
Lavado de dinero y poder
Hay algo oculto en cada sensación…
Es cierto, las escuela no fue mi lugar favorito, no todos los maestros han sido mis amigos y en muchas ocasiones he querido gritar y tampoco me faltaron ganas de tomar un bote de pintura y escribir en la pared de mi casa familiar de infancia: ¡Déjenme en paz!
Sí, lo acepto, cuando me decían: tienes que leer este capítulo y cada semana entregarás un resumen de tantas cuartillas a tantos espacios en tal letra, llegué a sentir ganas de vomitar.
¿Qué es un resumen?… ¿Por qué querría escribir?… ¿Para qué voy a leer ese o aquel capítulo si ni me interesa, si lo que quiero es escuchar música, salir a la calle, bailar?
Nada bueno me dejaba pensar así, me decían. La rebeldía no lleva a ningún lado, debes leer, tienes que escribir. Cada vez que me acostaba me retumbaba esa sentencia en la cabeza, ese sonido del deber ser. Bueno, me sonaba, porque ahora lo único que suena en mi cuarto, en el celular, en el iPad, es el teclado. Algo pasó que escribo y escribo, tanto que hoy me dijeron textualmente: “Hola Laura. Eres compulsiva, te he leído y me gusta. ¿Qué haces cuando no escribes?…”
Yo no supe si reír o llorar, si me estaba insultando o si era un halago. Iba a contestarle cuando me di cuenta de la hora, ¡caray, qué tarde!, pensé y dije, bueno, lindo platicar contigo pero, aunque parezca extraño debo irme pues me encargaron un artículo sobre cómo escribir sin preocupaciones, ¡adiós!, y me fui.
Y llegando a casa busqué en el diccionario: “Compulsivo”, va[1]. (Der. de compulso, part. irreg. de compeler, y este del lat. compulsus), así decía:
1. adj. Que tiene virtud de compeler, ¿qué es eso?, seguí leyendo.
2. adj. Que muestra apremio o compulsión. Me quedé igual, no entendí.
3. adj. Psicol. Que tiene impulsos irresistibles. ¡Eso sí me sonó!… ¿Impulsos?, todo el tiempo, desde niña, aún más en la adolescencia. Irresistibles, sí, definitivamente. ¿Tú no?
Durante años fui al salón de clases para hacer lo de siempre, anotar en hojas y más hojas sin pensar ni en lo que estaba escribiendo, así, nada más para llenar la página, hasta que me salió un callo en el dedo y exploté y entonces ya no pude detenerme más. Tenía que gritarle a todos lo que sentía, decirles que estaba molesta, enojadísima, ¡harta!, tenía que decirlo todo, sin importarme lo que pensaran, pero… ¡Tenía que decirlo sin insultar!
La verdad la escuela no me gustaba desde la secundaria y ya estaba enojada desde hace mucho tiempo. Tenía que decirlo, pero no encontraba la forma, fue así que un día tomé una pluma comencé a contar, primero en un diario para leerme sin que nadie más se enterara de mis secretos, luego, fotocopiando en muchas hojas aquello que me interesaba comunicar a los demás y más tarde, cuando recibí mi primer mail, el miedo y la vergüenza se fueron por la ventana, guardé el “qué dirán” en un cajón y por primera vez en la vida, hice algo que de verdad me hacía feliz: escribir.
Así fue como pude gritar sin que nadie se dé cuenta… ¿A ti te ha sucedido que quieres decir algo, pero no sabes cómo?, ¿qué quisieras gritar, pero no puedes?… ¿Has intentado alguna vez, en lugar de abrir la boca o salir corriendo, tomar un papel o sentarte frente a la computadora y escribir?
Secreto No. 1 de Laura para sacar la rebeldía (o cualquier otra idea que se quiere contar):
Yo comencé a escribir en dos etapas. La primera, fue para quitarme el miedo y descubrir que escribir es un vehículo útil para liberar. La segunda para decir algo de la mejor forma y lograr así, ser escuchada, es decir, el segundo paso es para “comunicar”.
Estos son los pasos de la Etapa 1: Contra el miedo.
