
Cónclave de 3 batallas: geopolítica, sinodalidad y resistencia
Nana náhuatl-bibliotecaria- contadora-librera, Melly es la mejor cuidadora de plantas conozco y amiga de Abril desde que llegó. Habla con los pájaros y los marchantes, convence a policías necios de que no pongan el gancho al carro, cuando el parquímetro dice que el tiempo se acabo.
Lee con mi hija y para mi hija, suma, resta, aprende a dividir fracciones cerca de ella, hace la primaria una vez más. Pone la sal, el ajo, me pregunta otra vez esa receta y cuenta de su madre que sigue en el pueblo, que ha venido a esta casa, la nuestra, la de Melly que en realidad de llama Carmen, cargando un chiquihuite con tamales de arveja y haba, frijol con hoja santa, salsa verde y manteca, colgado con una cinta desde la cabeza, como un obsequio para mí.
Se voltea con la cuchara de metal en la mano con la que mueve el picadillo, para decirme emocionada: “Señora, hoy cumplo 4 años de haber llegado a esta casa, gracias, he aprendido mucho aquí, he aprendido a levantar la voz”.
En nuestra primera entrevista le pregunté, para decidir contratarla, sólo dos cosas: “¿Sabes leer y escribir?, ¿qué piensas de los niños?”.
Ella había terminado la primaria abierta, así que llegué a la semana siguiente sintiéndome alfabetizadora con una caja de libros de secundaria, para que continuara estudiando. “Gracias –me dijo–, pero yo ya voy en el segundo de secundaria para adultos los sábados señora”. Volví con mi caja por donde la traje para admirarla todavía más, aunque ella seguía bajando la cabeza.
Una vez, cuando quería cruzarse al otro lado con un señor que había conocido y que aseguraba que tendría en la pisca del tomate y de la fresa un futuro mejor, nomás cruzara el Río Bravo y le pagara 20 mil pesos, me dijo con esos ojos rojos de manzana, que los hombres no valían la pena. Abril, su confesora, me confió: “Mamá, por tercera vez la han rechazado”. Ahora, en abril próximo se casa con un amigo de la infancia que le ha dado el anillo, en ceremonia de iglesia y por el civil.
Mi hija que está de su estatura, llevará la cola de su vestido y repartirá flores a los invitados gritando por esa misma plaza en la que lloré: “Viva Melly la novia que se casa” y yo seré madrina de pastel.
Quienes suelen llamar a casa me dicen: “Hablé con tu asistente, es fabulosa”.
Melly, la nana de Abi, una mujer preciosa de la sierra poblana que lleva las cuentas, hace las compras, cura al perro Manchas y a la perra Paz, hace revivir a los pájaros, las tortugas y los gatos, encuentra mis cosas perdidas, vende, cobra y presenta mis libros, discute con los empleados de las oficinas públicas, va a los museos mientras mi hija le explica las colecciones, se sienta con nosotras en el cine y el teatro y comenta que ella nunca hubiera elegido esa película, viaja a las ferias del libro con su hija que jamás había estado en un lugar así señora; ensaya en voz alta por las noches cuando cree que no la oigo, para poder leerle cuentos a Abril.
Un metro 42 centímetros, 26 años, 45 kilos hablante de náhuatl y español, llega a la dirección más escondida y me da en las mañanas mi café mientras le hace la trenza a mi hija. Es la primera persona que vive con nosotros y más que una amiga, forma parte de la familia ya. Pregunta si quiero más y dice gracias por estos 4 años. “No Melly –-respondo– gracias a ti, ha sido maravilloso que estuvieras con nosotros. Lo único que lamento de que te vayas, es que jamás me hayas enseñado náhuatl”.
Ella insiste en que en esta casa ha aprendido a levantar la voz, a hablar con la mirada firme, a no callar y a escribir, aunque escribir en náhuatl es difícil, me asegura, “sabemos hablarlo pero no ponerlo en letras”, y sin embargo, lo logró. Melly, nana de mi hija a punto de ser desposada y yo, madre irresponsable que se conformó con seguir hablando el español, compartimos un texto escrito a dos manos:
Letra M de mi nombre es Melly mujer manzana
Caminar de niebla y bruma serrana, voz cálida y dulce de luz, presencia fresca como aleteo de mariposa. 26 años, su nombre es Melly, mujer-corazón, corazón-manzana. Su letra es la M, su lengua es el Náhuatl. Donde vivo es muy bonito, me dice: Campa chanchíhua milahuac cualtzin.
El mío es un andar veloz como el de los tigres libaneses. Mirada de brisa desértica fronteriza, ojos de oliva con jocoque, piel olor a keepe con piñones y chile verde. Mano como la textura de la berenjena cuando la vuelven babaganoush que estreché con la suya cuando nos conocimos. Mi letra L de Laura. Mi mejor arma, la palabra.
