Visión financiera
Para Fernando no había magia alguna al imaginarse a su abuela Consuelo bajo la regadera con el jabón Zote y la piedra pómez tallándose las rodillas. La magia estaba en sitios diferentes, como por ejemplo en las monedas de centenarios brillantes que había visto apiladas la noche anterior en montones de diez en diez uno tras otro hasta cubrir la superficie de la mesa del comedor. Pero entró cuando le abrió Margarita. El baño era tan grande que hubieran podido colocar ahí una cama y un ropero y hasta la radio con todo y sinfonola.
Fernando, que tenía 11 años, discutía con Margarita cada mañana el mismo asunto sobre la magia. Margarita a veces se sentía desesperada porque creía que nadie le tenía respeto. Ser la menor de los hermanos no era fácil.
– No hay magia. Lo que pasa Margarita es que estás pequeña y sigues soñando en cuentos de hadas.
Nada tenía que ver aquello con las hadas. Sólo había que esperar tres minutos más.
De pronto, por la esquina izquierda del baño azulado, asomó un rayo amarillo de luz que luego se tornó multicolor sólo si uno observaba con calma.
Margarita estaba a punto de ir a la primaria y ya entendía lo que la paciencia significa.
– Paciencia hermano, paciencia, paciencia es el arte de esperar.
Era una niña muy madura para su tiempo, por eso resultaba increíble verla en ese estado de éxtasis esperando algo como si se tratara de lo más maravilloso.
Fernando contaba los minutos pues ya tenía reloj. Observaba con impaciencia la manecilla larga a ver a qué hora pasaban los tres minutos que le parecían eternidades.
Margarita, caminó despacio en el minuto dos hacia el centro del baño. Su vestido almidonado que solía sonar como pandero a cada paso, ahora parecía ligero como ala de paloma. Con sus noventa centímetros de estatura, se paró de puntas y estiró los brazos para tomar algo escondido encima de la repisa en donde se colocaban los jabones y el estropajo: un espejo entre sus manos pequeñas brillaba a contra luz.
– Hay que ponerlo cerca del azulejo Fernando, le dijo. Espera, ahora viene.
A Fernando comenzó a darle miedo.
– Pero Margarita.
– Espera, dijo con la firmeza que sus años le permitían y repitió: “Luz del espejo dame el tiempo que lleva a otros colores”.
– Margarita, por favor.
– Cállate Fernando, mira.
Fernando sabía que el azulejo de la esquina pegado a la regadera estaba flojo y lo usaba para guardar algunos billetes cuando trabajaba horas extras saliendo de la escuela. Pero Margarita no buscaba billetes ni tenía miedo, simplemente colocaba el espejo en la pared contraria formando una esquina iluminada con el rayo multicolor que entraba desde la ventana.
Por un momento se olvidó de la manecilla larga y decidió mirar por el espejo. Algo se movía. Fernando sintió como que el tiempo se detenía y su corazón también, le parecía vergonzoso sentir más miedo que su hermana menor.
Algo comenzó a aparecer entre la luz de colores y el espejo. Él se tapó los ojos.
Margarita le tomó las manos para que observara.
– Mira, le dijo, se llama Lei Soma Zup.
– Lei Soma, le dijo, Zup, para los amigos. Un gusto caballero.
Fernando no atinó ni a estirar la mano. Sabía lo que era la buena educación pero, ¿qué tal si la estiraba y sentía que alguien le tocaba?, ¿y si lo tocaban y él salía huyendo despavorido como un cobarde? ¿Cómo iba entonces a respetarlo su hermana?
– Hola Zuo, yo soy Fernan…
– Habla bien, le dijo Margarita.
– Fernando, dijo con firmeza recuperando su sitio de hermano mayor, aunque seguía nervioso. De pronto estaban ahí solos sin saber que sucedía frente al tal Lup o Zup o cómo se llamara ese hombrecillo que quién sabe que era pero que daba miedo.
Margarita lo saludó con una familiaridad como si fuera su amiga la del te y comenzó a hablar con él.
Fernando escuchaba pasmado todavía pensando si hablar o no, si interrumpir la luz del espejo con su mano, o si correr a llamar a su mamá y decirle que Margarita estaba loca, pero no hizo nada y se quedó quieto.
Lei Soma Zup parecía estar sentado en una especie de piedra rosa transparente y detrás tenía un montón de cosas raras de colores que iban cambiando conforme el hablaba con Margarita.
Su cabeza era tan pequeña que hubiera podido ser del tamaño de un limón.
Fernando acercó su rostro con el permiso de Lim o Sum o Sam, o como se llamara.
– ¿Puedo tocarte?
– Por supuesto, le dijo. Lei Soma Zup parecía un ser muy educado. Y no soy un duende, más que un ser soy como tú y hasta puedo ser un hombre.
– Pero si no he preguntado nada en voz alta, dijo Fernando.
– Yo sé lo que te preguntas porque Lei Soma Zup vive dentro de tu cabeza una vez que me ves y hasta que tú quieras.
Margarita preguntaba algo sobre si era verdad que debajo de la tierra había otras vidas, pero Fernando estaba sorprendido, tanto por escuchar lo de las vidas, como por descubrir que su hermana menor resultaba sorprendentemente inteligente.
– Qué preguntona eres Margarita, ¡silencio, nos vamos!, dijo y tomó salió del cuarto angustiado pensando en que el tal Lei o Lim o lo que fuera viviría dentro de él y sin su permiso o con el y por cuánto tiempo.
