Descomplicado
Huachicoleros: la insignificancia del “ser” y el problema de las “ies”
La irritación social es un fenómeno que subyace en nuestro país desde hace ya más de una generación, alimentado básicamente por la profunda desigualdad social, la inseguridad y el abuso del poder.
Acuciadas por la pobreza, la falta de empleo, el miedo y la necesidad, comunidades enteras han tenido que crear sus propias reglas de convivencia para acompañarse, protegerse y crear lazos de unión que les permita mitigar el abandono al que han sido sometidas.
Esa es, básicamente, la lógica bajo la cual han surgido las “autodefensas”, las “células de autogobierno” y ahora, en la época de las nuevas tecnologías, las “redes sociales”.
En Michoacán, las autodefensas tuvieron su máxima expresión como respuesta al permanente asedio del crimen organizado, que ha mantenido vastas zonas del estado literalmente secuestradas.
Es una de las formas que la sociedad encontró, no sólo para protegerse, sino para cubrir los vacíos de poder que dejó un Estado que no ha sabido ser garante de los derechos y libertades de los mexicanos.
Sin embargo, los grupos de autodefensa y autogobierno han derivado en una distorsión de los derechos y las libertades.
Como decíamos al principio, se han acuerpado en células para enfrentar al crimen organizado, pero también para cuestionar a los actos de gobierno.
En suma, se conciben a sí mismos como organizaciones que vinieron a suplir la incapacidad de “la autoridad” para hacer justicia.
Han creado sus propios códigos de conducta y sus propias “reglas” permisivas, que muchas veces se inclinan por el “ajuste de cuentas” y la venganza, a través de métodos más brutales que los que a veces cuestionan a la autoridad, como el linchamiento.
De hecho, México es uno de los países líder en linchamientos a nivel mundial, con el nivel más bajo de castigo a los participantes.
En fin, la cuestión es que estas formas de organización han crecido y se han asentado, tomado mayor relevancia en Michoacán, Guerrero, Puebla, Oaxaca y Veracruz. Estados, todos, donde los índices de violencia se mantienen en niveles extremadamente altos y las desapariciones son parte del día a día.
El caso de los “huachicoleros” se encuadra en estas formas de organización. Auspiciado por el crimen organizado que les da armas, y por la avaricia de funcionarios, que los mantiene en la clandestinidad, para beneficiarse de esa ordeña millonaria que sufre el país.
Estos grupos se han expandido por Puebla y Veracruz, para convertir comunidades enteras en células delincuenciales, que justifican sus actos bajo el pretexto de responder a decisiones unilaterales del gobierno, como el alza a las gasolinas y al empobrecimiento del que son víctimas.
Están perfectamente cohesionados, bajo ese cobijo de la supuesta irritación social, ganando adhesiones, en un país en el que, inexplicablemente, nos hemos vuelto, todo a la vez: indolentes, intolerantes e indignos, porque justificamos actos que más allá de la inmoralidad, se vuelven actos criminales.
En eso nos hemos convertido los mexicanos a causa de la inseguridad, la impunidad y la corrupción. No es una afirmación inconsistente o baldía. Es la respuesta que se registró en las redes sociales, cuando el gobierno de la República anunció el envío de más de 2 mil soldados a la zona huachicolera.
Sarcasticamente, uno de los cibernautas, respondió así a la noticia:
“Hací se hace (SIC)…con esos 2000 empleos ya tendran como sacar su familia adelante sin tener que robar gasolina (SIC)…nuestros soldados ya no serán usados…poniendolos contra espada y pared (SIC) …!!!bravo por tan sabias e inteligentes acciones!!!!…….
A ese grado extremo de confusión e indolencia hemos llegado. No importa que esa ordeña hormiga de combustible ponga en peligro la vida de comunidades enteras. La idea es sacar raja.
La corrupción somos todos. Justificar un delito de esta naturaleza, es tanto como justificar el asesinato por falta de alimento.
Pero eso no es todo. Los mexicanos hemos perdido también la capacidad de asombro.
Hace unos días, con motivo de la aprehensión de Dámaso López, mejor conocido como «El Licenciado», presunto líder del Cártel de Sinaloa, habitantes de Polanco y Sotelo discutían en las redes sociales si el domicilio del delincuente, en la Nueva Anzures es cercano a ellos o no, como para llamarlo “vecino”.
A no más de 5 kilómetros y paso obligado para muchos de ellos, algunos comentaban la cabeza de la noticia con un dejo de burla:
“Así se hacen los chismes, no era vecino”
Como si la cercanía con el crimen organizado sólo se volviese real cuando toca a la puerta. De ahí pa afuera, todo es parte de una fantasía.
Así pues, en este México lindo -como en el mundo entero-, todos los días se desarrolla una intensa lucha del ser humano para poder “ser” y “significar”.
El éxito de las redes sociales se basa en eso: el ansia del ser humano por ser escuchado, ser incluido, ser tomado en cuenta. Grupos de interés común en la búsqueda del “ser”.
Incluso los poderosos, seguramente despiertan pensando en la manera de reeditarse, revalorarse, ensanchar su riqueza, su poder y extender sus círculos de influencia.
En esa eterna lucha, el hombre como especie, en medio de la jungla de las ambiciones, repetimos las actitudes de los animales salvajes: unos son el macho Alfa, el que domina el entorno, el que decide quién entra y quién sale.
Los más, son la manada, que sigue y aplaude; todos juntos, en esa colectividad, que ataca, trolea y hace bullying al que no comulga con ellos, en una patética lucha por “ser”, dejar ser y dejar de ser.