
Quitar concesiones y callar opositores
Imagine qué no podrá contarle esta camioneta roja
Notará que las vestiduras no son impecables –eso sería aburrido en demasía. Tendrá tal vez, justo en donde se siente la mujer que ama o el hombre que dice que estará con usted hasta que la muerte los separe (esperemos que eso no suceda en el auto), algún vestigio de chicle o llanto no precisamente placentero.
Pero tome en cuenta que las manchas le ayudarán a entender que la vida no es blanco y negro, ¡qué monotonía!… uno debe acostumbrarse a seguir aún con cicatrices visibles, así sean de Gerber con pollo, de aceite o de harina y miel, marcas que indican que nuestro camino ha valido la pena, orgullos de luchas ganadas, trofeos de guerra. Descuide si ve una por aquí u otra por allá. Siéntase orgulloso, la camioneta tiene sus glorias.
Cuenta anécdotas a cada kilómetro y no para aunque le falte gasolina. Muy bien recorrida desde Baja California hasta Mazúnte, pasando por la sierra en donde María Sabina recibía a los cantantes que deseaban ser ungidos y se fumaban hongos. No sé si sea buen o mal augurio pero ha sido además, testigo de uno que otro amorío y jamás se desvieló frente a las rupturas amorosas.
Como todo buen transporte citadino tiene también sus historias de terror, pero le aseguro que usted no podrá notar que transitó en varias ocasiones por momentos en los que nadie hubiese querido ser protagonista y salió viva con todo y pasaje, hay testigos sanos y salvos que pueden dar fe aunque ya han huido del país.
Sobre ella a usted nada le faltara. Y no es precisamente la compañía de seguros, posee un halo protector que le acompaña absolutamente gratis, sólo al dueño, no se crea que con pedirla prestada funciona y tampoco estoy cierta de que le permitan manejarla si no es un cliente potencial.
Sin que ello demerite el precio ni la amortización, deberá saber, más no lo comunique mucho si es tan amable, que fue en una noche de lluvia y pago quincenal cuando recibió el primer golpe de revolver sobre el vidrio semi nuevo de la puerta izquierda como a la altura del chofer.
Imagine si no será buena camioneta que aguantó el manejo rudo de esa noche de secuestro exprés, visitando cajeros de la misma forma que pasa ahora por entre los microbuses, ciclistas o carriles que eran dobles transformados en triples, sin un solo raspón. Es buena compra si usted sabe manejar y no padece de nervios, no pierda la oportunidad.
Tiene sobre el techo brillante como si fuera nuevo, dos hermosos rieles de plástico irrompible en tono negro, parecidos a los que intentó copiar para su auto deportivo un hombre llamado Bruce Wayne, a quien no conozco, pero que dicen viste de látex, con un increíble y único accesorio auto financiado que no se encuentra en agencias, útil para colocar, con buen amarre de riatas de lavado (si se la vendo, de preferencia use las bicolores favoritas entre las señoras para colgar la ropa al sol) y nudos de boy scout: cajas, bolsas de dormir, maletas y perros en su jaula pero no por separado, sino al mismo tiempo y sin caerse aunque tome curvas a más de 60 kilómetros por hora.
Ha recibido, como debe de ser, uno que otro meado de los perros o de los hijos malcriados de alguna amiga a la que se le dio aventón “aquí cerquita, a la calle siguiente”, pues lleva la garantía de pertenenecer, como mujer virgen u hombre fiel, a una sola dueña de muy buen pie que afortunadamente no fuma.
Si por ejemplo usted dijera que va hacia el metro o que necesita encaminarse hacia la esquina de Revolución con el Eje 10 para ir a Copilco, ni siquiera notaría los olores al subir y sin embargo, de inmediato daría cuenta del buen temple, maravilla de reflejos, gusto para la música o los programas de noticias y cortesía al manejar, de la dueña a quien hago referencia con apellido de origen libanés y que a desgracia familiar, no salió con buena fortuna para los negocios.
Por increíble que le suene, ninguna de sus partes es cambiada, aún en esta época de silicones e implantes en donde todo parece real y es falso, la camioneta roja, que de seguro ya está imaginando, cuenta con absolutamente todo, incluyendo las patas de los limpia parabrisas, la llanta de repuesto con su funda y sus refacciones, no como salidas de la fábrica, le mentiría, recuerde que la experiencia es importante, pero sí muy originales.
¡Ni se preocupe por el modelo!… Imagine qué no podrá contarle esta camioneta roja más allá de la vida del primer sexenio panista, del cual fue testigo cuando conoció a su dueña: que si el verdadero costo de este puente, el ganador de la licitación para remodelar aquella glorieta, por qué clausuraron el letrero panorámico, sobre los segundos pisos, cuotas o carreteras concesionadas; conversaciones propias e indiscretas, besos y toqueteos, enojos, golpes y reconciliaciones, regaños, confesiones de amor o de indiscreciones y secretos de otro asunto.
Si es inteligente, con la historia de la camioneta que usted podría comprar en caso de que sólo la dueña accediera, podría escribir varios cuentos redituables para las editoriales. Dudo que encuentre en ningún otro sito, agencia de autos nuevos e inexpertos o banco de autos usados sin personalidad, una de tanta categoría como esta.
No gaste más en vitaminas o bebidas energizantes, sentirá tan sólo al tocar el volante, la adrenalina al manejar sin placa de Papantla a Tajín en la vía de doble sentido siendo noche mientras llueve a cántaros, sin un lente de contacto, con copiloto lector y bailarín, pero inútilmente miope.
