Teléfono rojo
Bien lo dijo José Mujica: los pecados políticos de la izquierda y de la derecha no son ni su progresismo ni su conservadurismo, sino su infantilismo y su actitud reaccionaria frente a los cambiantes desafíos sociales. Por si fuera poco, las condiciones de polarización –ese fenómeno que todo mundo parece comprender pero pocos intentan escudriñar– alimentan la lucha política sólo de mayor radicalidad e insensatez y vacían el diálogo político. Hoy, ni duda cabe, las cúpulas políticas y partidistas prefieren simplificar al ciudadano su responsabilidad cívico-electoral negándole la oportunidad de pensar, discernir y valorar propuestas políticas privándolo de ellas.
Resulta además ofensivo para la ciudadanía escuchar que los diferentes grupos políticos antagónicos realizan supuestas ‘estrategias’ o ‘narrativas’ de intencionalidad electoral (es decir, para convencer a potenciales electores o colaboradores políticos) cuando lo único que se evidencia es el cálculo egoísta de su propia supervivencia.
Entre sus discursos hay una permanente justificación de sí mismos (‘somos lo máximo porque somos diferentes’) pero no existe una real definición de qué es lo que son verdaderamente. Así, por ejemplo, aunque todas las ‘corcholatas’ del oficialismo afirman que desean dar continuidad a la Cuarta Transformación en el fondo aún no se sabe con claridad qué significa aquello: ¿Será la estructuración administrativa o el estilo de gobierno? ¿O el posicionamiento ético-político o la valoración moral respecto a lo correcto e incorrecto de la sociedad? Es decir, ¿el auténtico sucesor político de López Obrador lo es por el estilo o por el programa? Y, si fuera por el programa, ¿cuál sería ese?
Sucede igual –o quizá mucho peor– en los que se identifican como oposición. Para muchos sin duda ha sido un avance importante el pacto cupular de los más diversos personajes, líderes y partidos opositores al régimen para anunciar un conglomerado político (revestido por el color del INE y de las marchas ciudadanas) y así revelar su intención de juntar votos para contrarrestar al partido oficialista y a sus aliados. En sus discursos manifiestan que desean terminar y revertir todo lo realizado por la actual administración; pero en el fondo aún no se sabe con claridad qué significa aquello y peor, con qué desean reemplazarlo. De hecho, no importa cuántas veces repitan la palabra ‘unidad’ si no definen las cualidades de la misma. Es decir, ¿el auténtico antagonismo al lopezobradorismo lo es por el estilo o por el programa? Y, si fuera por el programa, ¿cuál sería ese?
Hasta el momento, por desgracia para la madurez democrática a la que aspira el país, todos los sectores políticos caen en los pecados mencionados por Mujica: en infantilismo, es decir, que todos sus deseos, objetivos y voluntades políticas parecen reducidas a caprichos y arbitrariedades; o en actitud reaccionaria, es decir, que los actores políticos no sólo carecen de propuestas hacia adelante sino que, retrógrados y rancios, buscan echar atrás todo sin miramientos.
Por supuesto, habrá quienes justifiquen la hiper simplificación de la próxima sucesión presidencial y claramente hay una extendida sociedad convencida –o subordinada por los algoritmos que condicionan su consumo mediático– de que las definiciones políticas en México son simplonas; sólo una pequeña fracción ciudadana superará la estridencia maniquea y comprenderá que la realidad social no está simplificada en blanco y negro; y ellos serán quienes habrán de exigir más claridad de las propuestas políticas, especialmente en las controversias actuales o históricas de la vida social en el país.
Es lamentable –pero comprensible por la cultura radicalizada en que vivimos– que las cúpulas y la clase política prefieran reducir las complejidades sociales en decisiones monocromáticas, y a la sociedad en partidarios y adversarios (o aliados y enemigos) sin ofrecer ni bases de pensamiento ni propuestas realmente amplias; y es triste cuando los periodistas y analistas se sumen a ese reduccionismo y al sectarismo extremo. Ojalá que, en estas condiciones, el pueblo mexicano y la ciudadanía puedan levantarse de entre la estridencia y exijan más diálogo sobre los proyectos, sobre las visiones del país, sobre los proyectos de nación.
Felipe de J. Monroy es director VCNoticias.com
@monroyfelipe