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Con tristeza, la señora Fernández recuerda las agresiones que sufrieron sus dos hijos en la primaria. Ella desconocía que sus niños tuvieran una sobredotación intelectual, pensaba que eran inteligentes, pero nunca imaginó que su alto coeficiente fuera el motivo de las agresiones.
Aun cuando en el kínder los niños ya querían leer y lo fueron haciendo poco a poco como dictan las reglas, pues según las profesoras hacerlo antes de tiempo es ir contra la naturaleza y se puede atrofiar su crecimiento, no había problema. Los conflictos comenzaron cuando los dos ingresaron a la primaria. Ahí empezaron los apodos, los reportes, los castigos y el rechazo no sólo de sus compañeros, también de los maestros.
Al hijo mayor, los profesores lo etiquetaron como un niño “inquieto” y con “problema de conducta”, sin embargo el chico sólo quería saber más. El supuesto “problema de conducta” era que a él, le interesaban temas diferentes al común de sus compañeros.
Mientras que los demás querían correr y jugar futbol, los hijos de la señora Fernández se interesaban en temas existenciales: “saber por qué nacieron, para qué, de dónde vienen, por qué no se acaba el infinito…”.
La hija menor, desde los tres años cuestionaba a sus padres sobre el origen de los pueblos olmeca y maya, por Darwin. A ambos les agradaba platicar con adultos, ir a museos, cuestionar todo, nunca se quedaban con la primera respuesta que les daban, siempre querían ir al fondo de las cosas, cuenta la madre de los pequeños.
El bullying que sufrió el mayor “fue parejo, tanto de los compañeros como de los maestros. Los profesores le decían que era muy inquieto y pensaban que tenía un problema de conducta, pero le hacían una pregunta y les contestaba”.
Recuerda que sus hijos comenzaron a cuestionar desde que eran muy pequeños y además se comportaban como adultos. Pese a que los niños caminaron muy rápido y se interesaban por saber de todo, a ella le pareció normal, “yo no podía frenar del todo el que ellos aprendieran, pero tampoco fui tan rápido como debí”, señala.
Al asimilar rápidamente lo que los profesores les enseñaban, los niños entraban en un estado de aburrimiento, ya que les parecía repetitiva la clase. Entonces el niño optaba por dibujar y la niña por leer.
La niña cuestionaba, todo quería leer y siempre participar en clase, situación que sacaba de sus “casillas” a la maestra, lo que un día la orilló a prohibirle que participara.
La actitud de los pequeños provocó desesperación y frustración en los maestros, lo que se tradujo en el rechazo hacia los niños. La niña no volvió a participar, ni hablar, se volvió solitaria y manifestó desinterés por la escuela.
“Mis hijos dejaron de comer, entraron en depresión, mi hijo se comía las uñas, ya no se querían bañar o vestir para ir a la escuela, ya no querían ver a nadie”.
Con tristeza recuerda que el entorno que encontraron en el colegio no fue muy agradable.
Por sugerencia de los maestros, pero más que nada por el estado de estrés en el que se encontraban los menores, tuvieron que entrar a terapia psicológica; los padres necesitaban un diagnóstico, que le “pusieran nombre” a lo que estaban pasando los infantes.
Los dos pequeños pasaron por un sin número de evaluaciones y por cuatro terapeutas, “uno casi por año” menciona la señora durante una entrevista con la Agencia de Información Quadratín México.
“La última terapeuta me dijo que tampoco tenía diagnostico y me sugirió que buscará ayuda con un neurólogo, porque no había encontrado nada que se pueda traducir en beneficio para el niño”, y por consecuencia no había diagnóstico para establecer un tratamiento.
Cuenta que su frustración fue en aumento, hasta que una de las terapeutas le comentó que por medio de la televisión se enteró que existía un psicólogo muy joven, que lo buscara para ver si él la podía apoyar.
La señora refiere que así fue como llegó al Centro de Atención al Talento (Cedat), en donde les practicaron una serie de exámenes y para sorpresa resultó que sus hijos eran sobredotados intelectuales.
A un año de ir todas las tardes al Centro, donde reciben apoyo pedagógico y psicológico, la vida de los niños ha sufrido una transformación completa.
“Ahora sonríen, están alegres, ya no viven frustrados; comprenden que vivimos en un mundo que así es, que no vamos a poder modificar y que hay que tratar de entender”, señala la señora Fernández.
Los niños aun cuando continúan yendo a esa primaria, en el Cedat han aprendido a asimilar que “pertenecen a un grupo” diferente, “que no son los únicos, que no es malo”. Ya no les pesa que los llamen tontos o raros.
El desenvolverse en un ambiente que no es hostil y que además socializan con otros pequeños “iguales a ellos”, les ha ayudado a llevar su sobrecapacidad intelectual, pero además, a desarrollar sus gustos y sus conocimientos. Todo quieren leer, todo quieren saber.
“Él va en cuarto de primaria, le gusta la electrónica, arreglar la televisión o lo que se descomponga; en la computadora vuela, maneja muy bien Excel, Power Point, y aún cuando no sabe que quiere ser, quiere todo y todo le interesa”.
La niña quiere inventar algo que salve a la humanidad, y se interesa por la ciencia, la robótica y la nanotecnología. “Quiere ser científica”.
Mientras ellos cursan la primaria y por las tardes acuden al Centro de Atención al Talento, para recibir apoyo pedagógico y psicológico junto con otros niños igual a ellos, con un alto coeficiente intelectual, los hijos de la señora Fernández, siguen haciendo preguntas “que van al fondo de las cosas. No se quedan con lo que les enseñas o lo que les lees, o lo que les explicas”.
Lo único que los hace diferente a los demás es su sobrecapacidad intelectual, porque ellos juegan con la bicicleta, los patines, basquetbol, juegos de mesa, con los legos y practican Taekwondo.
A ella le gusta todo lo que signifique armar; el niño “es más motriz”, prefiere la mecánica y todo lo que tenga ruedas. A ella le agradan las matemáticas, a él la geografía y las computadoras.
El común entre los niños con sobrecapacidad intelectual, desafortunadamente es el rechazo, por ellos es importante poner total atención y tener comunicación con los pequeños para evitar que sufran ese grado de violencia.
“Ellos somatizan el rechazo que reciben. Los niños viven gran aburrimiento en la escuela porque es repetitivo, generalmente hay evidencia desde edad temprana”, por ello es importante detectar que está pasando con el niño, “que lo está aburriendo”.
“Trabajar por nuestros hijos, llenarlos en casa de buena atención, dedicarse más a los hijos, ser más responsables como padres, acompañarlos, guiarlos”, enfatiza la señora Fernández luego de haber pasado por una etapa de grave rechazo hacia sus pequeños.
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