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CIUDAD DE MÉXICO, 14 de abril de 2017.- Los nazarenos recorren las calles de Iztapalapa cargando a cuestas pesadas cruces que equivalen a la manda ofrecida o al favor recibido por el Señor de la Cuevita, son jóvenes, adultos y hasta pequeños que también son movidos por la fe, el amor y la esperanza que profesan de acuerdo a sus creencias.
La representación de la Pasión de Cristo en Iztapalapa se ha vuelto para muchos nativos del lugar, un acto de fe en el que sueñan participar en algún momento de sus vidas con cualquier personaje, pero sin duda, personificar a Jesús se vuelve el ideal de muchos pequeños.
Este es el caso de Rodrigo Encizo Cejudo, quien a sus 10 años lleva 6 de nazareno, cargando una cruz de madera, este año de 58 kilos, motivado simplemente por su fe, pues él empezó esta tradición familiar, impulsando primero a sus padres y poco a poco a cada uno de sus ocho hermanos, y con el sueño de llegar a representar a Jesús cuando sea mayor de edad.
«Me nació hacerlo por fe, y porque quise agradecer a Dios por estar aquí acompañandolo, por mi familia, y voy a seguir haciéndolo; yo quiero ser Cristo cuando sea grande», respondió emocionado el pequeño Rodrigo.
Los nueve hermanos de la familia Encizo Cejudo, cinco niños y cuatro niñas, participan como nazarenos año con año, los varones hacen sus propias cruces y hasta el pequeño Mario de dos años ya llevaba su cruz de 15 kilos de peso, descalzos y todos con una gran convicción de fe y con la emoción reflejada en sus rostros.
«Empezó la tradición con Rodrigo hace seis años, tenía cuatro cuando empezó a querer venir y de ahí han seguido todos sus hermanos, el bebé más chiquito tiene 2 años ya hizo todo el recorrido y ahorita va a subir el cerro. Lo hacen descalzos, la cruz del bebé pesa 15 kilos, la de Rodrigo pesa 58 kilos, las que siguen son de 35, todos mis hijos participan por voluntad de ellos», explicó Pedro Encizo, el patriarca de la familia, mientras los para médicos curan los pequeños pies de Mario, quien al no querer usar los huaraches que traía, se lastimó con el sol y las piedras sueltas en el asfalto.
En tanto, las niñas vestidas con túnicas de colores, también participan en la procesión, hasta la más pequeñita de tan solo seis meses de edad, que en su propia carriola ya luce la vestimenta al igual que sus hermanitas.
Y en el otro extremo de la efervescencia religiosa la encontramos con el señor Roberto Hernández Pantoja, quien a sus 70 años lleva 40 de nazareno, al inicio nos explica que fue por una manda, y después por tradición.
«Primero fue una manda y luego ya fue por tradición, no puedo decir de qué fue mi manda, pero voy a seguir haciéndolo porque si no salgo no me siento bien», explicó.
Don Roberto lleva una cruz de aproximadamente 60 kilos y al igual que los cerca de dos mil nazarenos, recorre los ocho barrios que representan ocho kilómetros en total, y además de los dos kilómetros más para subir al cerro de la estrella e insiste, «lo seguiré haciendo hasta que Dios me deje y ya».
Ese es el fervor que vive Iztapalapa año con año, que lo mismo emociona a grandes que a pequeños quienes con estos actos buscan fortalecer su fe y creencias, que más allá de la connotación social que se le da, es parte importante de la idiosincracia de los habitantes en esta zona de la Ciudad de México.
Fotos: Leo Casas/Quadratín México