Paso 1. Recuerdo y respondo a una pregunta: ¿Por qué estoy enojada?, y entonces, antes de escribir, me respondo mentalmente hasta que encuentro una frase útil para empezar: “Laura, que estaba enojada porque sus padres se habían separado, comenzó a gritar en el salón sin importarle que nadie la viera…”
Paso 2. Tomo el lápiz y empiezo a sacar toda la furia: Escribo y escribo sin ton ni son, sin parar, sin detenerme, como me va saliendo, si el tema es el enojo, escribo, si es una película, lo hago. No me preocupo por nada, ni siquiera miro el papel o el teclado, comienzo a hacerlo como si estuviera hablando con alguien más y lo cuento todo, desde el color del sitio en el que me encontraba, los rostros y gestos de la gente que veo, lo que huelo, hasta mis reacciones y le sonido de mi corazón.
Paso 3. Respiro. Cuando lo he sacado todo, me detengo y pienso unos momentos. Cómo cuando he gritado y se me cansa la garganta, que me agoto de tanto abrir la boca como si me hubiera a acostado a llorar. Escribo durante una hora, dos horas, no me importo dónde ni quien me viera, he dicho todo lo que tenía que decir, ahora, voy a respirar.
Paso 4. Reviso, como si fuera otra persona. Tomo el escrito y leo en voz alta. Escucharme me resulta muy útil, descubro errores cuando ni yo misma me entiendo, encontró formas ingeniosas de volver a contar.
Etapa 2. Comunicar.
Si ya le perdiste el miedo al texto, lo que sigue resulta más sencillo y divertido, es como volver a imaginar.
Hay muchas formas de enfrentar la escritura, no siempre tiene que ser en un momento de furia, puede serlo también de amor, de miedo o de profunda tristeza. Por eso, sabiendo que puedo escribir horas y horas, lo primero que hago es detenerme a pensar y me imagino al lector, al otro, al que “va a leerme”, al que me está escuchando, pienso en él y hasta le pongo un rostro, una piel, una boca y es entonces que me pregunto:
¿Para quién estoy escribiendo? ¿Qué le quiero decir? ¿Por qué se lo voy a decir? ¿Qué edad tiene? ¿Cómo es? ¿Cómo quiero decírselo? ¿De qué manera lo voy a hacer para que me entienda? Y comienzo, por ejemplo: Imaginemos que tengo 15 años y que no existían ni el mail, ni Facebook, ni Twitter, ni CD. Imaginemos que mi grupo favorito se llamaba Soda Stereo y que para escucharlo se tenían que comprar discos LP casi del tamaño de la llanta de una bicicleta y que no salían en la televisión porque eran argentinos y no había servicio cable ni DVD, sólo, si tenías suerte y había alguna videocasetera cerca, podías ver cómo eran.
Supongamos que me encontré a ese grupo en la calle, a esa edad y que yo sí los conocía porque era amiga de un chico rockero que tocaba batería y me enseñó a ese y algunos otros grupos que irrumpieron en la ola del rock en español. ¿te imaginas la emoción?, ¿la locura?, ¡son mi grupo favorito y están ahí, en la calle y puedo verlos y se acercan y vienen caminando hacía mí, absolutamente solos!
Ya no estoy enojada, estoy eufórica y eso también es un buen impulso para escribir. Ahora, te voy a contar la historia.
1. Lo escribo en mi diario, sólo para mí y nadie más lo leerá porque soy muy tímida y es mi secreto:
Querido diario, ¡estoy feliz! Ayer fuimos a la zona rosa, no la conocía. Llevaba mi vestido rojo. Es mi primer vestido rojo. Estábamos dando vueltas en el carro de mi papá mientras oíamos a Soda Stereo. Yo no he escuchado a nadie más sexy. De pronto se oyó un grito aterrador que irrumpió la tranquilad. Era un grito de emoción, como de incredulidad, pero al mismo tiempo de amor o tal vez deseo: ¡Ahí va el de Soda Stereo!, dijo Adriana. ¿Dónde?, ¿dónde?, ¿Dónde?, preguntamos las demás.
2. Lo escribo en una nota de periódico para que salga en primera plana.
“Tres jóvenes muchachas enfrentan cargos por regalar gorra al vocalista de Soda Stereo”
México, D.F., a 15 de agosto de 1985. Laura y dos de sus famosas amigas, enfrentan ahora un juicio por abuso de confianza, tras haber regalado una gorra que no era suya, al Gustavo Cerati, vocalista del grupo argentino Soda Stereo. El vocalista del grupo, que viene a México para promocionar su último LP titulado, Persiana Americana, dice desconocer los hechos, dado que fue abordado sorpresivamente por tres mujeres que parecían en estado de shock. “La verdad es que los vimos y no pudimos detenernos”, declaró Laura. “Laura se puso como loca, dijo una de sus compañeras en la delegación Cuauhtémoc, pues los hecho sucedieron justo frente al Ángel de la Independencia.