Un miedo que no se atrevió a confesar arrasó con su idea de salir a la calle y se echó a correr como desesperado hasta llegar al final del zaguán sin fondo.
– Un dos tres por Fernando que tiene miedo, dijo Margarita.
– ¿Pero Margarita?, ¿te das cuenta que no sabemos si ese Lup existe?
– Existe Fernando, te lo dije, el baño tiene magia.
Fernando ya no creía en magias ni sombreros, al él le urgía crecer y trabajar y ser rico.
– No tengas miedo hermano.
– Es que no tengo, respondió, de veras.
– No lo tengas, mira, regresemos.
Fernando se dejó llevar como si no tuviera fuerzas hasta que estuvieron de nuevo frente al azulejo. Así empezó la amistad con Lup o Lim o como fuese.
– Comenzarás por aprender mi nombre, dijo el hombre tras el espejo. Yo sé que te gusta trabajar y que juegas al fútbol, que quieres peinarte con el copete alto y que sueñas con tener un auto convertible, así que tú deberás llamarme con respeto si quieres saber cosas. Porque el respeto es importante entre quienes inician la confianza.
– ¡Pero no es justo!, yo no se nada de ti, le dijo Fernando. Un juego cuándo es justo es de iguales. Tu nombre no me dice nada y hasta confesaría que me da miedo. ¿Eres chino?, preguntó mientras Margarita, sonreía con esos ojos verdes que había heredado de su padre.
– China, dijo Lei Soma Zup, está muy lejos del sitio de donde vengo, en realidad diré que vivo en dónde tu sueñes y mi existencia cambia dependiendo de lo que imaginas.
Entonces Fernando pensó en un sitio en donde hubiera más arena que asfalto, como la tierra de su padre: Líbano y el cabello de Lei Soma Zup comenzó a volar movido por un viento suave. Un camello o algo parecido pasó detrás de él y Lei dijo que sentía sed mientras una gota de sudor le escurría por la frente.
– ¿De cuál sitio vienes?, preguntó Margarita.
– De la realidad de lo que puedo ser y de lo que fui, dijo Lei.
Fernando sentía escalofríos.
– Lei viene de amor, es diminutivo de Leilou, el más importante de los elementos y el que une a todos. Soma significa aquello que decidimos que nos lastima cuando no estamos dispuestos a enfrentar otras realidades y Zup es el tiempo que se va, ¡miren, se va!, cuando menos damos cuenta de ello. Dijo girando y mirando hacia arriba como si se le estuviera cayendo el cielo y comenzó a desaparecer.
Fernando mi padre, dice que parecía una especie de retrato que se movía y hablaba. Usaba un pantalón azul que le llegaba a la rodilla. A veces traía un sombrero de copa con una cinta violeta en la cabeza y otras aparecía dejando caer sus caireles rubios sobre los hombros. Tenía una sonrisa extraña como si como si en el mundo no importara nada más que sonreír.
Desde entonces los dos se encerraban en el baño, levantaban el azulejo, ponían el espejo y platicaban con Lei Soma Zup: “Espejo, luz del espejo dame el tiempo que lleva a otros colores.”
Mi padre y mi tía Margarita compartían un secreto que no valía la pena contar porque ningún adulto lo creería. Nosotros lo supimos cuando estando en una fiesta, hace unos 3 años, comenzaron a contarlo imaginando que lo habían soñado y se dieron cuenta de que no, que fue una experiencia que compartieron en la infancia.
Mi padre dice que Lei Soma Zup contaba haber nacido de un huevo azul dentro del cual vivió ocho meses hasta que descubrió la manera de romperlo. Dijo que entonces tuvo la oportunidad de decidir si tendría alas y para qué le servirían, pero prefirió los piés. También pensó en su color favorito y decidió que la estatura no importaba.
De cómo llegó a ese baño y de porqué decidió hablar con Margarita no se sabe. De cómo Margarita descubrió que ese hombrecillo salía cuando ponía el espejo debajo del azujelo roto del baño, tampoco. Tampoco se sabe durante cuánto tiempo lo vieron ni cómo desapareció, pero ellos, que ahora tienen 65 y 70 años, todavía cuentan la historia del duendecillo.
Esta es una historia de los años cuarenta, hace mucho tiempo. Yo conocí y me bañé en ese ese baño y viví en esa casa pero jamás vi al duente. Alguna vez que vean a mi padre, si quieren escuchar la historia de Lei Zoma Sup, le preguntan y terminará diciendo que cuando vendieron esa casa, el señor que la compró encontro debajo del baño un gran tesoro.
* Historia contada durante la celebración del Día del Niño en la Biblioteca Vasconcelos, como Regaladora de Palabras / http://www.bibliotecavasconcelos.gob.mx/dia_del_nino/Regaladores.php?&page=19
* Laura Athié es mexicana, madre de Abril, comunicóloga por la UABC y Maestra en Políticas Educativas por el IIPE-UNESCO París. Ha sido periodista cultural para radio y prensa. Hoy es funcionaria y escritora. No quiere que sus historias familiares mueran y ayuda a los demás a reconstruir las propias a través de la palabra escrita con su proyecto: Tejedora de historias. “Calva y brillante como la luna: diario de una loba contra el Lupus”, es su libro más reciente. Le encanta que le escriban correos. / www.tejedoradehistorias.com / [email protected] / Twitter: @Lauraathie
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