos fundamentales de la política pública para advertir el tamaño del perjuicio y, en algunos casos, el retroceso. La excepción ha sido la política interna -muy reciente-, a raíz del nombramiento como secretario de Gobernación de Adán Augusto López; a partir de su arribo hay diálogo y un sentido de prudencia y mesura ante la polarización originada por la indignación ante el desastre que fue el gobierno de Peña Nieto y por su corrupción sin precedente.
Quedan 31 meses al mandato de López Obrador. No es mucho, especialmente por la merma de autoridad derivada del proceso sucesorio, reducida al momento de la designación de candidata o candidato. Si AMLO hace lo que Peña Nieto, quien le suceda tomará riendas en la segunda mitad de junio, reduciendo en cuatro meses la gestión, si se considera que, en enero de 2024 o antes, se conocerá ya el perfil del candidato o candidata oficial. Menos de dos años de poder pleno quedarían al presidente.
Los proyectos de obra podrán continuar, pero el poder político sufrirá una significativa afectación. Por elemental sentido común, el candidato o candidata presidencial buscaría que el presidente no complicara el escenario político.
Si López Obrador cree que el camino es la radicalización y que el activo mayor es él para el triunfo de su partido, la decisión provocará un resultado adverso, en las elecciones legislativas, locales concurrentes, presidencial y en de la Ciudad de México.
Una sociedad indefensa por el temor o la comodidad de quienes prefirieron callarse, sufriría un nuevo embate no menor de oportunismo y de revancha cobarde; y López Obrador advertirá, como muchos de sus antecesores, que sus pretensiones de trascendencia se vienen al piso, particularmente, por aquellos que él creyó aliados o compañeros de viaje solidarios y decididos. Una historia escrita: amarga secuela por el exceso y abuso de poder.
Federico Berrueto en Twitter: @Berrueto