3. Lo escribo en una carta de perdón, porque todos cometemos errores.
Querida hermana:
Escribo para pedirte una disculpa porque regalé tu gorra, pero estoy segura de que me perdonarás porque sé que tú, en mi lugar habrías hecho lo mismo.
Ayer nos encontramos a Soda Stereo caminando en pleno Paseo de la Reforma. Tu sabes cómo me gusta ese grupo, estábamos verdaderamente emocionadas.
Yo me quedé como una zombi cuando me los encontré de frente. Nos saludaron, platicamos un poco y no supe por que lo hice, pero cuando Gustavo me dio su autógrafo, yo me quité la boina y se la regalé sin acordarme que era tu favorita. Perdóname, prometo que te compraré otra.
Te quiere.
Laura
4. Lo escribo para un anuncio.
Hermana arrepentida vende boletos para el concierto de Soda Stereo mañana en el Palacio de los Deportes. Interesados comunicarse al 55.78.99.99. Magnífico precio.
5. Lo escribo en un Tweet.
Regañada pero feliz. Sin gorra y con 4 boletos para Soda: ¿quién viene?
¿Ves?, hay muchas formas de escribir cuando quieres decir algo, tal vez el único secreto es, no temer. En el primer escrito, si te fijas, como era sólo para mí, fui impulsiva, sólo me importaba escribir mi emoción. En el segundo, que era para la prensa, incluí datos importantes como declaraciones de las implicadas regala gorras y la localización del lugar de los hechos. En el tercero, como se trataba de una carta personal, utilicé un lenguaje sincero. En el anuncio fui lo más escueta y rápida posible para decir algo en un espacio breve, y en el Tweet, para llamar la atención, usé una sola frase para ir directo al grano.
En todos los casos, mis interlocutores, es decir, quienes van a leerme, son siempre públicos distintos. Jamás olvides eso cuando escribas un texto.
Cierto, con esto de la rebeldía y no gritar en voz alta olvide decir quien soy, mi nombre y por que escribo más de lo que hablo. Me llamo Laura, tal vez te lleve el triple de años y como tú, una vez estuve confundida y fui a la escuela. O quizá tú me llevas diez años a mi y piensas que escribir es complicado. Por eso te cuento mis secretos. Comencé sin mucha certeza de lo que tenía que hacer pero con una extraña sensación de que quería decirlo. Por raro que te parezca, escribir me hace feliz.
Si algún día llegamos a conocernos te darás cuenta de que escribo sólo con los dos dedos anulares, de una manera extrañamente rápida. De que voy haciéndolo como cuando respiro y de manera huracanada, es decir: sin detenerme, arrasando toda la hoja hasta terminar.
Esa es mi recomendación para ti: escribir en dónde sea y cuando te surja una idea, sin importar si detienes el paso o si alguien se está burlando de ti. Escribir sin detenerte cuando hayas iniciado, no te preocupes si pusiste una E en lugar de la R, si te has saltado una coma, si pusiste burro con la B al revés, sigue. No veas el teclado, no te distraigas con nadie. Cuando sientas que lo has dicho todo, pon punto final, baila, cómete un plátano, brinca y luego, vuélvete a sentar, lee con cuidado, no como si tú lo hubieras escrito, sino como si fueras otro y sólo hasta entonces, comienza a corregir. Así, tu texto estará listo para comunicar.
Te contaré además, antes de irme, que soy compulsiva con esto de la escritura, si algunos fuman, corren o juegan yo, en cambio, escribo a todas horas, y soy aficionada a las historias, con una extraña sensación por ponerlas en papel para que jamás se olviden.
Escribir es como la primera vez andas en la bicicleta: tal vez se caigas, las criticas a veces dolerán como los raspones, pero hay que pararse y seguir porque cuando sientes la velocidad de las rueda o del teclado y sabes a dónde te diriges, entonces, te lo aseguro, ya no habrá nadie que se interponga en tu camino.
Ese es mi secreto: escribir es una manera de gritar, sin que nadie escuche, a menos de que yo –o tú– así lo quiera y el primer paso sin duda, es perder el miedo para siempre.
QMex/la