Ahí las casas de madera y las mujeres se visten diferente, dice: Cate calme de pohuil huan zihuame motlakentía octlamantli.
Ella cuida los claros de luna de mi hija y sus amaneceres. Ambas hemos decidido hacer un experimento. Podemos entendernos y extender nuestra voz a dos lenguas. Podemos compartirnos con las costumbres familiares, los sabores de la cocina, los talentos de nuestra comunidad. Seremos la voz de muchas otras manos que buscan ramas de jazmín para entrelazar los hilos del ixtle y tejer hilados distintos a los que ya se han hecho siempre, muy a pesar de la tradición de antaño.
Melly va a la sierra, su tierra. Recorre en camión seis horas. En su suelo poblano de infancia habita su hija Miri que la espera y dice: viene mi madre corazón de manzana, estaremos juntas medio día o quizá más de tres.
Miri, niña de 6 lunas, vive en Zacatlán de las Manzanas, Puebla. Estudia con libros de lengua indígena y viste con blusas que le borda su abuela con chaquiras, capita de encaje blanco brillante que revolotea al son que marquen los vientos cafetaleros. El aire juega con sus ropas cosidas a mano cuando sale de casa y se encamina a la escuela chiquihuite en frente y nuca, que no mochila en mano.
Asomar la mirada por sobre la choza que habita Miri buscando las montañas de Zacatlán mas allá de la bruma nebulosa de cielo que forma figuras de oso-sol-niños con risa, permite ver Tajín, Veracruz, Papantla, Cuetzalan y sus hombres con sombreros volantes de líneas y colores en las cabezas amarrados a un gigante madero, girando, girando hasta tocar el suelo con sus huaraches de cuero y sus pantalones de manta blanca.
¾ Son los Voladores de Papantla, dice Melly.
¾ ¡Giran, mamá, giran!, dice Miri desde la sierra poblana.
¡Vuelan y giran como jets, como cohetes que viajan al sol y no se queman!, dice Abi con 10 viajes, 10 años y más historias que imagina, dibuja, escribe, cuenta cada hora. Los ciento cuarenta y seis centímetros de sueños de mi hija caminan mientras se dirige a la cocina del departamento del cuarto piso del edificio donde habita.
Cual bailarina en un teatro abarrotado, desliza sus largas y norteñas piernas con patines rosados. Brillan las ruedas sobre el mármol al girar mientras se transporta y mueve el cabello. Llega a la cocina, coloca el mandil de princesas sobre sus pantalones de mezclilla bordados de rojo. Anuda el cinto por entre su playera coloreada de tonos uva, figuras de amor y paz y palomas hippies. Abril es aprendiz de cocinera.
Hemos decidido armar un experimento culinario. Tu pueblo hace manzanas, yo historias. Reímos. Las mujeres de tu sierra tejen ixtle para hacer canastos. Yo tejo letras con puntos y comas para enviarlas a través de la red. Cruzamos las manos en señal de acuerdo. Melly, Abril y yo estamos prestas. Manos a la obra, corazón manzana.
¿Cuánta gente sabrá cómo es Zacatlán?… Lo que a mí más me gusta de dónde vivo, me dice Melly: lo que né ocacachi tlazotla de campa chanchihua, es que allá se puede salir afuera: ezke aya huílize kizaa kiyahuac, y no hay nada para tener miedo: huan amoka tleno zecmohuiilis, y también porque allá se da mucha fruta: porqki ompa mochihua mik tlakocohual.
¿Cuánta gente sabrá a que saben las manzanas corazón de Melly?… ¿Huan tlenoctosníkí shocotl para ne?: ¿qué significan las manzanas para mí?, se cuestiona Melly tras mi pregunta.
Las mujeres de su tierra tejen canastos para llevar al niño mientras cosechan. En esos se meció Miri de pequeña. ¡Cómo quisiera que me hicieran ru ru en ese canasto!, piensa Abril, mientras Miri le pide sus patines.
Encendemos la Mac y enviamos un mail. ¿Cuántos destinatarios conocerán esta bruma?, pienso. ¨La hija de la niebla¨, escribo. Melly me platica la leyenda del amor perdido entre los árboles de su sierra y de la mujer que de tanto esperar, murió de la tristeza aguardando al guerrero Náhuatl de cabello azabache y brazos fuertes que jamás volvió de la batalla. Escribo con palabras en un mail cómo ese llanto que me cuenta Melly –portadora de la historia y la voz de su gente–, se transformó en niebla y recorre los bosques que caminan sus mujeres cosechando manzanas, al lado de la fantasma que busca el cuerpo de su amado desde los tiempos de la conquista.
¾ Mi pueblo es Zacatlán de las Manzanas. Manzana en Náhuatl se dice Shocotl.
La gente de Zacatlán hace una festividad cada año dedicada a su fruto. Hay corazones rojos y jugosos por doquier: rodando al ritmo de los sones jarochos y poblanos al rededor del reloj gigante de la plaza central; en compota azucarada para untarse en la tortilla de maza; en puré que se descubre al morder el tamal cocido a la leña o a la luz de las brasas en las cocinas de humo de las chozas.