Podrá quizá, si tiene imaginación, ver por el retrovisor a un hombre campesino cargando una penca de plátanos persignarse y rezar, porque van a cruzar el atajo más cercano que dirige al pueblo donde murió un héroe revolucionario, para evitar el deslave de un pedazo de sierra rumbo a Cuetzalan, no sin antes transitar al pie de un acantilado nebuloso, conocido por sus curvas como la Garganta del Diablo.
Dígame qué auto, por más europeo que sea, podría darle los secretos de la negociación de un viaje detenido por indígenas ataviados con mezclilla y textiles indígenas, palas, machetes, rifles y paliacates rojos sobre el rostro, que han cerrado la carretera de paso Oaxaca-México hasta que alguien, que obviamente no es usted, conceda valor a la palabra que les dio en medio de una campaña electoral, prometiendo que serían por fin dueños de sus tierras.
Yo le aseguro que pocos o ningún auto encontrará que haya pasado revisiones militares con soldados que en lugar de hablar, gruñen a falta de lenguaje, mientras le someten a examen con perro y metralletas, para verificar que no sea usted transportista de alguna droga maligna de contrabando, golpeando con los nudillos las partes intimas de esta camioneta roja que usted podría poseer. Sólo piloteando sobre ella en alguna ruta norteña, podría llegar sentirse por un momento como Camelia la Tejana, mientras recibe el viento de la Rumorosa sobre el rostro y mira de lejos la Laguna Salada, echándose una cerveza aunque se delito.
Y no le encontrará un rasguño sin motivo, esta es una camioneta con sabiduría, no cualquier coche sport vulgar de pocas miras. Si no encuentra la ruta, tiene miedo de dejarla estacionada en algún callejón oscuro, si cree que de pasar una noche en la calle podría amanecer maltratada, con algún letrero de muévete puto, ya lávame o aquí se ponchan llantas, descuide, es una sobreviviente.
Pruebe a dejarla en la Colonia Doctores cualquier tarde, estaciónela cerca de la taquilla del Estadio Azteca o coloque un dedo sobre cualquier lastimadura y sienta que es una ralladura cualquiera, sino una llaga, marcas de la vida como las que usted tiene en la comisura de los labios, debajo de los ojos o en la frente, arrugas que dan señal de su historia, líneas que dicen que usted ha sabido transitar, como mi camioneta, por rutas insomnes, tenebrosas, amaneceres bajo el sol y frente al mar y que está ahí para seguir aguantado los avatares y buenos momentos.
Aún sin nombre, mi camioneta respira y tiene dignidad. Su rojo sangre se defiende hasta del chofer de trolebuses más salvaje, sobrevive a cualquier prueba infame de verificación y aguanta todo tipo de grúa manipulada por gorilas con cachuchas de oficial, uniforme y silbato sin llorar. Podrán arrastrarla encadenada de las llantas desde Prado Norte hasta el corralón de Lieja, y saldrá eso sí, sellada de las puertas laterales y el cofre con un letrero blanco que diga “Corralón Presa Salinillas”, pero jamás, lea usted bien, la verá agachona, con vergüenza o escondiendo los faros.
Es como la dueña, feroz en la niebla, no se abolla con granizo, caminante segura en los precipicios, confiada en los faros que alumbran en penumbra, sabedora de escuchar su instinto, que a diferencia de millones de camionetas, posee muy al centro del motor, entre una bujía y el cárter.
Crea usted que su camino será certero, aún sin saber la ubicación de cierto tope frente al cual le indicaron que debía dar vuelta a la izquierda y luego seguir cuatro casas al fondo hasta girar a la derecha en el condominio amarillo que tiene un perro labrador y una maceta morada entre la cortina y el cartel de No Estacionarse. Llegará sin pierde. Olvídese de aparatos GPS, mapas, pilotos automáticos, franeleros que le indiquen: viene, viene, dele derecho dere dere, así quiébrese pa’ dentro, ¡ya estuvo!, nomás 50 pesitos y se la lavo, o de copiloto que le indique la ruta, puede transitar llena de niños y gente por las carreteras, con una novia nerviosa que se arregla el vestido y no deja ver nada por el parabrisas trasero, con cajas 25 de 10 libros cada una que llevan 28 historias de abuelas o con nadie más que usted su música. Lo que si no aguanta son las suegras.
Pruébela, la promoción exclusiva lo permite, más le advierto, si de pura casualidad llegara a suceder que usted confiado se sienta, inserta la llave, gira y no escucha más que pájaros si hace la prueba de manejo algún domingo o las bocinas que le rememoran a su madre si decide hacerla entre semana, no se angustie ni se atreva a pensar que se tarda en encender o que no arranca. Resulta que las camionetas con personalidad también eligen a sus dueños. Podrá ser muy seguro de sí mismo, pero tal vez –y acostúmbrese a aceptarlo– resulte que no le pareció interesante, que no hay química, que no nacieron el uno para el otro y que de ninguna manera podrá tener el honor de recorrer caminos a lado de la camioneta roja, parte de una familia de grandes comerciantes árabes en la que se dice que para vender bien, hay que saber contar historias.
Laura Athié: Mexicana, madre de Abril y especialista en difusión de políticas públicas y efectivamente vende su camioneta pues sabe que jamás revelará sus secretos. Es Maestra en Política Educativa por el IIPE UNESCO París, comunicóloga por la UABC, ciclista convencida, amiga y palabrera. Consultora en un organismo internacional tiene un proyecto de rescate de historias de vida a través de la escritura llamado Tejedora de Historias: www.tejedoradehistorias.com / [email protected]/ Twitter @lauraathie.
QMex/la