Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
¿Cómo ganar un Premio Nobel jugando LEGO en 2016?
En el momento en el que el mundo vivía una era “glacial” por una guerra fría que muchos creyeron había terminado (Putin demuestra que sigue latente en lo sucedido en Ucrania y Siria), tres niños de distintas nacionalidades (francés, escocés y danés) con pocas probabilidades de conocerse dieron su primer respiro en este planeta. Al mismo tiempo Mafalda y sus amigos jugaban al fin del mundo debido a la explosión de alguna(s) enorme bomba atómica y esto era divertido porque (careciendo de internet) los niños estaban tan ocupados que muchas veces solo había tiempo para estos breves espacios de solaz. También es justo mencionar que, en la infancia y juventud de estos tres personajes, los habitantes de Europa se sentían europeos (occidentales por supuesto), a pesar de la acérrima tradición seguida al pie de la letra por sus ancestros de insistir en que eso solo eran patrañas. Baste como ejemplo que de un pueblo a otro –digamos Konstanz en Alemania y Kreuzlingen en Suiza– unidas por una simpática calle en la que algún día viví que podía recorrer (vía aduana) en quince minutos, había diferencias abismales que ameritaban usar dos dialectos distintos del alemán –como mínimo– y una desastrosa historia oculta en la segunda guerra mundial. Por cierto, esto de sentirse europeo en Europa también está pasando de moda según lo indican fuentes bien documentadas de inmigrantes.
Pues Jean-Pierre, Francer y Bernard sí creyeron firmemente en ser europeos y se comportaron como tales. Hay datos que confirman otros casos, aunque hay que ser honesto y no creer mucho en las estadísticas hechas para mentir, que no reflejan lo que realmente pasa en una sociedad y en la mente de un ser humano. Definitivamente debieron tener desde su más temprana infancia mucho interés en jugar lego. Los tres se decidieron a mejorar el juego articulándolo con química y prestos se pusieron a hacer nudos, rotores, cadenas, bombas (de las que aumentan la presión de un fluido), robots y hasta carros en nanoescala; inventaron el “nanolego”, lo que en propias palabras de la Academia del Nobel se diría como que “han miniaturizado máquinas y han llevado a la Química a una nueva dimensión”.
Tengo que reconocer que me entusiasmé aunque ciertamente no tengo una afinidad marcada con la arquitectura o la mecánica, pero me fascina la transferencia de la información, que coloquialmente se basa en el consabido chisme. Por supuesto estoy trabajando en nanoantenas para que todos estos objetos, robots, carros, edificios, transportadores de fármacos (en esto sí estoy jugando el clásico “nanolego”) se puedan comunicar entre sí y con el mundo a otra escala; el ser humano. De esta manera se les puede instruir, ordenar, jerarquizar, y porque no, darles las herramientas necesarias para auto-organizarse. Claro que siempre hay peligro de revoluciones y otros desórdenes de mal gusto; en su momento tendremos que enfrentarlos.
Hay otra razón por la cual me gustó que el premio Nobel de Química se concediera en esta área; tiene aplicaciones inmediatas para el beneficio de la humanidad. Después de todo no dejo de ser parte de la especie “homo sapiens sapiens” y por lo tanto homocéntrica. Lo que es claro es, que estas nanomáquinas pueden contribuir de forma impresionante en el beneficio de todo el planeta, sobre todo si se autoreplican y saben deshacerse de la basura que tanto nos contamina, como ejemplo. Por supuesto la biomedicina sería otro gran campo de acción para este tipo de trabajo.
Diviértanse viendo un nanomotor sobre el que ya estamos trabajando bajo nuestro propio paradigma, vean:
Espero como siempre sus comentarios esperando tengan una excelente semana.