¾ ¿Y hacen pays?, pregunto a Melly que me cuenta por qué le gustaba su tierra.
¿Cuántas mujeres tejedoras de ixtle habrá en Zacatlán?, pienso. Melly cree que será difícil hacerlas cambiar de idea.
Ella posee el don del hablar Náhuatl y vuela hasta el monte como mariposa.
¿Cuántos contactos del Gmail, Hotmail y Facebook conocerán el strudell de mi madre?… Pongo send…
Mientras, en la sierra, a cientos de kilómetros de distancia, la mujer que cuida a mi hija habla con las artesanas de su pueblo. Les dibuja en una página rayada del cuaderno de primero de primaria de Miri, la figura redonda del canasto que les pide tejan especialmente para colocar el pay de manzana que venderemos estas Navidades. Las mujeres dudan que se venda un cuenco de maza trigueña integral azucarado con quesos de diferentes añejos y cremores de la zona por la que ellas caminan gritando para vender: ixtle-chiquihuite-tamal.
¿Cuántos usuarios de Twitter conocerán en pay estilo San Antonio de las Minas, tierra manzanera y vinícola de los campos mediterráneos olor a uva de Enseñada, Baja California donde Abril y yo vivíamos?, me pregunto. Pego en el mensaje algunas imágenes de la tierra de Melly y del bosque por el que corre la mujer fantasma en forma de niebla. Pongo enviar mientras Abril aplasta el palote de madera contra la mantequilla enharinada, mezcla agua, el azúcar y la sal que en la mesa han formado una montaña parecida a la cordillera de la Rumorosa que se asienta allá en Mexicali, la tierra que le dio vida, sobre la imponente Laguna Salada.
Rebanando las manzanas y el queso le platico a Melly cómo se siente caminar pisando el suelo de esa laguna, que no tiene agua sino sal que se quiebra cuando introduces tu pie descalzo para ir dejando huella escuchando el crujir salado de la arena.
Abril me pide que le cuente como era de chica y Melly me muestra los tejidos de los chiquihuites que le han elaborado la mujeres zacatlanas para colocar los pays y los strudells que venderemos. Me asegura que las artesanas le dijeron que nadie compraría un canasto de ixtle y ramas para mecer al niño con una gran bola de pan y azúcar y manzanas dentro.
Apagamos el horno. Huele a manzana horneada. El cuchillo rompe el hojaldre. Asoman la nuez, el olor a canela, la manzana ha cedido al calor y parece extasiada. Aplastando pasas el cuchillo encaja con crudeza un trozo. Probamos. Mmmmm… A Melly le gusta la maza para envolver manzanas que Abril y yo elaboramos con el mismo amor cual si fuéramos hilanderas de ramas de jazmín.
Vamos a descansar. ¿Podrán imaginar el sabor del corazón hecho manzana envuelto en hojaldre dorado de azúcar que les hemos platicado en el mail?
A la mañana siguiente y a la siguiente y durante veintidós mañanas más pongo on y reviso mi bandeja de entrada. Siete, quince, cuarenta y seis, y más de ochenta mensajes al otro lado de la red piden un pay, un strudell, otro pay, más strudells hasta que el sol se ponga y huela a café y se acabe el dulce y Melly vuelva a la sierra por manzanas.
La manzana significa para mí algo muy bonito: para ne etosníki milahuac cualtzin ní tocaa, se pueden hacer muchas cosas: huan huily zécchihua mik trenza, y también porque representa nuestro pueblo, donde nosotros vivimos, dice Melly: huan noiuki park icrepresentauohua canpa chanchihua.
Mi letra la P de todo es posible con el poder de la palabra.
Su letra la M de Melly-mujer corazón-manzana.
* Orgullosa madre de Abril. Mexicana especialista en difusión de políticas educativas. Comunicóloga por la UABC y Maestra en Política Educativa por el IIPE-UNESCO-París. Ha sido articulista, periodista, fotógrafa, editora conductora, productora y guionista de televisión cultural, universitaria y comercial. En 2007 publicó: Robótica: los jóvenes que se atreven a hacerla en México (Ríos de Tinta) y en 2011 su primer libro como promotora de la cultura escrita, resultado del proyecto Tejedora de Historias: De cómo cocinaban las abuelas. Escribe gracias a las fantasías de su padre libanés. Tras 14 años como funcionaria estatal y federal en temas educativos y culturales, deja de escribir su historia para tejer la de los otros. Cree que toda vida merece ser contada y mantiene una lucha constante en favor de la memoria, por eso es la Tejedora. En abril de este año, cuando Melly la nana se haya ido, presenta en el Congreso Internacional de Lupus en Buenos Aires, su primera novela: Lycanthropus: calva y brillante como la luna.
Twitter: @Lauraathie